40. Un gitano nunca quiebra su ley

22 4 0
                                    

No habría camino que no fuese austero para las mujeres, ni para Charlotte y Cristina María que, sudando y acallando los gemidos y el dolor entre los dientes había sido arrastrada sobre los montículos de la tierra plana y oculta sobre los arbustos. Soleil había señalado el corazón de aquel matorral para llegar a una curandera de La Vigilia; era la única salvación para sus vidas.

El peso de Cristina María lo dejó en manos de Soleil para correr en dirección hacia la anciana, atraída con angustia por los gemidos, que se asomaba en la abertura de aquella choza. Charlotte arremetió hacia ella con una agonizante expresión.

⎯¡Por favor! ⎯las manos de Charlotte temblaron al agarrar sus dedos⎯. Por favor, ayúdeme. Ayude a esta mujer...

⎯¿Es que ella es...⎯la anciana se le fue la voz de un hilo⎯...es la hija del rey...?

⎯¡Mi señora, por Dios y mi virgen! Esta mujer está sangrando, sus piernas sangre. ¡Ayúdeme! ¡Ayúdela a ella!

⎯Es que...

⎯Le prometo, mi señora ⎯no hubo más sincera mirada ante el tacto que Charlotte había puesto en las manos de la mujer, preocupada por la situación, preocupada por la mujer sangrando, por su propia vida. Charlotte asintió con ojos nobles⎯. Que ninguna de nosotras dirá nada. Todo estará bien pero usted es la única de las nuestras a la que le pido apoyo. Mi señora, se lo ruego...

La anciana la miró un momento, dispuesta entonces a secarse las manos para suspirar con fuerza.

⎯Arrecuestenla en la cama.

Charlotte jadeó sobresaltada, y junto a Soleil el cuerpo frágil de la princesa yacía en un instante en el camastro fuerte del rincón. El temor se apoderaba de su voz porque el pajar se había cerrado, el calor permanecía dispuesto a ensañarse a los ojos delirantes del pesar acorralado en los muslos. Negaba cada vez con más fuerza.

⎯Tomen un bote de agua y ayúdenme a quitar sus enaguas...

⎯¡Por favor!⎯gritó de pronto Cristina María⎯. Se lo ruego, a ti Charlotte, no dejes que nadie entre. ¡Que no se entere nadie! ¡Haz que ellas no hablen...!

⎯Calme, Su Alteza ⎯no había estado Charlotte más asustada que al sentir el temblor en la mano de Cristina María, tomó su frente con suavidad y asintió⎯. Nadie sabrá que estamos aquí...

⎯¡¿Qué está ocurriendo?!

⎯Shh, no se preocupe, usted debe estar tranquila.

Se arqueó Cristina María de súbito y sus manos tomaron las de Charlotte, moviendo su cabeza; estaba envuelta en desesperación.

⎯¡Me duele! ⎯y de pronto lloriqueó, mientras su frente se bañaba con el sudor⎯. ¡No sé si pueda!

La anciana se recogió las mangas y con Soleil, que no había mencionado nada por la angustia y el temor presentándose corrió detrás de ella para lo que necesitara. Un par de telas, el jarrón con agua de caña y un cuchillo.

Charlotte tomó una manta para secarle el sudor.

⎯Su Alteza ⎯pronunció entonces la anciana, sentándose justo frente a Cristina María, que se alzó para verla con los ojos inundados de lágrimas, sudando⎯. Su Alteza, por favor. No se mueva tanto, que yo haré que deje de dolerle. Soleil, ayúdame a subir las enaguas.

Cristina María jadeó consecutivamente sin saber lo qué la anciana comenzaría hacer. Pero la congoja la cegaba, la acorralada y Charlotte se puso a subir la falda grande para que finalmente la anciana comenzara a rasgarle las telas, para así dar con las piernas chorreando el flamante rojo. Cristina María se estremeció bajo las manos de Charlotte.

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Where stories live. Discover now