82. Lucha

4 1 0
                                    

Abril, 1701.

"Conminamos a nuestros Bailíos, Senescales... a detener a todos aquellos que se llaman bohemios o egipcios, a sus mujeres y niños y a otros de su séquito, de atar a los hombres a las cadenas de los presidiarios, para ser conducidos a nuestras galeras para servir en ellas a perpetuidad. En cuanto a las mujeres y muchachas, ordenamos que se les corte el pelo a rape la primera vez que se las encuentre haciendo vida de bohemias, y de recluir en los hospitales más cercanos a los niños que no estén en edad de prestar servicios en nuestras galeras, para que se les alimente y se les eduque como a los otros niños que allí están encerrados. Si las susodichas mujeres continuaran vagando y viviendo como bohemias, deben ser azotadas y expulsadas del Reino sin otra forma de proceso. Prohibimos a todos nuestros gentileshombres que den asilo en sus castillo y casas a los susodichos bohemios y a sus mujeres: en caso de infracción, queremos que los mencionados a gentileshombres seas desposeídos de su justicia, que sus feudos sean anexionados a nuestro dominio, e incluso que se proceda contra ellos extraordinariamnte, para ser castigados con penas mayores si se presenta el caso. Al que huya, sin justificación, se le ahorcará irremisiblemente."

Declaración. Rey Luis XIV.

Cerca de la doce de la medianoche el sigilo de la ciudad no había cobrado vida. Al menos, no desde que entre la oscuridad de la noche en docenas de guardias reales inundaban en silencio las avenidas.

Vestidos para disfrazarse entre la maleza de la sombra, como si nunca se hubiese hecho la posibilidad de ver otra el sol, y en la idea de colocar a todo aquel que empezase a preguntar qué era lo que ocurría.

Cualquier preboste y justicia del gobierno de la ciudad tenía el acato de dejar que se llevase a cabo la orden real, donde se dictaba a las fuerzas y el ejército real tomar si era necesario toda la ciudad.

Empezaron desde el pérdido barrio Faubourg con la brutalidad inmensas fuerzas de soldados iracundos que llegaron en decenas mientras señalaban en patrullas que se debía encontrar a cualquier familia gitana escondida.

Sin distinción de sexo, sea hombre, mujer, o niño llegaron a las manos de los guardias mientras lo que era llamado el rincón de la gitanería en la Faubourg comenzaban a entender que los soldados lo tomaban para retenerlos.

Por esa razón, el caos había empezado desde el primer momento en que se escuchó un arma disparar al hombre que salió corriendo con su familia con la intención de escapar. El grito de su esposa estalló en la persecusión.

Embistieron las patrullas en los confines de cualquier rincón del barrio. Comenzaron arrebatar los niños mayores de sietes años lejos de sus madre, quienes gritaba, golpeaban y aruñaban para que se le devolvieran a sus hijos.

Los hombres fueron perseguidos, golpeados si es que protestaban o atacaban para que se les diera el derecho de la duda. Las mujeres fueron separadas de sus familias, con sus hijos e hijas en manos, bebés que rompían a llorar en la persecución que apenas daba conocimiento de lo que deparaba.

Dentro de poco, el vecindario extendió las voces hacia los demás sitios de la ciudad. Las patrullas del ejército alzaba la orden de captura expedida por el rey hacia todo aquel que tenía un abasto o restaurante, si se le conseguía a una familia de gitanos, los tomarían de igual manera por haber sido cómplice de los cíngaros.

Otras familias de los gitanos dispersos por toda la ciudad, escondidos o en las esquinas, tomaban sus pocas pertenencias y echaban a correr lejos de los trotes de caballos que empezaron a adueñarse de la ciudad en esa madrugada.

No alcanzaban los gritos de condolencia, las corridas de cualquiera sobre las calles. El rugido se oyó en cualquier rincón.

⎯¡Agarren a cualquier gitano! ¡No dejen a ninguno!

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora