46. En su alma, la esperanza de amor y gracia

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La consecuencia de aquellas palabras dichas por él fueron de dulzura.

Y Charlotte había dejado sus brazos para hacerle dueño de su mirada. Continuando de aquella forma, en donde el tiempo seguía pero ellos dos continuaban regalando el apreciado momento, regresaron nuevamente con Forastero. Una vez estuvieron ocultos sobre sus respectivos sombrero y capa, el pasar por el camino de la ciudad, regida por alaridos en cada lugar le hicieron a Charlotte percatarse de cuánto París había sido extraña para ella. Ya hacía mucho tiempo había estado en el palaciego y aún seguía sin comprender a la ciudad.

Menos aún cuando de pronto, en la lejanía del sendero, la calle de Saint Victor fue desplegándose con otros alaridos que no pasó por alto. El último lugar al que había ido fue aquel, cerca del abastecimiento de alimentos que se traían para los cientos de familias necesitadas, y en el mismo espacio notó Charlotte a quien menos esperaba ver.

Estaba Jeanville erguido sobre la pared y su expresión continuó ensombrecida hacia los hombres que estaban frente a él. El pecho de Charlotte saltó de sorpresa. Pero acabó cuando observó a su lado y las manos que Jeanville tenía sueltas las agarraba aquel niño, quien tanto tiempo había pasado junto a ella.

Pabeu estaba a su lado. Tenía una expresión despavorida.

⎯Deténgase ⎯le pidió a Santos.

Sin entender su expresión y convencido de que algo ocurría, Forastero se detuvo y Santos miró sobre su hombro.

⎯¿Qué ocurre?

Ya se podía escuchar con más claridad el asentimiento y las oraciones que los soldados abalanzaban hacia su dirección. A la dirección de Jeanville y de Pabeu. En consecuencia se mantuvo Charlotte mirando con preocupación. Hace tanto tiempo que no los había visto. Y se preocupaba más en saber que Pabeu estaba en medio de ellos. Aún así, las ganas de correr hacia ellos se apoderaba de ella.

Incluso Santos volteó a ver a la dirección de la imprecación.

⎯¿Qué hace un negro como tú? Es la segunda vez que te veo. ¡¿Acaso no te lo advertí?! No deberías estar suelto ⎯aulló el hombre mientras lo señalaba con la punta del sable.

⎯Yo no soy un esclavo ⎯gruñó Jeanville⎯. Así que apártate de mí camino.

⎯¿No lo eres? ¿Entonces, qué eres? ⎯preguntó el hombre otra vez y escupió a sus pies⎯. Libre no creo que seas.

⎯Más libre que tú si soy ⎯respondió Jeanville⎯. Ni esclavo ni soldado. Mi honor, es lo que importa.

El guardia masticó su pajar y continuó mirando de arriba hacia abajo al que tenía aquella recia ímpetu. Después miró a Pabeu, que se ocultó un poco más.

⎯¿Acaso piensas sostener su mano todo el tiempo? Venga, amiguito. No debes estar con él. ¿Qué hace un niño contigo?

Jeanville apartó con fuerza la mano que se dirigía hacia Pabeu.

⎯No ⎯comenzó⎯, te atrevas.

El guardia ya había abierto los ojos. Sus fosas se inflaron, escupió el pajar y con la misma mano se puso la palma en el sable de la espada. Jeanville miró de reojo.

⎯¿Me estás amenazando? ⎯escupió devuelta el guardia⎯. ¿Me estás...? ¡Un negro me está amenzando! ¡No seas infeliz! No seas desgraciado.

Gruñó el soldado y después se encaminó hacia Jeanville. Sin embargo, Pabeu estaba temblando de miedo detrás de Jeanville cuando empujó con fuerza a uno de ellos.

El tumulto de los cuatro guardias que estaban ahí no se tranquilizó. Y el miedo de ver una desgracia arrasó con el cuerpo de Charlotte. A Jeanville empezaron a tomarlo. Y los ojos de Pabeu se abrieron con miedo, gritando para que lo soltaran.

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Where stories live. Discover now