3. La otra cara de París.

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Se le escapó un suspiro cansado.

La expresión no duró tanto tiempo para cuando sumergió el agua colorida que se pegó al escombro y atrapó el pastoso polvo grisáceo del lienzo para dibujar.

Aún tenía pesada la manta en la mano. La otra le arrimó para atrás el pañuelo y se alzó del suelo.

Se dispararon rayos de luces al rostro. Un gran salón se conmovió con el sol que hizo saludarse por los ventanales tan altos que tocaban el perchero cristalino.

Las cortinas aprisionaron lo que se veía a las afueras. Notó cómo resplandecía el cristal del candelabro encima.

Se avistó a los cortesanos de Versalles condenados a parar en su mirada.

Se quedó viendo unos breves momentos el paisaje que el inmenso ventanal le otorgaba. Con destellos de calma.

El breve entendimiento la hizo revolotear la mirada cuando le picaron los ojos ya por el resplandecimiento del sol sobre sus ojos.

Se había tapado la boca sólo para no dejar salir una risa. Y era porqué los guardias silenciosos con cuerpos erguidos y mirada escrupulosa no prestaban atención a lo que hacía, y el agua inundó sus botas.

Con el sentido común renovado, se llevó la pipa hacia la boca, prendió la llama e inhaló.

Señaló a todo el círculo de impertérritos guardias.

⎯No han visto nada de nada ⎯después expiró el humo del tabaco.

De pronto se oyó abrir la primera puerta del medio y se detuvo en seco con la mirada ceñuda.

Había una mujer que se entretuvo en observar unos segundos, luego se reverenció y la oyó decir:

⎯Disculpe, Su Majestad, no creí encontrarla aquí ⎯se le había quedado viendo unos momentos, antes de bajar la mirada al desastre⎯. Menos en esta situación...oh, no me cabe duda...

Se alegró al escucharla. Había soltado la manta, se había quitado el pañuelo de la cabeza y con los labios agarró el tabaco. Escondió las manos por detrás y se inclinó.

⎯¿Qué tanto te sorprende? ⎯preguntó. También se quitó sus zapatos.

⎯En estos tiempos, en esta mañana. Me temo que también en este falto de día esperanzador. Me conmueve sólo verla en esta posición, Su Majestad. Había pensado que no era sólo muestra de rebeldía ⎯la mujer la divisó con casi tristeza y miedo⎯. No me haga ignorante de esta situación tampoco.

⎯Ni me lo digas ⎯la interrumpió sonriente. Caminó por el charco de agua y pasó las manos por la pared. Se las limpió un poco. Pero el rastro de aceite quedó impregnado en la palma⎯ ¿Qué es lo que te asusta? No hay nada que atemorice. Por eso te digo que no me lo hagas saber. Una vez que desaparecieron de mi lado las mujeres he venido aquí y apenas ayer he pasado una mala noche. Una muy mala. Y estos de aquí me hacen compañía ⎯se refería a los guardias, tal cual unas estatuas⎯. Son bastante confidentes.

⎯Su Majestad, oh, Su Majestad, por favor ⎯la mujer expresó con temor ⎯. Cada cosa como esta que usted hace me hace temblar no sólo las piernas...pero, no es eso lo que me hace interrumpirla.

Se soltó el mantel del pecho. Pero al escuchar, tanto su atención, como la mirada ya socarrona de la mujer, se pusieron a curiosear.

⎯¡No me digas nada que sea lo mismo de siempre! ⎯le dijo⎯. Espere mucho. ¡Mucho! No me atosigues ahora con las cosas que repiten una y otra vez la corte.

⎯Su Majestad ⎯interrumpió ahora la mujer⎯. Entiendo. Sólo no me haga complicarle las cosas.

⎯ ¡Eh, falta de inconciencia! ⎯se rió ella. Se había acercado, con los pies mojados y llenos de aceite. Su cabello le picó el cuello, y mientras se lo acariciaba, le brindó una sonrisa pícara⎯. ¿Me hablas de aquello? ¿O acaso es qué te pido bastante?

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum