83. El rostro del pasado I parte

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1673.

Estaban llorando las nubes también en aquel imperioso día. Aquella joven se había detenido, sosteniendo el jarrón de agua pegado al pecho, y alzó la mirada al cielo. 

Se encontró con el firmamente triste, llorando bajo la pestilencia de la pequeña ciudad, lejana a la serranía de los riqueza, sin poder sobrevivir salvo de la mala vida, y con los oficios de la peor cuenca del fondo posible. Como llovía, apenas se podía andar por el camino. 

Y un momento después, se quitaba el cabello de su rostro  para continuar su camino.

Apenas tenía quince años cuando comenzó a divagar por las calles de un pueblo llamado Buitrago del Lozoya, frente a fondas oscuras por la tormenta, y murmullos de risas y lamentos de sus habitantes.

 Venía de buscar agua en un río muy lejano, pero como la misma sequía había terminado aquel día, ya quizás no servía el jarrón de agua y por eso, había quedado viendo el cielo. 

Sorpresivamente, por su lado corrió una multitud en el mismo camino que el suyo, por temor de que algo había pasado, se escondió en un rincón hasta que los pasos se detuvieron.

 Y después oyó ya a la lejanía algo tan distintos a los murmullos y risas: eran gritos. 

Sin tener zapatos en las suelas de los pies para aminorar el dolor de las piedras como si fuesen de vidrios avanzó por la cordillera directo a la cuenca donde divisó a otra muchedumbre enfrentarse a la multitud que vio pasar al lado suyo. 

Había dejado ya atrás el jarrón de agua, no sostenía nada en las manos. El miedo era lo que le nubló el pecho.

⎯Madre ⎯sollozó y cayó al piso.  

En ese momento se dispersó la multitud, eran más de lo que había creído. 

Rechinaron los caballos bajo el manto de la tormenta, el barro del suelo increpaba a los prisioneros que observaba ser llevados y el sonido de la lluvia también mezcló una horrible sonata contra los gritos de lamento.

 Empapada por la llovizna acarreó los pies rumbo hacia aquel lugar. Un lugar que le llamaban Toques, cuyo único motivo existía para el placer de los caballeros de aquel pueblo y los soldados errantes, de los señores, o de los duques.

Entró a escondidas a la taberna y se encontró a la gran dueña llorando desconsoladamente. Cuando alzó su vista y se encontró con la joven quitando el velo salió echando gritos y mirándola con un odio indescifrable. 

Justo al ponerse frente a ella le dobló el rostro con un golpe desde su mano.

⎯¡Por culpa de tu malhechora madre! ⎯acribilló con fuerza. Sus gritos de cólera se hicieron más fuerte⎯. ¡Nos echan de este lugar y nos quitan todo!

⎯¿Qué está diciendo? ⎯y preguntó la joven una vez más cuando la agarró aquella mujer con fuerza⎯. ¡Qué está usted diciendo!

⎯¡Amparo es una ladrona! ¡Una escoria! Le encontraron sus cosas y oh, Dios Mío, la toman por bruja y a nosotras...⎯gritó la mujer⎯. ¡Nos creen igual que tu madre! ¡Es una escoria! Tú y ella son unas escorias. ¡Saca el cadáver de tu madre fuera de aquí y nunca más regreses! Rata maloliente. ¡Larguense!

⎯¡Mi madre! ⎯expresó la joven entre lágrimas cuando su cuerpo fue empujado. 

La mujer siguió llorando y se les habían acercado un par de mujeres entre abrazos y más gimoteos.

⎯¡Vayanse! ⎯señaló a la joven⎯. ¡O te mandaré a matar también a ti, sucia gitana!

La taberna fue allanada por una tropa y despojada de muchas cosas, todo estaba hecho un desastre. Las prostitutas asesinadas, algunas tiradas en sus colchones, hombres boca arriba con estacas al corazón.

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora