62. Pérdida de un amor

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En un segundo recordó las caricias de su cuerpo y de su alma y el recuerdo fue inevitable, y cómo no ponerse a pensar y sobreponerse a sus propios asuntos. Incluso por un efímero instante no oyó lo que Cristina María decía en aquel gran patio del palacio real situado al norte del palacio del Louvre.

Quitaba los ojos del jardín para verificar nuevamente a la princesa, que continuaba sentada una vez la miró. Sin embargo, la misma se levantó al no obtener un dicho por su parte y expresó con calma.

⎯Hace tanto que no te veía tan sereno, Santos ⎯comentó⎯. Incluso cuando estos lugares no hacen sino susurrar barbaridades.

Por lo tanto, Santos le dedicó un delicado mohín. Volvía a tomar el hilo de la conversación y recordó lo que decía su magnífica compañera.

⎯No quiero importunarla ⎯respondió Santos. Su reflejó se vio en el estante que estaba a su lado⎯. Puede volver a comentarme puesto que no hemos tenido el tiempo suficiente para conversar.

Cristina María denegó con suavidad.

⎯De eso no te preocupes te lo ruego ⎯dictaminaba esencialmente con calma⎯. En realidad si te he encontrado hoy en París ha sido por mera casualidad.

⎯Salve Su Majestad, he querido verla desde que me enteré de su llegada ⎯le respondía Santos de la misma manera⎯. ¿Está usted bien?

Como era de costumbre Cristina María permaneció intacta ante la inevitable cuestión. Para bien se tomó de las manos y suspiraba.

⎯No fue fácil para mí perder a mi esposo ⎯murmuró la princesa⎯. Mucho menos regresar a este lugar de por sí miserable para mi alma y para mis sentidos que cada día pierden contra eso que quiero ganar. Sin embargo ⎯tuvo Cristina María que ausentar la pena para decirlo⎯. Mi única fortaleza es que vuelvo a sentir la calidez de lo que es tener una familia. Mi esperanza está en ver a Fitzwilliam. Aunque siempre me romperá el alma recordar ...

Agregó al instante:

⎯La memoria de José Fernando estará siempre conmigo, y quiero honrarlo haciendo lo que me hace feliz. Fue lo que me había dicho las últimas veces que lo vi.

⎯No sabrá cuánto lamento oírla de esa forma, Alteza, y si hay algo que pueda hacer yo para cesarle ese sufrimiento...

⎯Oh ⎯expresó Cristina María, deteniendo las lágrimas con gran sigilo y echando una inimaginable risa tierna⎯. De eso no te preocupes. Hubieron muchos que me hicieron olvidar mi agonía por un tiempo.

Ante esto tuvo Santos que mostrarse interesado por su gran inclinación devota con la que salió cada palabra.

⎯¿Cómo es eso, Alteza? Aunque puedo ver en sus ojos...

⎯¿Felicidad? ⎯dijo la princesa valerosa. Asintió con un poco de timidez⎯. Es lo que me ha hecho sentir Charlotte, Santos. Lo que ella ha hecho me ha dado una visión totalmente distinta a cuando llegué aquí a la ciudad.

Un escalofrío se formó en la piel sólo con que se le deletrease ese nombre, que sonaba a la misma serenidad y a la misma gloria. Tuvo Santos que girar su cabeza para encontrarse con la fijeza complicidad de Cristina María.

⎯¿La ha visto?

⎯Hace un par de días. ¿Recuerdas a mi doncella Véronique? Pues, se ha casado. He sido invitada a su boda ⎯le comentó la princesa con una sonrisa⎯. La boda fue en el Festival.

Santos hizo un sonido que había comprendido. No quiso mostrarse afectado por la mención de Charlotte en tal instante, después de días sin verla, y carraspeó con disimulo.

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Where stories live. Discover now