30. Perdiéndose en su mirada.

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La mañana había corrido y culminaba el sol en la punta tan arriba que el deseoso calor le sonrojó las mejillas. 

Se acomodó en el tronco y se enderezó. Divisó con borrosidad el sendero al que ya se había acostumbrado. Su rostro lo sintió caliente y aún debajo de las palmas de aquel árbol se sintió aprendida por el abrasador calor que se suponía ya no estar en aquel otoño largo y duradero. 

Pensando y dubitativa en cuanto a lo ocurrido, Charlotte miró a la nada por un instante. 

La soledad recorría sus pómulos heridos por el sol y su pecho se estremeció. El rostro de Charlotte se tornó impropio de ella. Perdido en sus pensamientos y aguantando la tristeza en su ceño. 

Charlotte extrañaba a sus hijos.

Sus ojos: nostálgicos, perdidos. 

No consideraría en vano el sacrificio tan grande que era estar tan lejos de los suyos. No era lo mismo. Pero Charlotte se sentía como en su hogar a mirar los ojos de las mujeres y hombres que había conocido, el pueblo de ellos también luchaba. El Festival también era de ellos. La gente de Charlotte y la gente de Soleil, de Alain, de Montfe, eran uno solo en cuanto a la justicia que podía en ese momento no ser certera. 

Por primera vez, Charlotte sentía desapego a su sueño.

La libertad…quién era ella para decidirla. Su pueblo era perseguido por creerlos a ellos ladrones, marginados, blasfemos, no queridos. En el Festival había gente que era mala. Muy mala. Ladrones, mentirosos, malhechores…incluso robaban al propio Festival y hacían desacuerdos en cuanto a las conmociones que ya París tenía contra ellos. Las mujeres y ancianas usaban a su beneficio la misericordia de algunos cuantos y los despojaban de pertenecías. El Festival conocía sus desgracias y había penitencias hacia estos. Pagaban los niños nacidos en la alcurnia, los ancianos cojos y ciegos, las mujeres enfermas. Las mujeres jóvenes como Charlotte siempre acusadas de brujas, que pactan con el diablo y fariseas. 

Sin embargo, en ese momento la mayoría de las cosas para ellas no eran justas. Crecer sin saber el origen no la había hecho feliz nunca. Muchas veces la juzgaron en el propio Festival: no pertenecía a ninguna familia de las comarcas, ni había padre o madre quien la presentara ante los demás. Recibía insultos por parte del lado al que Charlotte no comprendía. Creció sin saberlo, hasta que de tanto sentir destilación hacia su contra supo que algo sucedía e incluso cuando Marielle la presentaba como su propia hija. 

⎯Cuando te entregó aquella monja a mí, hija mía, en tus ojos pequeños miré que eras igual que ellos como eres igual que a mí ⎯había dicho el padre Benjamín siendo ella muy joven. 

¿Quién acaso la había traído al mundo? Entre sus faldas, sus cantos, sus bailes y su esperanza a la vida misma nunca entendió. Miraba el cielo unas cuantas veces en los pastizales y rezaba. Si Dios la había traído de esa forma al mundo, por qué trataría de objetarlo.

Al llegar al Festival cuando rondaba los seis años se miraba la diferencia abismal de una inocente niña gitana, sucia y con pies descalzos arribar a los brazos de Mairelle quién pidió al cielo la misericordia por ser madre. Y corrió hacia su primo hermano Germain para que la dejara pertenecer a ellos. El jefe gitano no conocía la piedad, y renegó de tal niña por asemejarse a los gadjos. Sin embargo, el corazón de Mairelle nunca se detuvo y la acogió como su propia hija. 

⎯Si no dejarás que esta inocente se quede junto a nosotros, me iré con ella.

Charlotte se crió bajo el  brazo de su inmaculada madre. Y se le dio el apellido de los Du Plessis, antes de siquiera saber qué el Festival la había corrido por creérsela una gadjo. 

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Where stories live. Discover now