37. ¿Ya no odias a tu enemigo?

20 3 0
                                    


Y al mirarla sonreír, el único pensamiento, devoto a la llamarada del alma, aquella que se enciende en cuanto los ojos miran la divinidad hecha para y por la gracia del cielo, que envía la bienquerencia al hombre, para convertir las penurias en la riqueza de sentir la gallardía, la esperanza, la misma luz: fue de belleza. Pocas veces la había notado reír de aquella forma, y mirándola directo a los ojos, entonces, creyó que no había cosa más bella. 

Sus abultadas mejillas subieron y para su mismo deleite le hizo dueño de querer observar un poco más. 

Charlotte se tomó su chal con la timidez impropia de ella,  y esperó a tenerlo cerca. El Juez se inclinaba y estiraba su mano para corresponderle a la suya, y un suave beso en las manos suaves de Charlotte la hizo aguantar la respiración. Su toque fue tan delicado.

⎯Madame.

⎯Señor.

La dama se reverenció un poco en el saludo.

⎯¿Me deja hacerle compañía?

Charlotte  abandonaba una risa.

⎯No deseo nada más.

Los dos quisieron estar más cerca del otro al empezar a caminar entre el tierno atardecer que ya se dejaba mirar. 

Sus rayos de luz pasaban entre ellos como dulce acaricia. 

Charlotte tosió un poco.

⎯¿Cómo ha estado todo, señor?

El Juez se sumergió en mirarla un momento antes de responderle. No quería hacerle llegar un mohín desesperanzador o uno triste y melancólico. Sin embargo sabía  muy bien que Charlotte necesitaba oír sobre las noticias que se enfrentaba la ciudad, y dijo después:

⎯Hay muchas cosas que pasan en París y temo que no haya quienes la detengan, aún. Las noticias no son buenas.

⎯¿A qué se refiere? ⎯las manos de Charlotte acomodaron su pelo para observarlo mejor, no tratando de ruborizarse por tenerlo así de cerca. 

⎯Comprenderá usted que los motines de cada lado del estado siempre estarán en guerra, y ahora con la muerte de unos mosqueteros del ministro se han alzados muchos. 

⎯¡Oh! ¿Mosqueteros del ministro? ⎯se impresionó Charlotte a esto, porque ella aún no conocía lo que sus amigos habían estado averiguando, y creía que esa noticia era tan conmovedora como otra cualquiera⎯. Qué extraño, ¿Cómo es posible que eso haya sucedido? 

⎯Quisiera también saberlo pero siéndole franco a usted…no tengo idea.

Habían llegado frente al arroyo que tenía el puente pequeño y ligero adornado por las mujeres con las ramas de claveles. El puente era tan pequeño y el arroyo lo era más que incluso podrían saltar para rodearlo, pero el Juez miró a Charlotte, dispuesto y ofreciéndole su mano otra vez.

⎯Permítame

⎯Puedo mojarme los pies, señor. No hay necesidad: observe.

A Charlotte se le iluminaron los ojos al decirlo y sonrió con deslumbre. Sus manos tomaron la falda, y sonriéndole al Juez, se acercó al arroyo. Apuntó los pies dentro del manantial y se puso de cuclillas.

⎯¡Oh! ¡Oh! Está helada, está fría. El sol no lo ha alcanzado…

El Juez trató de aguardar en sus comisuras el leve levantamiento y el roce de la serenidad que venía con el acto de mirarla, caminando para alcanzar la otra punta. Muy propio de aquella mujer pero que le había dado a él razones para admirarla aún más. 

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Where stories live. Discover now