22. Ni ladrona ni criminal

22 4 2
                                    


⎯A no ser que tenga una buena excusa  ⎯y el Juez se arregló su sombrero, observando fijamente a Ángelo⎯. Mintió. Su gente estaba robando.

⎯No es cierto ⎯Ángelo habló con fuerza. Yo nunca mentí. Este mercado sólo es para la gente pobre que no tiene nada qué comer. ¿Robar? ¿Trabajar es robar? No tenemos nada que ver con cualquier cosa de la que se que nos acusarán.

⎯Es ilegal y lo sabe ⎯corrigió el juez lo que trataba de decir Ángelo⎯, ésta clase de mercados está prohibido. Hágale saber a su gente que nada ganará robándole a París y robándose a ustedes mismos. No volveré defender a su gente.

⎯¡Defender! ⎯Ángelo colocó el sable en la otra mano⎯. ¡Defender, usted! No sea cínico y no vuelva a decir que somos ladrones. No hemos hecho nada malo. Los pobres comen por su trabajo y los nuestros también.

⎯Tome a toda su gente y sáquela de París antes de que la guardia venga hacia ustedes porque lo hará. Cualquiera que trabaja ilicitamente pagará las consecuencias.

⎯Yo no puedo decir, váyanse todos, no vuelvan nunca. Porque ellos seguirán viniendo y luchando. ¡No están robando! ¡No están haciendo nada malo !

⎯Pues bienvenido al mundo real, joven. Nadie es tan bienaventurado en esta tierra santa. Márchese de aquí. Le permito salir ileso con sus ancianos y niños, sáquelos de aquí. Sea misericordioso con su gente y lléveselos.

Sin embargo, con una mirada endurecida picó espuelas lejos de Ángelo, y cabalgó hacia el tumulto de mosqueteros apuntando al vulgo. Unas unidades retenían a las personas y otras casi arremeten contra los mismos. En ese momento estaban casi al mismo margen de la gente que se profetizaba adelante. Había bastantes esclavos.

⎯Señor ⎯el capitán Claude aparecía con todo y su séquito. Vestía el atuendo que rememoraba el partido de los mosqueteros.

El Juez oyó todo lo que tenía qué decir pero al mirar a la muchedumbre contra los mosqueteros y estos mismos contra la gente su atención la retenía con mayor austerismo. No lograba convencer a la multitud, pero su seriedad se vio envuelta en una irritación fugaz de lo que sus ojos veían.

⎯¿Puedo saber ahora porque este tumulto está siendo arremetido? No sólo es el barrio de Saint Antoine.

⎯Los habitantes de Saint Antoine comenzaron la incitación. Mis tropas tienen el derecho de calmar la provocación.

Alzó una mano para detenerlo.

⎯Arremeter contra esta gente traerá una peor consecuencia. Ordene a sus mosqueteros bajar las espadas, ningún semejante saldrá herido de esto. Mandelos a Saint Antoine y que arresten a cualquiera que se oponga, no aquí.

⎯Si mando a bajar nuestras espadas, esta gente acribillará el mayor número de guardias.

Se movió en su caballo y volteó a mirar al capitán Claude. Sus ojos grises echaron chispas y su ceño estaba comprimido por el coraje.

No respondió ante esto y el capitán ordenaba a sus mosqueteros ir contra lo que habían hecho desde un principio. Cuando menos se lo esperó, el capitán ordenó a sus mosqueteros seguir adelante.

Sin embargo, se movió hacia el frente. Bajó de su corcel, y antes de que aquel mosquetero pudiera incrustar el sable en el pecho de un hombre, tomó su muñeca con una maniobra desapercibida para el mosquetero y el sable desaparecía de sus manos.

El juez ya sostenía lo que era su sable envainada.

No la envainó hacia nadie y la punta del sable estaba hacia sí mismo.

Contempló con fijeza al mosquetero.

⎯Usted, mosquetero del Parlamento, mosquetero también del rey, no lastimará a esta gente antes de saber qué es lo que ocurre.

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Where stories live. Discover now