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Ahí es cuando el mesero interrumpe a ambos y les pregunta si todo va bien. Por el tono aburrido de su voz, se nota que dos personas besándose en una cabina por la noche es algo normal. Ambos dicen que están bien, por lo que él se va. Mientras, Sabrina intenta estabilizar su respiración.
"¿Te importa si fumo?"
"En realidad, sí. No me encanta el olor cuando está justo a mi lado." Responde, sabiendo que sería más fácil simplemente decir que sí y aceptar lo que él quiera debido a sus sentimientos. Pero no podía hacer eso, no a ella misma. Para su sorpresa, él vuelve a sonreír, con esa misma sonrisa rápida, como una daga que la amenaza con romper todas las promesas que alguna vez se había hecho a sí misma.
"Bueno, igual puedo hacerlo cuando estemos volviendo. ¿Venís conmigo, entonces?" Como si decir que no fuera alguna vez una opción.
"Sí." Pero ella duda. "¿Estás seguro de que no te importa mi falta de experiencia?"
"Vos estás obsesionada con eso mucho más que yo" Responde Jerónimo. "Como dije, no me molesta. Sólo decime lo que vos quieras hacer. Podés decidir." Y eso la toma por sorpresa.
"No soy muy buena liderando."
"No tenés que liderar, sólo decime qué querés probar y lo intentamos. Si empezamos algo y no te gusta, me lo decís y cambiamos a otra cosa." Su tono es casual, sin ningún tipo de timidez. Eso demostraba lo cómodo que se sentía con su propio cuerpo y sexo, algo muy lejos de lo que Sabrina era. Pero esa es la misma actitud que siempre le había parecido atractiva en sus transmisiones. Tener esta misma dirigida a ella es un poco alucinante. Combinado con la propuesta de hacer cualquier cosa con la que haya fantaseado con él, Sabrina está empezando a preguntarse si acababa de ganarse su propia lotería.
Siguiéndolo, sus ojos recorren desde su espalda hasta su cintura. Los nervios están a tope ahora, la idea de que realmente va ahí a perder el tiempo y muy probablemente tener sexo con él comienza a instalarse con sorprendente claridad. Todavía puede saborearlo en su boca por el beso anterior, y parece estar saltando emocionalmente del deseo abierto a la ansiedad pura.
Jerónimo abre la puerta trasera y ella lo sigue hasta un pequeño balcón de metal con una escalera que conduce a un callejón. La lluvia ya había parado y todo brillaba en las luces de la ciudad. Los charcos de agua son una colección multicolor de letreros de neón y farolas. Una vez que la pelirrubia está ahí junto a él, lo observa sacar una pequeña caja de cigarrillos del bolsillo de sus jeans, así como el encendedor que había conseguido antes. La llama parpadea intensamente en la oscuridad de la noche mientras enciende la punta del cilindro y le da una calada, inclinando su rostro lejos de ella mientras expulsaba el humo entre sus gruesos labios.
