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La lluvia cae a cántaros contra los escaparates de las tiendas. Malena suspira con nostalgia, apoyando su barbilla en la palma de su mano y vigilando su reloj. Faltaban cinco minutos para el cierre y se preguntaba cómo llegaría hasta su casa. Sólo tenía que caminar unos veinte minutos hasta su departamento, lo que normalmente no supone un problema para ella. Pero la tormenta de ese momento era intensa y quedaría completamente empapada si regresaba caminando. Por un momento tuvo la esperanza de que su novio le enviara un mensaje de texto y se ofreciera a ir a buscarla. No le gustaba tener que preguntárselo ella misma porque le preocupaba ser una molestia. Pero su teléfono está en silencio. No hay mensajes de texto de su novio. Tampoco hay nada de Blas.
De todas formas, no es como si le importara. Era bueno que no le enviara mensajes. Perfecto, incluso. Había pasado una semana desde el accidente en la fiesta, y no había visto ni escuchado nada de Blas desde entonces. Lo cual era bastante bueno porque ya estaba demasiado nerviosa con su novio, como si él la mirara durante demasiado tiempo y se diera cuenta de que había permitido que su bully de la infancia la toque. Esa era otra razón por la que no quería enviarle un mensaje de texto para preguntarle si podía ir a buscarla al trabajo. ¿Cómo se supone que iba a mudarse con él en un par de semanas cuando ni siquiera puede enviarle un mensaje de texto para pedirle un favor?
La pelinegra termina lo poco que necesita hacer en la tienda, deseando no estar cerrando sola esa noche para poder pedirle a su compañero de trabajo que la lleve. Luego, ella sale por debajo de la cortina metálica y se gira para cerrar la puerta. Las luces de un coche iluminan de repente el frente de la tienda, y ella sonrió en sus adentros. Su novio debió haber recordado que cerraba esa noche y había venido a buscarla. Rápidamente, sale corriendo bajo la lluvia, un poco cegada por las luces del auto, abre la puerta y entra. Al cerrar esta misma, Malena se da vuelta y gira para saludar a su novio, solo para darse cuenta de que está mirando directamente a Blas.
"¿Qué mierda?" Ella deja escapar, completamente confundida por lo que está viviendo en ese momento.
"Hola a vos también."
"¿Qué hacés acá?"
"Estabas por volver caminando a tu casa, ¿no? Estoy siendo amable nomás."
"Vos sos incapaz de ser amable." Espeta, todavía estando completamente desconcertada por la repentina aparición del más alto. "¿Cuál es la verdadera razón?"
El auto de Blas está cálido y la música suena tranquilamente. Ahora mismo él lleva un buzo negro con capucha y unos jeans rotos. Sus rizos se encuentran ligeramente húmedos por la lluvia. Ese olor familiar a su perfume y humo de cigarrillo flota y crea una atmósfera entre ambos. Su corazón se contrae de repente.
