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Florencia levanta la vista de su computadora portátil, bosteza y luego estira las piernas. Eran casi las diez de la noche y había perdido la noción del tiempo trabajando en su último proyecto. El comienzo de un dolor de cabeza se está gestando en ella, lo que indicaba que era momento de parar por esa noche y preparar algo de comer.
Aun así, ella se queda ahí, apoyando la barbilla en la palma de su mano para mirar distraídamente por el gran ventanal de su departamento, el cual da directamente al edificio que se sitúa frente al suyo. Sus ojos se toman su tiempo para moverse entre los distintos pisos. Había llegado a encontrar consuelo en la mayoría de ellos: el que siempre tiene varias plantas compitiendo por la luz del sol, otro que cambia entre tonos de color azul y rosa a altas horas de la noche, incluso la ventana que normalmente está cerrada. Todos estos se habían hecho conocidos en cierto modo. Es posible que no conozca a una sola persona en el edificio frente al suyo de manera real, pero de todos modos estaba familiarizada con los residentes de estos mismos.
Esta familiaridad a la que está acostumbrada es la forma en que nota un cambio de inmediato. Una ventana, normalmente vacía, ahora muestra la luz que se derrama sobre cajas de cartón y un sillón colocado al azar en el centro de la habitación. Seguramente debía haberse mudado un nuevo inquilino.
La pelirrubia continúa mirando, su mente vagando entre la enorme lista de todas las cosas que tiene que hacer al día siguiente cuando alguien entra al espacio de la ventana. Ella está tan acostumbrada a ver fotos instantáneas de la vida de los extraños en cualquier cosa que muestre la ventana que, en las raras ocasiones en que aparece una persona real, inmediatamente la saca de su ensoñación.
Un chico delgado abre una de las cajas y se inclina hacia adelante para rebuscar en ella. De su cuello cuelgan múltiples collares, los cuales él aparta con impaciencia mientras continúa su búsqueda. Su pelo es de un castaño algo oscuro y a la distancia se notan fácilmente los rizos que caen por su frente. El chico finalmente encuentra lo que busca y luego se incorpora. No parece tan alto. Viste un par de jeans holgados y una remera negra con algunas letras blancas que Florencia no logra distinguir de qué son. Luego desaparece, fuera de su cuadro de visión.
Ella mira con curiosidad en sus ojos durante un par de segundos antes de perder el interés y volver a sumergirse en su propia vida y a sus propios pensamientos.
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La segunda vez que Florencia ve a aquel misterioso chico es una semana después, una noche mientras estaba ordenando. Resulta que ella mira hacia arriba justo cuando él cruza la sala de estar. El castaño lleva una camiseta sin mangas y a causa de esto sus brazos bien tonificados están expuestos. Sus rasgos faciales se ven borrosos debido a la gran distancia, como si estuviera mirando algo bajo el agua. Luego él desaparece nuevamente.
