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Malena creía que lo único peor que una fiesta era una en una casa. Por supuesto, eso sólo podría significar que actualmente estaba atrapada en una.
Habiendo perdido la pista de su novio hace más de treinta minutos, ella se había rendido y estaba sentada en el borde de un sillón en la sala de estar, preguntándose si valdría la pena simplemente llamar a un remís e irse a su casa. Ella le envía un mensaje de texto, pero no obtiene respuesta. Habiéndose cansado de buscarlo entre el espeso grupo de personas, ahora está viendo un juego de beer pong mientras tamborilea distraídamente con los dedos contra su teléfono. La pequeña irritación que estaba experimentando antes ahora se ha convertido en una molestia total. Debería estar en casa ahora mismo, acurrucándose con su ansiedad por el trabajo de mañana y, en cambio, estaba atrapada en una joda al azar porque su novio le había rogado que fuera, aunque no estaba segura de que realmente le haya importado su presencia cuando se vio arrastrado por su grupo de amigos casi de inmediato.
Con un suspiro, ella decide dar una vuelta por última vez. Si no podía encontrarlo después de eso, se iba a ir. Abriéndose paso entre la multitud, echa un vistazo a la cocina. No logra reconocer a nadie y los aplausos provenientes de otra multitud de personas jugando al beer pong la hacen salir corriendo del área y regresar al living, preguntándose si debería revisar el patio trasero a continuación. Mientras está ahí, sin saber qué hacer, ve una figura familiar que se desliza por el lado opuesto de la habitación. Su pecho se contrae al ver a Blas. Perfecto, de todas las personas en el mundo, me vengo a encontrar con él. Ella piensa, decidida a que el pelinegro no la vea. Por alguna razón, Blas nunca abandonó su órbita aunque desearía que lo hiciera. Pero su círculo de amigos ocasionalmente se superponía con el suyo porque al universo le encantaba reírse de que se topara con su bully de la infancia cuando ya era una mujer adulta.
Blas parece desinteresado por todo lo que le rodea. Su rizos están prolijamente acomodados aunque el corte es nuevo; no lo tenía la última vez que lo había visto. Lleva una chaqueta sencilla como si sólo hubiera venido por algo y no se quedara. Del bolsillo de su chaqueta sobresale un paquete de cigarrillos y, mientras camina, un collar de plata que lleva puesto brilla bajo las luces. Alguien intenta llamar su atención y él lo ignora por completo, lo que hace que su enfado aumente. Blas Polidori siempre pensó que era mejor que los demás. Es imposible verlo y no tener destellos de las veces que la empujaba en el patio de recreo o le tiraba del pelo hasta que salía corriendo tratando de no llorar. Él perdió interés en ella después de un par de años, pero nunca pudo deshacerse de los nervios que experimentaba a su alrededor. Lógicamente, sabía que era lindo en ese estilo inaccesible y escultural (por lo alto que es, su postura, esos pómulos y la expresión altiva que siempre tiene), pero estar cerca de él durante más de unos segundos siempre resulta en lo mismo. Ambos discutiendo.
