Capítulo 18. El calor de un hogar.

19 6 1
                                    

Mandy se quedó en la florería hasta que mamá empezó a llamarme por teléfono preocupada por mi ausencia en la casa.

-Ya tengo que irme. -Dije yo guardando mi celular en el bolsillo de mi pantalón. Mandy que había estado arrancando las hojas secas de las rosas individuales me miró.

-Ah ya es tarde para mí también. -Decía ella. Le asentí.

-Eh te veo el domingo ¿no?

-Sí, vendré a ayudarte. -Dijo ella lo que yo había supuesto. Siempre aprovechaba para verme cuando yo regresaba a esta área por la que yo había crecido y ella seguía viviendo. Se acercó a darme ese común beso en la mejilla.

-Adiós...-Murmuré bajando la atención a mis bolsillos buscando las llaves del auto.

-Hasta el domingo. Traeré algo para que comamos. -Me dijo. Asentí ya sin agradecerle porque ella siempre hacía eso y aunque lo valoraba, ya me cansaba un poco tenerla todos los fines de semana en la florería trayéndome comida y en veces regalos. Era una buena amiga, pero en veces sentía que no se conformaría nunca con eso nada más.

Mandy se marchó en lo que yo terminé de guardar lo que había estado usando, me aseguré de que todas las ventanas tuvieran seguro, cerré todas las cortinas, y me puse mi chamarra con capucha porque ya había empezado a llover otra vez.

Salí de la florería poniendo llave y la cubrí con el barandal que amarré con la cadena y el candado. Se me iban entumiendo las manos porque el aire estaba muy frío y la lluvia sólo lo hacía peor.

Me di la vuelta castañeando los dientes, metiendo mi mano al bolsillo del pantalón para sacar las llaves del auto. Y tuve el pensamiento más raro. Calor. Había estado pensando en lo mucho que quería calor, prender la calefacción del auto, poner los dedos frente al aire caliente. Pero lo raro había sido que con pensar en esa sensación y en esa palabra me había venido una sola cosa a la cabeza. Eloína Pardo.

Pensaba en su bonita cara, sus oscuros ojos cafés, el largo cabello castaño, su bonita sonrisa, esa voz y risa tan suave. Su amabilidad, su atenta mirada, su sonrisa de ilusión, y la de emoción, e incluso esa sonrisa mientras lloraba. Todas sus sonrisas eran bonitas, todas desprendían cariño y tibieza. Esa era la sensación que me causaba, tibieza, un cómodo y tranquilo calor en mi pecho. Ahora no podía dejar de pensar en que incluso en tormentas de hielo me mantendría tibio y a salvo si tuviera a Eloína cerca.

¿Por qué era ella así? ¿Por qué me causaba ese cómodo sentimiento de armonía, tibieza, y pertenencia?

Entré al auto quedando más cómodo, pero un poco asustado con mis pensamientos tan raros, pero antes de que cerrara la puerta, noté algo... ¿alguien? Debajo del auto. Me volví a salir agachándome notando un sucio cachorro empapado, temblando de frio bajo mi auto.

-Ey...oye, tienes que salir de ahí, voy a prender el auto y no sé si eso te lastime. -Le advertí, pero el empapado perro sólo temblaba. -¿Me oyes? ¿Me entiendes? -Le pregunté, pero supuse que era obvio que no me entendía ¿o sí? ¿los perros entendían?

-Voy a prender el auto ¿no te va a pasar nada? -Lo intenté una vez más. El cachorro seguía debajo de mi auto sin dar señal de estar comprendiendo. Di un suspiro.

-Sal de ahí, no quiero que...ah eso fue fácil. -Dije confundido al haber metido mis brazos bajo el auto esperando que el perro se levantara y huyera de mi agarre, pero se había quedado quieto y yo lo había tomado entre mis manos con facilidad sacándolo de debajo del auto.

-Oye...hace frío ¿eh? -Me compadecí al sentir su empapado pelaje. Lo acuné en mis brazos. -Eres un cachorro sin suerte, aquí solo ¿Dónde está tu mamá y tus hermanos? Seguro tienes ¿eh? -Dije yo levantando la vista para inspeccionar la calle en busca de más perros, pero no se veía nada. Y sin embargo, quedé quieto al notar unos charcos acumulándose en el pavimento, al sentir la helada agua contra mi rostro. Miré el cielo, sintiendo las gotas golpeando en mi mejilla una y otra vez. Recordando quien era, de donde venía, lo que había sido.

Mi AlecWhere stories live. Discover now