Giro de tuerca I

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Los acontecimientos alrededor de la muerte de Dalmacio cayeron también sobre ellos durante los siguientes días. Llamadas, mensajes, incluso paquetes que no abrían y poco a poco se acumulaban frente a las puertas de los distintos departamentos del pasillo. Bianco llamaba para que los revisaran y sacaran, el pánico por nuevas bombas una amenaza real. Mantenían la televisión encendida día y noche en el canal de noticias locales. Al dormir, pasaban las horas de sueño en la habitación tras la seguridad de la puerta y de la solidez de un baúl. Por seguridad extra, Bianco pasaba un brazo alrededor de Sung, metía la mano bajo la almohada y aferraba su revolver pequeño pero letal en caso de intrusos.

El vidente cruzaba las piernas en el sofá mientras tomaban el desayuno frente a las noticias. Sus comidas y meriendas eran todos los días frente a los sucesos tan repetitivos que Sung tenía ya memorizado. Las ventanas estaban cubiertas por bolsas de basura, con la promesa de arreglo en los labios de Bianco en cuanto las cosas se calmaban.

Aparte de llevarse la vida del padre de los hermanos, el ataque había destruido las fachadas de los negocios cercanos y la normalidad de esa parte de la ciudad. Escenas de personas mutiladas llenaban con morbosidad las pantallas, clips de la explosión desde diferentes ángulos gracias a la adicción de los ciudadanos por sus teléfonos.

El auto ardiente en llamas estaba grabado en ambos pares de pupilas. A veces, entrelazaban las manos para tranquilizar sus propios terrores. Al final, eran hijos y el amor filial seguía bastante presente en el centro de sus mentes. Besos se escapaban aquí y allá, sus cuerpos solo un puente para apartarse unos minutos de la realidad.

Sin embargo, la tragedia no dejaba de manchar la jornada de cada día. Los trabajos de construcción no llamaban tanto la atención como el vídeo de los cadáveres quemándose igual las parrillas tan populares de la zona. El esqueleto del cacharro de la carrocería hundiéndose en sí mismo por la temperatura, el rumor en carboncillo de hombres atrapados en ese ataúd de cenizas. La forma de calavera y de esqueleto que seguro era Dalmacio parecía moverse en la búsqueda de una salida, aunque el vidente supiera que solo era efecto de su mente.

Ese día, mientras Bianco se vestía para irse a un trabajo que ya no podía seguir retrasando, Sung le hizo una pregunta. La única de las que llegaría a arrepentirse cuando la recordara en las horas de soledad de esa tarde.

—¿Vas a ir pese a que no he tenido visiones de tu muerte? —Evitando sus ojos, se cortaba las uñas, las limaba con cuidado y las pintaba con cuidado. En medio de sus conversación, arrojaba miradas a la maleta a medio deshacer en medio de la sala—. Desde que estoy aquí, no he parado de pensar en que duermo muy bien desde ese día.

Bianco asintió frente al espejo, cruzándose la corbata de un lado a otro antes de terminar de atarla. El traje transformaba su luto en elegancia, la amargura de su nueva orfandad en pasividad. Sung aprendía que las apariencias de las personas hermosas solía darles una carta extra de confianza frente a los demás. El vidente nunca habría pensado que era un violador serial solo por mirarlo a la cara.

—Si muero, es algo más que el destino lo que guía mis pasos. No tengo miedo de ello. —Terminó de arreglarse con un par de gemelos en los puños de su traje. Acarició sus propios puños, examinándose de arriba a abajo. Satisfecho de su propia apariencia, una sonrisa en su expresión, dejó su admiración y se acercó a Sung. Besó su frente, desordenándole los cabellos—. Aparte, seguro ya me habrías advertido de cualquier tipo de peligro. Confío en ti, Sung.

—Eres un tonto. Lo sabías, ¿no? —Se limpió los restos de saliva de la piel, sus labios empalidecidos por las imágenes atrapadas en uno de los papeles de esa maleta. Entre las pocas pertenencias rescatadas por Bianco, los sobres de las visiones estaban entre sus prioridades—. El más tonto....

La perfidia de la sarraceniaWhere stories live. Discover now