Borrones de tinta

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Los días pasaban uno a uno, sin traer ni la amenaza de muerte por parte de Bianco o las miradas de falsa calidez de Michel. Las bandejas de comida llegaban sin notas y las visiones eran un borrón de imágenes entre calores más soportables. Solo las conversaciones del teléfono bien oculto entre las tablas del piso, las palabras de las personas en las visiones y los susurros en la oficina desde que Dalmacio ocupara otra vez su espacio tras la mesa del escritorio.

Ya voy de camino. Llegaré en un par de horas más, pero me verás hasta la noche.

Las palabras aparecieron en la pantalla de colores brillantes. Apretó el objeto contra su pecho, la vibración de los siguientes mensajes cosquilleaban la piel de su pecho. Claro, por supuesto, se recordó el vidente. La boda se acercaba a una velocidad difícil de distinguir en medio del paso de los días iguales unos a otros. Parpadeó, estirándose en medio de la cama hecha por obra y gracia de una renovada energía que lo atacaba de pronto, igual a las brisas que entraban por la ventana.

El vacío del principio ya no lo atacaba al pensar en el próximo matrimonio, solo un peso de imparable destrucción. Las manos se le helaban, los temblores le controlaban al punto de no poder ni siquiera terminar los platos. Sacar información al respecto tampoco servía con su padre siempre colgado como amenaza implícita. Shin era una aliada hasta donde le fuera útil. Tener mayores esperanzas sería caer en la tontería.

Bianco está dejando las puertas de la oficina abierta. Supongo que debo estar atento a posibles nuevas reuniones.

La contestación siquiera tardó cinco minutos. El pitido lo recordó quitar otra vez el sonido del objeto. Apretó el par de botones. Suspiró, pensando que incluso olvidó hacer eso.

La única conversación sobre el asunto la escuché de Michel. La información útil de la oficina ya no existe. Al parecer, se están mudando a otra zona aún no localizada.

Las cejas de Sung subieron de la sorpresa. Ninguna mención del asunto aparecía en sus visiones. Su estómago se contorsionó a la visión del viejo departamento. Se aferró con una mano a la colcha tan suave como la crema, aspiró el olor de las cremas tan caras y estiró los pies en el aire todo lo que pudo, el espacio demasiado amplio para abarcarlo todo.

No quiero volver a ese lugar. Si sucede algo así, debes convencerlo para que me dejen aquí y usen mis servicios así.

Shin debía estar en el auto con miembros de su propia familia, escribiendo de forma tan seguido. No existía el mínimo miedo en el tono de sus frases, solo una curiosidad cada vez más aguda que empezaba a asomarse en sus nuevas interacciones. Se preguntaba cómo se sentiría tener tal posición que los demás solo tuvieran opción de rendirse a tus encantos, de cumplir cada uno de tus caprichos.

Los ojos del vidente parpadearon para eliminar las lágrimas, la estela de su existencia ligera en el colchón de sábanas tan cómodas como el algodón. ¿No sería fantástico existir en una realidad así?

¿Ese lugar? ¿Dónde te tenían antes? ¿Hace cuánto?

Sung se mordió el labio inferior, los pensamientos y las memorias metiéndose bajo la piel, acariciándole las piernas y los dedos con el terror de la metida de pata. ¿Sería mejor decirle ahora? ¿En el futuro? ¿Nunca? Al llevar un dedo a sus labios, empezó a chuparlo y mordisquear la piel hasta que los golpes de dolor lo obligaron a apartar la mano. El sudor corría sobre su piel como una capa adicional de ropa, el cabello pesado contra su nuca, sus dedos agarrotados por el terror de la muy cercana traición.

No recuerdo cuanto, en realidad. No tenía reloj.

Se le podía perdonar la mentira, ¿no? En especial cuando la verdad lo metía siempre en tantos problemas. Decidió, en el segundo que se tarda en apartarse de un vehículo en movimiento, guardarse el secreto del departamento hasta que el destino de Jano fuera por ineludible por propia acción. Se calló las preocupaciones y siguió tecleando.

La perfidia de la sarraceniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora