Razones I

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Sung abrió los ojos y se encontró de pie, envuelto en las sombras del futuro. Miró su cuerpo, el hanfu blanco de motas grises ocultaba la desnudez de su forma en el mundo real. Apretó las manos, confuso sobre el tipo de visión al que se enfrentaría. Su mente estaba todavía ahogada en la marea del sexo, pero la parte experta en discernir información pronto encontró que esa visión no era normal.

No existía camino ni una sombra de meta. Por más que andaba, la niebla solo crecía en grosor, la punta de su nariz máxima distancia para lo que alcanzaba a vislumbrar. Se detuvo y giró sobre sí mientras buscaba el mínimo signo de luz, de color. Blancura, nubes y espacio infinito era lo único para ver. Intentó gritar. La garganta le dolió, pero ni un solo sonido salió.

Jano aguardaba algo de él, un pensamiento concreto para mostrarle sus intenciones.

Lamentablemente, en ese mundo no existía el tiempo ni el espacio para las pistas y su esperanza murió cuando el primer chispazo de miedo estalló en su estómago. El constante movimiento del futuro no lo asustaba si podía comer algo más que arepas y dormir en una cama de sábanas limpias. ¿Acaso se vería atrapado allí hasta que su propio cuerpo se pudriera en algún hueco anónimo? ¿Siquiera Michel le velaría o se desharía de su existencia, junto a la de su padre? Esas eran las preguntas más amables que formaba su cerebro. Entre más andaba, menos cansado se sentía y más horrorosos se volvían sus pensamientos.

¿Era posible morir en un mundo donde no había ni inicio ni fin? La eternidad a solas, en silencio, sería un castigo que no se había ganado. Sung evitó detenerse cuando el pánico consumió su mente, sus puños apretados en el ritmo intenso que se había impuesto. Quizás, y la idea no lo tranquilizaba, se encontraría de cara a cara con otro igual a él y podría colocar algo de razón a su propia existencia.

Con ese pensamiento llegó la sensación de ser observado por una presencia oculta en los límites del anonimato. La garganta se le cerró, la respiración fallándole. Se obligó a parar cuando sus pulmones se quedaron sin aire. Cayó de rodillas, y el golpe contra el suelo negro despejó el humo del tiempo, el mundo volviéndose oscuridad.

Sung se hundió en el vacío sin moverse, igual que si estuviera en una plataforma invisible que bajaba a gran velocidad. Arrodillado, el viento desordenó sus cabellos y sus ropas. Los límites del infinito se definieron en las líneas de muebles, de una ventana sin cortinas. Aún así, el mundo permaneció negro. No gris, como el resto de sus visiones, sino de una oscuridad de previo amanecer donde todo era definible en tamaño, más no en naturaleza. La ciudad parecía vacía en esa imagen sin vida, el reflejo de las luces exteriores siempre de grados de blanco en el monocroma.

Era él la única persona a color. Sus uñas rosadas, sus manos pálidos en distintos tonos. De captarse en el espejo de cuerpo entero, seguro su mirada sería de un naranja brillante. Era él, mensaje y mensajero, el receptor de los suspiros de Jano. Estaba solo en el departamento donde todo había empezado más de un año atrás.

Aún así, la sensación de ser observado permaneció y Sung no se animó a moverse. Jano trataba de comunicarse, travieso como era, aunque sus mensajes no eran nada agradables en los últimos tiempos. La pesadez sumergió el estómago del vidente en un mar de nauseas al reconocer el lugar. Solo en sus pesadillas volvía a las cuatro paredes originales de su encierro.

A su alrededor, justo en el punto ciego de su visión, el joven creyó escuchar el rumor de una respiración. Junto a la puerta del baño. Por primera vez en una visión, el escalofrío del miedo lo dominó al punto de la parálisis. El ácido gástrico tenía el sabor del ramen, el ardor doloroso en la boca de su estómago.

No estaba preparado para asomarse a su propio futuro.

En una de las paredes, Sung identificó las formas de los familiares cuadros de barcos y de payasos. Sin tener que tocar nada, sabría en cual dirección se encontraba el baño o la puerta de entrada. Si lograba reunir el valor, podría intentar contar las líneas de los días para ver si se encontraba en el pasado o en el futuro lejano. Debían ser mayores a 236... ¿O 258?

La perfidia de la sarraceniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora