Dimensiones de la mentira II

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Sung no se movió de la tina cuando la puerta se abrió. Siguió restregando su pierna, la mancha de la tierra oscureciendo su rodilla. Era irritante que su piel capturara tan bien las marcas. Más de una vez se encontraba cubierto de moretones al caerse de la cama. Las pesadillas cada vez más frecuentes no ayudaban a permanecer quieto en medio de ese colchón tan suave. Se acarició los cabellos con extremo cuidado, el agua cálida y maravillosa. Llenó uno de los envases de cerámica, pintados a mano por algún niño pobre de esa región, y se lo vació en la cabeza.
Pasos ligeros se dirigieron en esa dirección, la suela de cuero resonando en las baldosas del baño. El crujido de la puerta reveló paciencia, cuidado. Sin embargo, el agua estaba tan cálida y se encontraba tan cómodo entre las burbujas, que decidió no gritarle a Bianco por invadir su privacidad y observarlo bañarse. Se restregó la cara, frunciendo el ceño mientras apartaba los cabellos de su frente.
Levantó la mirada y se encontró con los fríos ojos de Michel en lugar del fuego verde de Bianco. Su corazón se detuvo un segundo, suficiente para paralizar su respiración. El hombre vestido rió, sus ojos igual a dos rendijas al inclinarse, tomar su barbilla y cerrar su boca con un movimiento suave.
-El chico guapo no debe sentirse intimidado por mi presencia. Por el contrario, verte desnudo siempre logra quitarme el aliento. -Su roce se volvió una caricia en la totalidad de su rostro. Aspiró el aroma de los jabones, de Sung-. No sabes lo que te he extrañado, mi precioso vidente.
Se inclinó aún más, el vidente cerró los ojos en el momento en que sus labios se rozaron. Entreabrió la boca para apenas tocar su lengua, el contacto débil, flojo, pero aún así tan intenso que Sung se encontró levantándose con las caderas para corresponder la intensidad del deseo en su estómago. Michel lo sostuvo sin cuidado, sus dedos acariciándole la piel húmeda, separándose apenas para verlo a los ojos.
Atacó de nuevo antes de que Sung soltara alguna palabra.
Sin embargo, no sabía si por la distancia o por el tiempo que no se veían, pero el contacto físico no estaba haciendo nada para aliviarlo. Eran agradables las caricias, los besos en su mejilla, boca y cuello. Aún así, no apartaron sus pensamientos de la información que Shin soltó con tanta naturalidad en su reunión.
La sonrisa del rostro de la mujer era amable cuando sus labios comenzaron a moverse.
No tenemos información de tu padre en Venezuela, Sung. El último registro de movimientos es de un billete de avión de salida hace dos meses.
¿A dónde?
Aquí. Hong Kong. Tendrás que darme unos días más para averiguar sus movimientos aquí,
Sung succionó los labios de Michel, el sonido resonando en medio de la habitación. Se colgó de sus hombros, acariciando su cuello y su nuca con dedos delicados, delgados, iguales a agujas en la piel. Clavó sus uñas suficiente para hacerlo jadear, su sonrisa amarga cuando el mafioso lo sujetó de la cintura y lo cargó en brazos.
Su cuerpo empapado pronto dejó igual las ropas contrarias, la camisa blanca marcaba la forma de los músculos contrarios. Se sonrió a sí mismo, incapaz de comprender por qué el hombre que le atraía tanto tenía que enviar tantas señales mixtas. Si lo que decía Shin era por completo correcto, cosa que podía creer porque no tenía una razón real para mentirle, Michel se había desaparecido tanto tiempo porque no podía mirarlo a la cara.
O estaba muy ocupado torturando a su padre para molestarse en verlo a él. La mera idea lo hizo estremecerse, su cuerpo tenso bajo las manos tan cálidas del hombre. Después de apartar sus cabellos mojados, Michel besó su frente un par de veces. Una sonrisa graciosa, divertida, cruzó sus labios igual a una sombra.
Se inclinó sobre él, sus narices rozándose en ese espacio.
-Sung, estoy aquí de nuevo, pero ahora pareces tan lejos de mí que parece imposible llegar a ti. -Giró sobre sí para caer a su lado, sus ojos todavía atentos a la expresión extraña del chico-. Aparte de mi alejamiento... ¿Hice algo para molestarte?
Sung parpadeó, siempre sorprendido de la capacidad de Michel de controlar la situación. Estiró los brazos sobre su cabeza, el frío del lugar se combinaba con la suavidad de las cobijas, el calor de su ¿novio? ¿secuestrador? No existía otro momento mejor que este, por ello, rodó sobre sí mismo y acarició su brazo.
-Michel... Tuve una visión hace unos días, de sangre y de fuego. -Lo miró a los ojos, esperando que la mentira no alcanzara su expresión-. De que mi padre había sufrido daños... Lo cual es extraño, porque solo puedo tener visiones de gente cercana físicamente a mí.
El mafioso parpadeó antes de soltar una carcajada. Se apoyó en su espalda, mirando el techo por unos segundos mientras suspiraba.
-A ti no se te escapa nada, ¿no es así? Increíble que... Incluso esos detalles sean relevantes para ti. -Cerró los ojos unos segundos-... Sí, he traído a tu padre a China. Lo tenemos en una casa segura de Tai Poh, No, no es como te teníamos a ti. Eso sí sería peligroso. Después de lo difícil que está allá... Tener agua caliente y un sitio para dormir debe ser una bendición.
La risa de Michel aumentó. El cuerpo de Sung se quedó frío, tieso, igual a cómo se sentía ahora que estaba por completo atado a ellos. Su padre sufriría verdaderos daños, su padre que se encontraba ahora cerca... Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero esta vez no los contuvo. Se cubrió el rostro con ambos antebrazos, dejándose caer en el peso de la tensión tantos meses acumulada.
-¿Y el dinero que le estabas enviando?
-Ahora lo usamos para cuidarlo... -Una risilla, un carraspeo. Michel encontraba su sufrimiento siempre de lo más entretenido. Volvió su ataque a su piel, ligeros mordiscos en la pielc como piquetes de mosquitos-. No querríamos que nuestro buen amigo sufriera, así que continuemos dando lo mejor de nosotros. No, ¿Sung?
-Sí... -Susurró mientras los roces se volvían más cálidos, bajaban a sitios más secretos y privados. El mafioso se subió sobre él, sus manos a cada lado de su torso. Su lengua limpio las lágrimas que no pudo contener más. La red de la araña se cerraba cada vez más a su alrededor, volviendo imposible cualquier movimiento en falso.
El temor de que todas sus mentiras fueran descubiertas enfrío cualquier ánimo de su cuerpo. Michel lo notó, su enojo muy superficial pero lo suficiente presente para que Sung temiera.
-Ah. Al parecer no soy tanto de tu agrado hoy...
-No es eso, Michel. -cortó quizás con demasiada brusquedad. Continuó-. Es que todas las preocupaciones con mi padre me tienen mal. Deberías comprenderme, pareces tener los mismos temores con Dalmacio.
-Es solo mi tío y ya está viejo. Igual con tu padre. Van a morir, ¿no? Nosotros en cambio... Viviremos por siempre.
A semejante declaración, Sung lo miró sin expresión en la cara.
El mafioso chasqueó la lengua, deslizando sus dedos ya en el estómago ajeno. Lamió la línea de su esternón, caricias en círculos en los pezones contrarios. Sung jadeó, queriendo quitarlo de encima y, al mismo tiempo, sabiéndose incapaz de pisar en falso por él.
-Michel... Estoy intentando mantener una conversación contigo...
-Y yo estoy intentando fornicar a tu lado, tocarte, disfrutar todo lo que nos hemos negado estos meses. -Sus palabras eran lentas en su oído, delicadas en cada uno de los aspectos necesarios para encantar. La carne de Sung era muy débil y él lo estaba utilizando en su contra.
El vidente cruzó los brazos sobre su rostro cuando empezó a succionar la piel con renovada fuerza. El chasquido de sus labios, la humedad del calor, la nube contra su piel, todo ello lo hizo arquearse. Apretó las rodillas, su atención fija en un solo lugar, el rostro de su padre flotaba en medio de la habitación.
-... Michel... Espera... Mi padre, yo... Yo quiero saber cómo está... Ahh...
-Shhh... Solo déjate ir...
La voz reverberó contra su carne, bajo sus tejidos, en el centro mismo de sus moléculas. Sung escapó en un suspiro desde el fondo de su estómago. La boca contraria ahora besaba su vientre, el desesperado toque tanteaba y jugaba en un cosquilleo que su mente no podía ignorar. las preocupaciones seguían en su cabeza, pero su cuerpo volvía a tomar la delantera.
Las grandes manos ajenas separaron sus piernas para ubicarse con comodidad. Michel se irguió unos centímetros, su sonrisa traviesa cubierta por la sombra de sus cabellos ahora desordenados. El control del que siempre era dueño ahora se escapaba por él, por su placer. Sung se sintió halagado a su pesar.
La locura de esas cuatro paredes llegó a él finalmente, consciente que no permitiría que nadie interrumpiera ese momento por nada del mundo. Separó lo que pudo las piernas, desviando la mirada para no ver el instante exacto en el que Michel tomó su erección entre sus manos y la llevó a su boca.
La humedad casi lo hace llorar, junto al doloroso roce de unos dientes contra la delicada punta. Se negó a mirar aún así, la boca ajena ruda y concentrada en dominar al tiempo que daba placer. El poder era claro al decir «Te doy esto porque puedo, pero también puedo quitártelo».

La perfidia de la sarraceniaWhere stories live. Discover now