Manos que se ayudan

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El calor esos días era igual al desierto de sus visiones. Las ropas llenas de colores estaban colgadas en su closet, las ventanas abiertas de par en par en deseo de capturar algún resto de brisa. La cama deshecha porque no podía molestarse en levantarse de la única zona fría del lugar. Frente al ventilador de aspas plateadas, toques de la piel del vidente escapaban de la cobertura de la túnica interior. Sus cabellos estaban húmedos por la ducha, sus ojos entreabiertos y sus pestañas temblando en la somnolencia de varias noches sin dormir.

Michel llevaba sin aparecer desde el incidente de la bañera. Ardían las zonas de la piel donde sus dedos acariciaron, deseosa cada célula por el roce de un solo dedo. Sin embargo, su cerebro también estaba enfocado en la claridad que su intoxicante presencia dejaba. Incluso las visiones eran menos agresivas, concentradas solo en negocios futuros y en guerras a explotar, todo anotado en un cuaderno bien oculto bajo su cama.

Estiró un brazo sobre su cabeza, rozándose la frente cálida, pegajosa por el sudor y el serum obligatorio en su rutina de belleza. Estar adentro no solucionaba para nada esa oleada del sol. Ni siquiera sus ligeras ropas eran suficientes. La desnudez no era una opción, por supuesto. Sung tenía una idea de lo que Bianco haría si lo pillaba tan expuesto. Se ladeó en un movimiento, la parte superior de su cuerpo ya lo suficiente caliente.

Con un brazo como almohada, se acurrucó en la alfombra y cerró los ojos. A unos centímetros, el teléfono vibró. Una sonrisa igual a una serpiente se asomó en su rostro, entreabriendo las rendijas para estirar los dedos y tocar la superficie oscura. Elevó los brazos y luego los bajó suficiente para leer la simple frase.

Hoy iremos a consultar la pista que nos diste.

La relación de negocios de los últimos tiempos causaba una serie de satisfacciones en Sung. Una pista aquí y allá, un comentario en la dirección correcta, y ahora se encontraba en el buen lado de Shin. Sus visiones también estaban derramándose en esa dirección. Si bien no tenía ni una sola pista sobre la relación de las hermanas y Temujin, ahora sí la tenía de los asuntos familiares más intrínsecos, de los lazos que se encontraban entre la mafia de Dalmacio y de la familia contraria.

El contenedor ha de salir desde el Puerto Victoria a las 22:00 de mañana. Azul y negro, terminal 23FT. Por Ciudad Kennedy sufrirá una ligera avería en la cámara de refrigeración. que lo hará detenerse un par de horas.

Aunque no tenía que comentar nada, sabía que eso era tiempo de sobra para cargar la mercancía a bajarse en el mar coreano por piratas. Apretó los labios, deseoso de borrar la imagen acompañándose de esa información, de los gritos y de los llantos silenciosos de los seres atados por cadenas. Era obvio, tomando en cuenta la facilidad en la que lo transportaban a él.

El control del tráfico de personas en el puerto era la principal negociación en torno al matrimonio. Desde las rutas de los camiones a los sitios de transporte, pasaban también por las principales zonas de almacenamiento de la mercancía hasta las áreas de mayor concentración de migrantes y de trabajadores pobres.

Entre más información conocía, más repugnante encontraba el vidente toda la situación. Nadie vendría a rescatarlo, sin dudas. Las redes de la corrupción eran muy largas, y amplias. Sung era solo un migrante más sin amigos, aislado, por completo solo. Su desaparición no levantaría cejas en ningún policía internacional.

Dalmacio y Temujin se volverían parte del mismo lado en cuanto Michel firmara el acta de matrimonio, la pesadilla de todos aquellos con ilusiones en exceso grandes para las cartas que le tocaron. Sung suspiró, repitiéndose su mantra de nuevo. A él lo coercionaban para ayudar, tenían a su padre de rehén. El futuro de esas víctimas atadas no era su responsabilidad. Él solo daba información de algo que ya pasaría.

La perfidia de la sarraceniaWhere stories live. Discover now