Dimensiones de la mentira I

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La próxima muerte de Bianco debía quitarle el sueño, pero, a ciencia cierta, es que no recordaba la última vez que había descansado tan bien. Sonreía cuando la sombra de ese fantasma cruzaba por su mente, las esquinas oscuras y la penumbra de las noches siempre buena compañía cuando Bianco sangrante dormitaba a los pies de su cama.

Sin embargo, calló igual a las tumbas y dedicó esa energía a planear próximas mentiras. Lo encontró sencillo, quizás demasiado, al describir a esa bella mujer de ojos negros, cabello largo y de gusto exquisito. La imaginó de andar elegante, de voz igual a un susurro del viento entre las montañas. Fría, pero cariñosa en los andares de su amado. Cálida, pero no pegajosa cuando se encuentra frente a la calma de su marido. Relatos contó a Bianco de supuestas visiones con ellos juntos, allí cuando fue a dejar el almuerzo junto a una copa de vino caro.

—Veo que tendrán dos hijos, una niña y un niño. Serán iguales a ti, pero tendrán la nobleza de ella. —Se encontró narrando, su lengua suelta y sus habilidades otra vez invencibles al narrar—. Te gustará mucho la vida con ella... Te lo aseguro.

—¿Y qué más? Anda, dime más. ¿Dónde viviremos? ¿Cómo se llamarán los niños? Quiero saberlo todo si es posible... Digo, para estar listo y gustarle a ella.

A su vez, el rubio respondía con un entusiasmo difícil de disimular. La puerta de la oficina bien cerrada para sentarse frente a la rendija todo lo que quisiera. El brillo de esos bonitos ojos ya no era de crueldad, sino de una llamativa esperanza por encontrar consuelo, amor y cariño. Sung sonreía ladino, por primera vez comprendiendo la fascinación de hombre por el control y el daño.

Se echó atrás, su sitio sobre la alfombra de completa relajación. Una muñeca sobre una rodilla flexionada, la otra descuidada en su regazo. Se desordenaba el cabello y daba un sorbo de la copita de vino antes de inclinarse, mirarlo a la cara y ampliar la sonrisa. Su tono serio, de disculpa. Su mueca entre sarcástica y apocopada.

—No puedo decirte más, Bianco. —Respondió sin aguantar la risa ante la evidente decepción de su cliente, porque eso era ahora el mafioso—. Pero sabes que mis visiones se agudizan por el contacto. Si deseamos saber más, porque yo también quiero, debes venir y permanecer mucho más tiempo.

—Sabes que no puedo —respondió desordenándose la chaqueta, su cabello apenas un césped recién nacido en la tierra de su cabeza—. ¿Por qué crees no viene Michel? El viejo tiene espías hasta a nosotros después del éxito del puerto junto a la familia de Temujin.

Sung se mordió el labio hasta hacerlo sangrar, el dolor ayudándolo a desviarse de los recuerdos de los llantos de niño.

—No es mi culpa que sean tan descuidados los dos. Deben incluirlo. Y quiero verlo, hay temas que deseo discutir con él. —El rubio soltó un silbido pero no dijo nada. Desde que supo la visión, tenía un renovado respeto por su prisionero—. Respecto a mi padre y su vida. Quiero pruebas. De otra forma, no seguiré hablándoles de las visiones ni de los negocios.

Se cruzó de brazos, su rostro por completo neutro como si en su interior no estuviera sufriendo una bajada de presión. Se sujetó las mangas para no sufrir un desmayo cuando Bianco enarcó las cejas y una chispa de peligro cruzó en sus ojos. Se acercó un par de pasos e introdujo la mano en la rendija para acariciar sus cabellos.

Tomó uno de sus mechones, deslizándolos entre sus dedos. Los giró para enrularlos y los llevó a su nariz. Aspiró con lentitud. Las aletas de su nariz se estremecieron igual que las entrañas del vidente. Repulsión, rechazo. Una pizca de odio. Bianco lo olió todo en el perfume de su shampoo caro.

—Haré llegar tu mensaje, claro, mi querido y hermoso vidente.

Soltó el cabello con el gesto que se utiliza al lanzar basura en la calle, sin darle la mínima importancia si caía o no dentro de la cesta. Sung se echó atrás, sus manos empujándolo lejos de las manos largas y llenas de anormalidad. En silencio, igual a una pantera en medio de la selva, Bianco recogió los restos de la comida y se puso en pie. Colocó el seguro de la rendija, volvió a mover el mueble frente a la puerta, sellándole del mundo.

La perfidia de la sarraceniaWhere stories live. Discover now