Tensiones fuera de serie

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A la luz del día, la habitación era mucho más agradable. Las paredes eran de un color gris perla. La cama con cortinas de dosel de tamaño king justo en la pared contraria a la pintura del amanecer y la puerta de escape.

A la izquierda, la ventana y el escritorio. A la derecha, la mesa de noche, la entrada del baño y el closet principal. La distancia entre cada uno de los objetos marcaba el rectángulo del lugar. Sung se estiró, el descanso en una cama decente marcó la diferencia entre su ánimo pasado y el actual. Bostezó, volviendo a recostarse entre las almohadas un par de minutos más antes de soltar un sonoro suspiro y ponerse en pie de un impulso. Estiró su cuerpo en una de sus rutinas preferidas, los músculos pronto calentándose. Se tocó los dedos de los pies, movió sus caderas de lado a lado y sus hombros hasta que la sangre corrió por cada esquina de sí mismo.

Suspiró de nuevo. Desde que se encontraba en esa situación, los sonidos que salían de él recordaban a los ancianos de la plaza frente a su casa.

A veces se sentía como ellos, perdido en medio de sus dolores y su propios problemas para disfrutar el lujo de esa nueva situación. Se levantó a cambiarse a uno de los hanboks modernos, tan cómodos con sus telas ligeras de algodón y colores brillantes, pero suficiente discretos para el día a día. Sung no sabía si el baji estaba bien colocado o si la jeogori se ataba bien a su cuerpo, después de todo la ropa era un par de tallas más grande de lo debido, sin embargo, al fin se sentía cómodo en algo.

Tampoco es que saldría a alguna parte.

Volvió a la cama para acomodar las cobijas y las almohadas. Cerró las cortinas de rosa salmón antes de volcar su atención a los desastres de la habitación. Mientras, sus pensamientos se dirigieron a las últimas semanas. Ahora que cierta paz rodeaba el aura de sus acciones, debía ordenar sus pensamientos y planear sus siguientes pasos. Además, debía contar los días o se vería arrastrado en la ilusión del tiempo.

Y, aún más que todo, su atención estaba fija en las relaciones de la mafia, cada vez más complejas.

El hombre de los pendientes azules era una incógnita que arrastraba a su espalda desde la ejecución privada tras el espejo. El color indicaba información relevante para su ahora específico. ¿Lo conocería más adelante? ¿Volvería a aparecer en una visión? Su presentimiento le decía que no quería nada alrededor de ese hombre, pero la llamada de Jano era clara. De un momento a otro, antes de que siquiera pudiera pensarlo, los pendientes azules golpearían su vida como la ola de un tsunami. Era un puente que debería cruzar o morir ahogado en el río de los puños de Bianco.

Se arregló los cabellos, enfocándose en las puntas con el trozo del cepillo. La dieta equilibrada y los tratamientos de los últimos tiempos hicieron maravillas en él. Cada vez que se miraba al espejo, se encontraba una versión de sí mismo con la que siempre había soñado. Era una ironía lo que el destino le deparaba, sin duda. De haberlo sabido, nunca hubiera abandonado Venezuela. El contexto del ahora resultado de planes por completo ajenos a lo que deseaban sus ojos.

El jefe de la mafia llevaba un par de días sin aparecer por la oficina. La casa, pese a ello, seguía su ritmo monótono, así que su ausencia no debía ser algo grave. Sus comidas eran deslizadas por la ranura de la puerta, sus ropas en el cesto sucio en bolsas de lavandería cada par de días. La actividad de cuidarlo se hacía ahora con la eficiencia y la ausencia deferente a un animal en cautiverio.

Ya no eran recovecos de escaleras infinitas lo que lo separaba de la libertad. Su única vía de escape era atravesar el infierno que era el espacio entre su cama y la puerta. De la puerta al pasillo y de allí a la puerta de entrada. Sería un camino de ¿cinco? ¿Diez minutos? El cálculo de las distancias era un arte que temía haber perdido.

La perfidia de la sarraceniaWhere stories live. Discover now