Lobo en piel de oveja I

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Satisfecho, hizo un gesto al vidente en dirección a la sala mientras se abría la corbata y la doblaba en un diminuto bulto. Dio un par de golpecitos en su hombro más cercano.

—¿Por qué no nos movemos a la sala? Sería una lástima arruinar tan fina alfombra.

Sung parpadeó, la visión llenándose de sombras y de luces. Escuchó su propia respiración, los latidos tragándose el canto de los vehículos y del tamborileo de Michel en la madera. No sentía los dedos, solo el cosquilleo de su propia sangre en las venas deslizándose en un ciclo bajo las uñas.

En el siguiente segundo, en cámara lenta, Sung vio su brazo estirándose y tomar el ramo de flores. Al tiempo, fuera del túnel de la visión, Michel inició sus pasos en el baile y lanzó el primer puñetazo al perfil del vidente.

El momento en que esquivó el frío de los anillos, el tiempo volvió a iniciar. Sung soltó un alarido al utilizar las flores como una especie de espada frente a los golpes. Los impactos tiraban hojas, espinas y agua impactándole el rostro. Al deshacerse, el vidente tomó cualquier objeto cercano. La taza terminó también en la cabeza de Michel, a su vez la tetera. Sin embargo, ninguno de los golpes logró arrancar la furia de ese ser.

Sung intentó correr, ocultarse y esconderse detrás de alguno de los muebles. Sin embargo, Michel lo agarró de la muñeca y lo haló a su lado. Su expresión llena de furia goteaba té. Presionó las mangas sobre las heridas, arrancándole un grito tembloroso en pavor.

La primer cachetada causó estragos en el rostro del vidente. La mejilla, la nariz y el ojo derecho pronto enrojecieron, el dolor pulsante agregado a su cansancio. Escupió, el sabor del hierro provocándole mareos.

Michel subió su presión a su cuello, apretándole suficiente para mantenerlo en puntillas sin cortarle la respiración. Todavía. Se inclinó junto a su oído, susurrándole.

—... Niñato malagradecido... —No gritó, ni siquiera subió la voz un nivel más allá de lo normal, pero sus palabras estaban teñidas de ácido—. ¿Qué haces hablando de temas fuera de tu área de comprensión? Mm... ¿Qué otras cosas les han dicho a Shin? ¿A Bianco? Esos días con mi padre... ¿Te gustó cuando te follaba y por eso le dijiste mis secretos?

Cerró la garra que era su mano antes de unir la otra sobre el delicado cuello, los anillos clavándose en la piel junto a la fuerza de sus músculos. El vidente perdió el piso. Sung trató de zafarse a arañazos en los brazos, pero la debilidad tras meses de encierro, el maltrato físico y la autoflagelación cobraron su parte. Los ojos se le llenaron de lágrimas, abiertos al máximo, mientras sus pulmones comenzaban a convulsionar por la falta de oxígeno.

Sung pateó en el aire, intentando alegar a la parte familiar de su corazón. Clavó las uñas en una de las muñecas, el mundo a punto de desvanecerse en la nube de oscuridad de la inconsciencia.

—Yo... No...

—¡Cállate!

Michel lo arrojó a la mesa sin soltarlo, el impacto de la madera en su espalda y la cabeza terminándole de arrancar cualquier tipo de energía. Sus mejillas estaban húmedas por el agua de las flores y sus lágrimas, rosadas por el maquillaje sin correrse aún.

El mafioso lo observó unos segundos. De pie sobre Sung, las manchas del té crecían en la blancura de su camisa. Sus rasgos estaban afilados, su parecido con la mujer en la fotografía claro. Aún así, la tortura no había sido suficiente. Sin encontrar lo que esperaba para satisfacer sus necesidades, liberó la presión de su tráquea y se alejó unos pasos hasta apoyarse en la encimera.

Michel jadeaba por la fuerza de las emociones, testigo de las toses y el llanto aterrado de su víctima. El mafioso se apartó los cabellos húmedos en un intento de recuperar su imagen de control, quitándose los trozos de cerámica de las arrugas del traje y los recovecos de los mechones.

Tras unos segundos más, tiempo que aprovechó Sung para romperse en balbuceos sin sentido. Michel logró recuperar el suficiente aliento para apoyar su peso sobre sus pies. Se acercó, agarrándole del tocado y jalándolo atrás. El alarido de dolor no lo inmutó, menos el intento del joven de separarse entre patadas débiles.

Michel jaló y empujó la cabeza a la mesa un par de veces, la embestida de frente contra madera interrupciones secas entre ruegos. Metió la mano entre sus piernas para separarlas aún más, asegurándose de que mantuviera las caderas arriba en todo momento.

Se colocó entre ellas.

—¿Te gustó conocer este lado mío, niñato? ¿Es suficiente? ¿O es que quieres más? —Delicado, soltó los cabellos del moño y dio dos pasos atrás. Arrojó las decoraciones a un lado, el tintineo junto a los sollozos graciosos para él—. Bueno, ya no tengo que fingir más en los siguientes meses. Ya sabes también de los micrófonos.... así que...

Michel levantó una pierna atrás, fija su atención en medio de las piernas temblorosas. Amplió su sonrisa, impulsándose con la misma fuerza que un futbolista en el penal decisivo al impactar la entrepierna del vidente. El aullido entrecortado no se hizo esperar, así como los gritos desesperados en las siguientes patadas que Bianco escucharía de no ser por la música.

Sung se agitó por la debilidad y el dolor, sujetándose los órganos heridos mientras se aferraba para no caer al suelo. Incapaz de defenderse, solo gritó cuando Michel lo tomó de los hombros para girarlo y regalarle un puñetazo.

En lugar de dejarlo caer, Michel agarró su rostro y lo alzó al nivel de su propia cara.

—¿Prefieres esto? ¿Te gusta más que te trate así, Sung? —La saliva de sus palabras formaba una espuma la comisura de sus labios, lluvia en la máscara de bultos entre rojos y amarillos que eran el rostro del joven.

Sin ver nada más que las estrellas, el vidente se dejó empujar al suelo. Michel era un gigante con el deseo de la sangre, sus anillos ahora bronce goteaban sobre la alfombra. Aún así, Sung intentó gatear a la salida con la sensación de un par de dientes sueltos en la cueva hinchada de su boca.

Michel dio un par de pasos, presionándole una de las manos con todo su peso. El sollozo de su víctima no le amedrantó. Más bien, se agachó a su altura para escupirle con una sonrisa de oreja a oreja.

—Debiste mantenerte siendo el niño bonito, el culo dulce que Bianco y yo necesitábamos. —Se puso de pie sin liberar los dedos, ocupado en extraer un pañuelo del bolsillo de su camisa y empezar a limpiar sus manos—. En darnos visiones...

Negó, su risa seca al atestiguar los intentos de Sung por liberarse. El vidente abría la boca, la sangre de la nariz y la boca resbalándole por la barbilla. Cerca de sus pies, una de sus muelas brillaba bajo las lámparas entre blancos y rojos. Michel negó, dejando caer el trapo sobre los rasgos de maquillaje corrido.

Se inclinó a tomar su barbilla mientras clavaba sus uñas, levantándolo en sus rodillas para acercarlo.

—Limpiáte —susurró en el espacio de su pasado—. Incluso recién golpeado, eres muy hermoso... Antes de matarte, daré uso de ese precioso cuerpo por los viejos tiempos.

La hinchazón de sus ojos impedía a Sung contemplar su expresión, pero podía imaginarse bien la excitación de sus rasgos. Sin luchar ya, dejó que Michel lo acercara a sus labios y aguardó el beso de la muerte como la antesala a la libertad.

Dios o Diablo, el temblor que lo salvó no tenía un claro origen. Lo que sí recordó de ese momento fue el movimiento de la totalidad de la habitación, el impacto de los objetos al caer de las estanterías y el sonido demoledor de una explosión que reventó las ventanas en una lluvia de vidrio sobre el piso.

A través del único ojo que todavía le abría, Sung vislumbró una columna de fuego en el lugar donde minutos antes existían varios rascacielos.


La perfidia de la sarraceniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora