Investigación II

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El mafioso se hundió en el sofá, levantando los brazos. Sung rió.

—.... Ya. Me atrapaste. —Palpó el bolsillo de su camisa. No sacó la cajetilla, pero sí le sonrió con una disculpa en los labios—.Oye, yo pensé que los retrasados no podían ser sarcásticos o irónicos.

—Neurodiversidades, autistas en mi caso. Y sí, lo somos, de las frases bien hechas.

—Ustedes y sus términos inventados, luego vas a empezar con los elejebetes y los géneros en un prisma, ¿o era en un croma?

El vidente negó sin controlar la carcajada a la absurdez del momento. Debía darle cierto mérito a Biancho, su capacidad de ser imbécil era un talento harto trabajado.

—Pagas por acostarte con adolescentes y dices que soy muy iluminado para ti.

—Es que todo era más sencillo antes. Digo, era secuestro de hombre y de mujeres. Venta a hombres para el trabajo, órganos, prostitución y muebles. Mujeres para lo mismo, más los vientres... Y ya, no existía diferenciaciones ni categorías. —Las intenciones de controlar el vicio murieron en el chasquido del zippo, en la profunda aspiración. Sung se cubrió la nariz, esfuerzo fútil a los humos—. Ahora todo es tan complicado y raro...

La sala se llenó de humo. Sung olió solo la nicotina quemándose junto a los pulmones de ambos.

—No comparaste mi autismo con el uso de mujeres como incubadoras humanas... —Sung dejó caer la cabeza en el espaldar después de cruzarse de brazos—. Por eso Michel ha logrado engañarte. Sé que son uña y carne de niños, pero deberías contagiarte de una pizca de su cerebro. Se nota que su genética tiene poco que ver con la tuya...

—Ni tanto.

Sung ladeó la cabeza, observando el perfil del rubio. Bianco lo había imitado al apoyar también la cabeza en el respaldo, sosteniéndose el cigarrillo mientras su brazo libre caía sobre el regazo del vidente.

—¿A qué te refieres? —Preguntó el más joven, la fumarada picándole los ojos. Parpadeaba, los ojos acuosos.

Bianco hizo una pausa para responder su pregunta. Giró el cuello a su dirección, la mata de cabellos cayéndole sobre los rasgos. El verde de sus ojos lucía cálido por la punta ardiente en la oscuridad de sus pupilas, su alma lejana en la languidez que penetraba al recordar tiempos más felices.

—Michel y yo compartimos la mitad de nuestros genes... Es mi hermano mayor, hijo de mi padre con una prostituta.

Sung se irguió.

—¿Qué estás diciendo? Michel... ¿Quiere matar a su propio padre?

Bianco también se sentó, estirándose tan largo era. Subió los pies sobre la mesa, sacándose los zapatos entre dos movimientos. Dio un par de caladas, acariciándole la rodilla a Sung como se le dan cariños a un perro.

—Mi padre tampoco es la persona más filial. Insiste en que lo llamen «tío» aunque ya somos adultos y sabemos la verdad hace años... Cierto es que entiendo muy bien a Michel, también a mi padre. Esto va a estallar y nos llevará a los tres por delante. Ya lo acepto.

Sung lo miró con nuevos ojos, su cansancio en las bolsas bajo sus párpados, la pérdida de plasticidad en su piel. Lástima no era el sentimiento en él, sino más bien una mezcla de hastío y de aceptación. Era sencillo imaginar el tipo de crianza que podría tener un bastardo junto al hijo legítimo de una persona violenta, en un ambiente destinado a crear seres humanos poco empáticos y llenos de ira.

—En mis sueños... —Comenzó el vidente, aferrándose a las mantas sobre él, buscando calor y un cierto tipo de seguridad—. Vi a Dalmacio y a Michel discutiendo en una mansión sobre mí... Mi existencia y los secretos de mi talento.

El mafioso suspiró, asintiendo con una cierta desgana.

—Mi padre escuchó el rumor del renacimiento del niño Sol. Cuando mi tía seguía viva, entraba muy en la onda de las religiones alternativas y la mitología de distintas partes del mundo. El niño Sol era muy popular en esos momentos entre las esposas de los mafiosos, al menos los de nuestro círculo. —Golpeó el cigarrillo en el cenicero de vidrio entre sus piernas—. ¿Una persona capaz de ver el futuro y convertirlo en piedra? Era el sueño de cualquiera de los líderes emergentes de las nuevas generaciones.

—¿Cómo supieron de mí? De verdad... —Era necesario saberlo para matarlos. Sung respondió las caricias, realizando círculos en el estómago del hombre—. Tengo a duda desde que llegué.

Biancho chasqueó la lengua, tomó una de sus muñecas y le besó la mejilla. Su saliva tenía un toque de alcohol.

—La familia que te esperaba aquí te vendió, Sung. —El joven no reaccionó—. ¿Ya lo sospechabas, verdad?

—Es una de las razones por las cuales mi padre me subió a ese avión. Descubrió a una de mis tías negociando mi venta con unos capos de las drogas en la frontera colombiana. —Su garganta estaba seca, el pitido de los dolores de cabeza un rumor lejano y presente—. No fui el único que acabó en el mercado de seres humanos, pero mi precio no era el mismo que el de otras personas. Había perdido la casa de forma reciente, no la culpo. Tenía hijos para alimentar.

Bianco le ofreció su cigarrillo y le ayudó a dar un par de caladas, sobándole los hombros. Sung tosió, el ardor en la boca de su estómago, en la garganta y en la nariz. Se sorbió la nariz, devolviéndole el pitillo para no quemarse la piel.

El mafioso, en un extraño arranque de empatía, metió los dedos en el cenicero y, entre los restos blancos, sacó lo que, a simple vista, parecía un botón. Sung lo recibió, la duda en la expresión.

—Esto encontré en tu habitación hace un par de días. Es un micrófono, igual a los que saqué de las lámparas de mi cuarto y de la oficina.

Sung cerró el puño, llevándolo a su pecho. Temblaba y el ardor de la piel de Bianco era igual al fuego. El mafioso asintió, acariciándole los brazos al notar la agitación creciente de cada uno de sus músculos.

—¿Rastreaste el origen de la señal?

—Usa tu imaginación al respecto. —Señaló la puerta principal—. No tan lejos de aquí. Escuché que, incluso, pasaste la noche ayer allí.

El vidente asintió.

—En el departamento de Shin y en las oficinas de Temujin también debe haber...

—Y en las oficinas de papá. De otro modo, no estaría tan tranquilo. —Bianco asintió de nuevo. Parecía uno de esos animales que colocaban en los autos, cabezas bailarinas a cada golpe o curva—. Ya se lo he advertido a papá.

—¿Y qué te dijo?

—Nada, está ocupado contra Temujin. Intenta hacerse con los territorios de los indios, pero prefieren a los chinos que a un montón de italianos y de latinos. —Se levantó—. Igual hablaré con Michel. Papá es muy tolerante con él, no así si alguien fuera de nosotros se entera. No les costará cortarle la cabeza y venderle la muerte a alguno de nuestros enemigos. Los traidores no son bien vistos en ninguna familia.

Sung también lo siguió a la cocina, mucho más tranquilo por la conversación y la seguridad de que no estaba tan loco como pensaba.

—No te hará caso, cree que eres bobo. —Aceptó el delantal. Se sujetó el cabello en un moño alto.

—Igual tengo que intentarlo. Es trabajo de los hermanos menores evitar que sus mayores hagan un cagadero tan grande. —Bianco descolgó las ollas más grandes, vistiéndose también con uno de los delantales—. No podré dirigir a mi grupo si Michel nos abandona.

Sung no dijo nada, quitándole el utensilio para llenarlo de agua. Su reflejo lleno de burbujas era más real que cualquier información de sus sentidos.

Sus pensamientos no estaban en él, sino en cuánto sabía en verdad Michel sobre sus conversaciones con Shin, las llamadas, las palabras con sus clientes y con el propio Dalmacio. El piso bajo sus pies se caía a sus pasos. Ahora solo era cuestión de tiempo pisar en falso y caer al horror que le sonreía desde el fondo del abismo.

La perfidia de la sarraceniaWhere stories live. Discover now