II

734 87 38
                                    

Lo último que Nico oyó fue al entrenador Hedge quejarse:

—Vaya, esto no es bueno.

Nico se preguntó qué habría hecho mal esa vez. Quizá los había teletransportado a una guarida de cíclopes, o trescientos metros por encima de otro volcán. No había nada que él pudiera hacer al respecto. Había perdido la vista. Sus otros sentidos se estaban apagando. Las piernas le flaquearon y se desmayó.

Trató de aprovechar al máximo su inconsciencia.

Los sueños y la muerte eran viejos amigos suyos. Sabía cómo moverse por su oscura zona fronteriza. Buscó a Thalia Grace con sus pensamientos.

Recorrió a toda velocidad los habituales recuerdos dolorosos: su madre sonriéndole, con la cara iluminada por la luz del sol que rielaba en el Gran Canal de Venecia; su hermana Bianca riéndose mientras tiraba de él por el National Mall de Washington, con su sombrero flexible verde protegiéndole los ojos y las pecas que salpicaban su nariz. Vio a Percy Jackson en un acantilado nevado delante de Westover Hall, protegiendo a Nico y a Bianca de la mantícora mientras Nico aferraba una figurilla de Mythomagic y susurraba: «Tengo miedo». Vio a Minos, su viejo mentor fantasmal, llevándolo por el laberinto. La sonrisa de Minos era fría y cruel. «No te preocupes, hijo de Hades. Tendrás tu venganza». Y, por último, vio a Asher sonriendo. La vez que le había entregado una camiseta suya junto con el anillo, Nico siempre atesoraría ese momento, era suyo, nunca lo compartiría con nadie más que con Asher y eso lo ponía muy feliz.

Nico no podía detener los recuerdos. Se agolpaban en sus sueños como los fantasmas de los Campos de Asfódelos: una multitud afligida y sin rumbo implorando atención. «Sálvame», parecían susurrar. «Acuérdate de mí». «Ayúdame». «Consuélame».

No se atrevía a detenerse en ellos. No harían más que abrumarlo con necesidades y penas. Lo mejor que podía hacer era seguir concentrado y abrirse paso.

«Soy el hijo de Hades —pensó—. Voy a donde quiero. La oscuridad es mi territorio».

Avanzó a grandes pasos a través de un terreno gris y negro, buscando los sueños de Thalia Grace, hija de Zeus. Pero el suelo se deshizo a sus pies y cayó en un lugar apartado y familiar: la cabaña de Hipnos en el Campamento Mestizo.

Sepultados bajo montones de edredones, los semidioses roncaban acurrucados en sus literas. Encima de la repisa de la chimenea, una rama de árbol oscura chorreaba agua lechosa del río Lete en un cuenco. Un fuego acogedor crepitaba en la chimenea. Delante de él, en un sillón de cuero, dormitaba el monitor jefe de la cabaña quince: un chico barrigón con el cabello rubio revuelto y una dulce cara bovina.

—¡Por todos los dioses, Clovis, deja de soñar tan fuerte!

Los ojos de Clovis se abrieron de golpe. Se volvió y miró fijamente a Nico, aunque éste sabía que simplemente formaba parte del paisaje onírico de Clovis.

El Clovis real seguiría roncando en su sillón en el campamento.

—Ah, hola... —Clovis bostezó tanto que podría haberse tragado a un dios menor—. Perdona. ¿He vuelto a desviarte?

Nico apretó los dientes. Era absurdo enfadarse. La cabaña de Hipnos era como la estación de Grand Central de la actividad onírica. No podías viajar a ninguna parte sin pasar por ella de vez en cuando.

—Ya que estoy aquí, quiero que transmitas un mensaje —dijo Nico—. Dile a Quirón que voy para allá con un par de amigos. Llevamos la Atenea Partenos.

Clovis se frotó los ojos.

—¿Así que es verdad? ¿Cómo la traen? ¿Han alquilado una furgoneta o algo parecido?

MORTE // PERCY JACKSON Where stories live. Discover now