IV

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Asher decidió que los monstruos no lo matarían. Ni tampoco la atmósfera venenosa, ni el traicionero paisaje con sus fosos, sus acantilados y sus rocas puntiagudas.

No. Lo más probable es que muriera de una sobredosis de situaciones raras que le harían explotar el cerebro.

Primero, él y Percy habían tenido que beber fuego para seguir con vida.

Luego habían sido atacados por una pandilla de vampiras encabezadas por una animadora a la que Annabeth había matado dos años antes. Por último, los había rescatado un titán vestido de conserje llamado Bob que tenía el pelo de Einstein, los ojos plateados y unas increíbles dotes con la escoba. Todo eso sin mencionar que su querida manzana de la discordia le había mostrado el futuro y no se veía nada esperanzador.

Claro. ¿Por qué no?

Seguían a Bob a través del terreno baldío, sin desviarse del curso del Flegetonte, hacia el oscuro frente de tormenta. De vez en cuando se detenían a beber agua de fuego, que los mantenía con vida, pero a Asher no le entusiasmaba. Tenía la garganta como si continuamente estuviera haciendo gárgaras con ácido de batería.

Su único consuelo era Percy. Cada cierto tiempo él lo miraba y sonreía, o le apretaba la mano. Debía de estar tan asustado y desconsolado como él, pero sus intentos por hacerlo sentir mejor llenaban a Asher de amor hacia él.

—Bob sabe lo que hace —aseguró Percy.

—Tienes unos amigos muy interesantes —murmuró Asher.

—¡Bob es interesante! —el titán se volvió y sonrió—. ¡Gracias!

El grandullón tenía buen oído. Asher tenía que acordarse.

—Bueno, Bob... —trató de mostrarse despreocupado y cordial, cosa que no resultaba fácil con la garganta quemada por el agua de fuego—. ¿Cómo has llegado al Tártaro?

—Salté —contestó él, como si fuera evidente.

—¿Saltaste al Tártaro porque Percy pronunció tu nombre? —dijo Asher.

—Me necesitaba —sus ojos plateados brillaban en la oscuridad—. No pasa nada. Estaba cansado de barrer el palacio. ¡Vamos! Estamos a punto de llegar a una parada para descansar.

«Una parada para descansar».

Asher no se imaginaba lo que esas palabras significaban en el Tártaro.

Adondequiera que Bob los llevara, esperaba que hubiera servicios limpios y una máquina expendedora de aperitivos. Contuvo la risa tonta. Sí, decididamente se estaba perdiendo la cabeza.

Asher avanzó cojeando, tratando de hacer caso omiso a los rugidos de su estómago. Observó la espalda de Bob mientras los llevaba hacia la pared de oscuridad, situada ya a solo unos cientos de metros de distancia. Su mono de conserje azul estaba rasgado entre los omóplatos, como si alguien hubiera intentado apuñalarlo. Unos trapos para limpiar sobresalían de su bolsillo. En su cinturón se balanceaba una botella con pulverizador, y el líquido azul que contenía chapoteaba de forma hipnótica.

Asher recordó la historia del encuentro de Percy con el titán. Thalia Grace, Nico y Percy habían unido fuerzas para vencer a Bob en las orillas del Lete. Cuando el titán se quedó sin memoria, no tuvieron el valor de matarlo. Se volvió tan amable, encantador y servicial que lo dejaron en el palacio de Hades, donde Perséfone prometió que sería atendido.

Al parecer, el rey y la reina del inframundo pensaban que «atender» a alguien significaba darle una escoba y hacerle barrer la porquería que ellos dejaban.

Asher se preguntaba cómo Hades podía ser tan insensible. Él nunca se había compadecido de un monstruo, mucho menos de un titán, pero no le parecía bien acoger a un inmortal amnésico y convertirlo en un conserje no remunerado.

MORTE // PERCY JACKSON Where stories live. Discover now