IX

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Percy añoraba el pantano.

Nunca pensó que echaría de menos dormir en la cama de piel de un gigante en una choza hecha con huesos de drakon en un supurante pozo negro, pero en ese momento le parecía los Campos Elíseos.

Él, Asher y Bob avanzaban dando traspiés en la oscuridad; el aire era denso y frío, y en el suelo se alternaban las parcelas de rocas puntiagudas con los charcos de fango. El terreno parecía pensado para que Percy no pudiera bajar la guardia en ningún momento. Hasta caminar tres metros resultaba agotador.

Percy había partido de la choza del gigante sintiéndose otra vez fuerte, con la cabeza despejada y la barriga llena de la cecina de drakon que iba en las mochilas con provisiones. Ahora tenía molestias en las piernas. Le dolían todos los músculos. Se puso una túnica improvisada de piel de drakon sobre su camiseta hecha jirones, pero no logró entrar en calor.

Su foco de atención se reducía al suelo que tenía delante. No existía nada más que eso y Asher a su lado.

Cada vez que tenía ganas de rendirse, de dejarse caer y de morirse (cosa que le pasaba cada diez minutos), alargaba el brazo y le tomaba la mano para acordarse de que había calidez en el mundo.

Después de la conversación de Asher con Damasén, Percy estaba preocupado por él. Asher no sucumbía a la desesperación fácilmente, pero mientras caminaban se enjugaba las lágrimas de los ojos, procurando que Percy no lo viera.

Estaba convencido de que necesitaban la ayuda de Damasén, pero el gigante los había rechazado.

Una parte de Percy sentía alivio. Bastante preocupado estaba por mantener a Bob de su parte cuando llegaran a las Puertas de la Muerte. No estaba seguro de querer a un gigante como su mano derecha, aunque ese gigante supiera preparar un fabuloso estofado.

Se preguntaba lo que había pasado después de su partida de la choza de Damasén. No había oído a sus perseguidores desde hacía horas, pero podía percibir su odio... sobre todo el de Polibotes. El gigante estaba en alguna parte, siguiéndolos, empujándolos cada vez más dentro del Tártaro.

Percy trataba de pensar en cosas positivas para mantener la moral alta: el lago del Campamento Mestizo, la vez que había besado a Asher en el Campamento Júpiter... Trataba de imaginárselos a los dos juntos en la Nueva Roma, paseando por las colinas tomados de la mano. Pero tanto el Campamento Júpiter como el Campamento Mestizo le parecían un sueño. Se sentía como si solo existiera el Tártaro. Ese era el mundo real: muerte, oscuridad, frío y dolor. Todo lo demás habían sido imaginaciones suyas.

Se estremeció. No. Era el foso, que estaba hablando con él, minando su determinación. Se preguntaba cómo Nico había sobrevivido solo allí abajo sin volverse loco. Ese chico era más fuerte de lo que Percy había creído. Cuánto más se adentraban en el inframundo, más difícil resultaba concentrarse.

—Este sitio es peor que el río Cocito —murmuró.

—Sí —contestó Bob alegremente—. ¡Mucho peor! Eso significa que estamos cerca.

¿Cerca de qué?, se preguntó Percy. Pero no tenía fuerzas para preguntar. Se fijó en que Bob el Pequeño se había escondido otra vez en el mono de Bob, lo que confirmó la opinión de Percy: el gatito era el más listo del grupo. Los gatitos que llevaba en su espalda de vez en cuando ronroneaban restregándose contra él, lo que ayudaba a mantenerlo concentrado.

Asher entrelazó sus dedos con los de él. Tenía un rostro precioso a la luz de su espada dorada.

—Estamos juntos —le recordó Asher—. Saldremos de esta.

Percy había estado muy preocupado intentando levantarle el ánimo, y allí estaba él tranquilizándolo.

—Sí —convino—. Es pan comido.

MORTE // PERCY JACKSON Where stories live. Discover now