XVIII

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Montando a Arión Hazel se sentía poderosa, imparable, capaz de controlar totalmente la situación: una combinación perfecta de caballo y humano. Se preguntaba si ser centauro era así.

Los capitanes de barcos de Seward la habían advertido de que había trescientas millas náuticas hasta el glaciar de Hubbard, un viaje duro y peligroso, pero Arión no tuvo problemas. Corría sobre el agua a la velocidad del sonido, calentando tanto el aire a su alrededor que Hazel no notaba el frío. A pie, jamás se habría sentido tan valiente. A caballo, se moría de ganas de entrar en combate.

Frank, Asher y Percy no parecían tan contentos. Cuando Hazel miró atrás, estaban apretando los dientes, y los ojos les daban vueltas. Las mejillas de Frank se sacudían debido a la fuerza de la gravedad. Percy estaba sentado detrás del todo, agarrándose fuerte a Asher, quien, a pesar de estar aterrado, no podía evitar el sonrojo de su rostro.

Atravesaron corriendo estrechos y dejaron atrás fiordos azules y acantilados con cascadas que se derramaban en el mar. Arión saltó por encima de un rorcual que había salido a la superficie y siguió galopando, y espantó a una manada de focas de un iceberg.

Parecía que solo hubieran pasado unos minutos cuando entraron zumbando en una estrecha bahía. El agua adquirió la consistencia del hielo picado con pegajoso sirope azul. Arión se detuvo sobre una losa de turquesa congelada.

A unos ochocientos metros de distancia estaba el glaciar de Hubbard. Ni siquiera Hazel, que había visto glaciares antes, pudo asimilar del todo lo que estaba viendo. Montañas moradas cubiertas de nieve se extendían en ambas direcciones, con nubes flotando alrededor de su parte central como cinturones mullidos. En un enorme valle entre dos de los picos más grandes, un muro de hielo irregular salía del agua y ocupaba todo el cañón.

El glaciar era azul y blanco con vetas negras, como el cerco de nieve sucia que queda en una acera después de que ha pasado una máquina quitanieves, solo que cuatro millones de veces más grande.

En cuanto Arión se detuvo, Hazel notó que la temperatura bajaba. Todo aquel hielo desprendía ondas de frío que convertían la bahía en el frigorífico más grande del mundo. Lo más inquietante era el ruido de trueno que resonaba a través del agua.

—¿Qué es eso? —Frank contempló las nubes que había sobre el glaciar—. ¿Una tormenta?

—No —respondió Hazel—. Es el hielo cuando se resquebraja y se mueve. Millones de toneladas de hielo.

—¿Quieres decir que esa cosa se está deshaciendo?

Justo entonces, una capa de hielo se desprendió silenciosamente del lado del glaciar y chocó contra el mar, salpicando agua y esquirlas congeladas a varios pisos de altura. Un milisegundo más tarde, oyeron el sonido: un BUM casi tan estruendoso como el de Arión al superar la barrera del sonido.

—¡No podemos acercarnos a esa cosa! —dijo Frank.

—No nos queda más remedio —contradijo Asher—. El gigante está en la cumbre.

Arión se rió socarronamente.

—Mierda, Hazel, dile a tu caballo que tenga cuidado con su lenguaje —dijo Percy.

Hazel procuró no reírse.

—¿Qué ha dicho?

—¿Sin las palabrotas? Ha dicho que puede llevarnos a la cumbre y que... que suelte a Asher. Lo cual evidentemente no haré.

Frank puso cara de incredulidad.

—¡Creía que el caballo no podía volar!

Esta vez Arión relinchó tan furiosamente que hasta Hazel se figuró que estaba soltando un juramento.

MORTE // PERCY JACKSON Where stories live. Discover now