Borrones de tinta

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¿Y ya tienes todo preparado para la boda? ¿O todavía faltan muchos detalles a cubrir?

Los minutos pasaron sin respuesta al cambio de tema tan brusco. La garganta se le secó. ¿Acaso la había ofendido con sus comentarios? La prudencia no era de sus fortalezas más fuertes, pero estaba seguro de haber cumplido las normas básicas de etiqueta al hablar. Su cabeza se sentía hinchada, llena de agresividad y de hambre por la información. La morbosa curiosidad era una evidencia.

Los detalles de la boda están completos. La compra de los vestidos y de los demás objetos son pertinentes a mi hermana. Le dejo todo a ella.

Sung parpadeó, la imagen del rostro de Michel sonriéndole con todos los detalles. Igual llegó la forma de su cuerpo, de su piel. Juntó las rodillas.

¿No quieres casarte con Michel?

Las palabras se movieron frente a él, las imágenes moviéndose de una otra en medio del diluvio de tensiones. El ritmo de los acontecimientos se unió con los colores del techo, con las nubes del futuro mientras sus ojos se volvieron naranja y se prendieron iguales a soles en medio de las galaxias.

No hubo nubes ni grises del futuro. Jano lo tomó de los hombros y lo empujó a las puertas del futuro sin siquiera disculparse al respecto.

El golpe del suelo contra sus costillas le quitó el aliento. Parpadeó, los grises de distintos tonos se disolvieron en manchas y en líneas. De allí, se transformaron en paredes con la forma de pantallas para deslizarse y en pisos, en tatamis tan nuevos que Sung estaba seguro podía oler la novedad en ellos. Por un par de pantallas abiertas de par en par, en la zona externa de la casa, la silueta de varios árboles recortaba el espacio de las nubes y el cielo blanco. Campanillas resonaban en el susurro de la brisa, helada contra su piel al sentarse. La seda se deslizó por su cuerpo, el corazón igual a un estómago adicional por el golpe de los nuevos acontecimientos.

Igual que en la Grande Odalisque, las manos del dios demostraban su dominio con la sombra y las luces del cuadro que mostraba a su único visitante. Sung se miró a sí mismo, la ausencia de sus propios tonos produciéndolo un rechazo instinto. Y, aún así, sabía que, de verse en un espejo, sus ojos serían de un único tono naranja.

Se dedicó a escanear sus alrededores.

Caligrafías en papel de arroz decoraban la estancia junto a jarrones de flores de la época. Inciensos llenaban la nariz, las fotografías del altar mirándole con sus ojos negros cubiertos de muerte. Se acarició los muslos, el frío de la habitación por completo ajeno a la información de la propia visión. O eso esperaba, ahora que se encontraba en ese sitio. Ni las velas encendidas lograban despejar las sombras de la noche aproximándose. Apretó los dedos en sus tobillos, la tensión marcándose en la piel.

En el silencio, afiló el oído a cualquier sonido que pudiera percibir. El crujir de los rollos de papel, el suave deslizar del pincel sobre la tinta recién hecha. Buscó, todavía en el suelo pero con la espalda erguida, cualquier signo de personas en plena actividad. Los humanos eran ruido, eran los pasos pesados en el piso, el crujir de los huesos y músculos al moverse, los ligeros suspiros al respirar. El futuro que le mostraba Jano era solo el de la muerte, solo allí no existía algo más que el vacío.

La falta de esos signos lo desesperó y fascinó a partes iguales. Solo dos visiones mudas experimentaba en lo que llevaba vivo y, ambas solo desde que existía entre cuatro paredes como único universo. Silenciosas iguales a películas de los años treinta, pero tan detalladas como los últimos estrenos de moda. El horror sin esconderse tras la música de la vida, libre entre esos pasillos. Los horrores solo contribuyeron a su propia habilidad... ¿Qué tanto conocía Michel de su propia existencia?

La perfidia de la sarraceniaDove le storie prendono vita. Scoprilo ora