⛓Capítulo 12⛓

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Kylian

Pasaba más tiempo en Eros que en mi oficina.

Siendo franco, la vida como contador me aburría, no porque lo hicieran los números, sino el ambiente donde debía estar, colocándome un traje que era como el disfraz para mantener a mi verdadero yo oculto, al hombre que asesinaba, que diseñaba armas y tenía severos problemas mentales.

Odiaba sonreír, odiaba ser cortes, odiaba estar rodeado de personas que no podían mantener sus narices fuera de mis cosas.

Pero más que nada odiaba la presencia de Abigail en mis pensamientos y lo que me estaba orillando a hacer para tenerla.

Debí saber que las cosas se estaban saliendo de control cuando decidí indagar sobre su vida, quizás en el fondo lo sabía, pero no existía manera de que me detuviera, porque lo disfrutaba, porque no me sentía culpable por follarla. En realidad, no me importaba ni siquiera un poco de que se tratara de la prometida de Rowan.

Estaba decidido a seguir consumiendo cada parte de Abigail, cada espacio de luz en sus ojos, cada destello de sonrisa, absolutamente todo. Ya no iba a parar, ya no me iba a detener de tocarla. La tomaría dónde y cómo quisiera y ella no se negaría y si lo hiciera, mal para ella, porque yo no sabía perder, mucho menos aceptaba negativas. Nadie se interponía entre lo que quería.

Terminé el último diseño del día, solté el lápiz y recliné la espalda sobre la silla. El arma sería lo bastante llamativa para los italianos, ya los tenía haciendo fila para adquirir los últimos armamentos con la mejor tecnología y materiales, por otro lado, había agentes del gobierno comprándome explosivos.

Debo mencionar que colaboraba con algunos casos de terrorismo, indirectamente, pero lo hacía, y siendo franco, me daba lo mismo. Venderle armas al gobierno estadounidense me proporcionaba bastantes beneficios, así como una inmunidad que cualquiera quisiera tener cuando se trataba de la policía y todas sus ramas. No tenía que cuidarme las espaldas, no tenía que ocultarme, había quienes limpiaban mi nombre.

—Señor Draxler, Hart acaba de llegar —informó Rita.

—Dile que venga —ordené. Me puse de pie y serví un trago. A unos cuantos metros de distancia Sullivan agonizaba, pronto dejaría de respirar y yo sería el nuevo líder de todo.

—¿Ahora das ordenes? —Increpó su voz a mi espalda.

—Vete acostumbrando —espeté de vuelta, enfrentándolo.

Enarqué una ceja al ver su estado. Había golpes recientes en su cara, la tenía magullada en algunas partes, la piel más pálida y un vendaje apretándose a sus costillas y abdomen.

—¿Quién te arrolló? —Me mofé, dándole un trago a mi whisky.

—Vete a la mierda —siseó—. ¿Qué demonios quieres?

Eros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora