⛓Capítulo 4⛓

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Kylian

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Kylian

Reunía todo el control que tenía para no arrancarle la ropa.

El látex húmedo se pegaba a su cuerpo como una segunda piel, dibujaba sus pezones perfectamente erectos, presionados y aclamando atención; el deslizamiento de las gotas que caían de su cabellera lacia se desparramaba a través de la piel brillosa. Pasé la lengua por mis dientes, ansioso y caliente, recorriendo desde la punta de sus pies sostenidos por unos tacones altos, pasando por la unión de sus piernas, el diamante luminoso en su ombligo, de nuevo la curva de sus senos, la clavícula tensa y al final, su rostro de muñeca sexual que hinchó la punta de mi polla.

Dolía. Mirarla dolía.

Su baile me colocó en una posición donde perdí toda cordura, mi ingle tomó el control de mis pensamientos, me exigía ir detrás de ella y poseerla. Ya no podía ni quería esperar más.

Y entretanto, Abby lucía como un ratón asustadizo, permanecía quieta sin dejar de mirarme. Sabía que no me temía en lo absoluto, su único miedo era la atracción que sentía por mí y contra la que no podía luchar mientras estuviéramos solos en una habitación.

La atracción sexual era poderosa y nos arrastraba el uno con el otro, pecho con pecho, como dos putos imanes incapaces de mantenerse separados apenas se rozaban. Entre nosotros crecía una tensión espesa, asfixiante, el espacio parecía estarse encogiendo y dejándonos sin oxígeno mientras nos mirábamos fijo.

Di un paso al frente, ella retrocedió dos.

Relamí mis labios fijando mi atención en sus pezones endurecidos y la piel de gallina a causa de lo empapado de su ropa y el aire acondicionado; ambos sabíamos que el temblor súbito que la castigaba, no tenía nada que ver con esto.

No podía dejar de pensar en su baile, en el reto impreso en esa mirada mientras movía el culo. Estuve a punto de masturbarme al verla bailar sin importar quien estuviera presente y estaba seguro que no era el único que pensaba igual.

Una sensación amarga y desagradable descendió por mi garganta.

No quería que la tocaran, quería tocarla yo.

Pasé saliva y los destellos provenientes de ella me devolvieron a su actuación. Nunca había visto algo tan más sensual y caliente, su culo húmedo por el agua, los brillos en su piel, sus manos moviéndose a través de ella, tentándome en silencio. Pero lo que más endurecía mi pene era la mirada inocente y perversa que enmarcaba sus ojos. Ella te miraba y caías hipnotizado ante ese gris potente y luminoso.

Es una bruja.

—¿Sabes que esto es acoso? —Articuló al fin. Quería evitar lo inevitable.

Casi sentí compasión por ella, lastima que la piedad no estuviera en mi vocabulario.

—Sí —di otro paso, ella no tuvo a dónde más huir, si intentaba salir, mis hombres la detendrían y la devolverían a mis manos—, denúnciame.

Eros ©Where stories live. Discover now