Capítulo 44

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Capítulo 44:

Nos quedamos las tres en silencio en el living, para escuchar bien la conversación.

-¿Dónde está Samantha? –Preguntó Abel. -En Mendoza… -Respondió Ariel. -¿Por qué no me avisaste que vendría? ¿Por qué ella no me dijo nada? -Escucha, ella ha estado tratando de comunicarse contigo desde que la dejaste, pero nunca atiendes sus llamados. -Nunca ha sonado mi teléfono, Ariel. Yo la habría atendido, pero nunca llegó una llamada, un mensaje, jamás. Pensé que ya me había olvidado. –La voz de Abel sonaba tan sincera, pero yo sabía con certeza que lo llamé mil veces y no tuve ninguna respuesta. -Tú quizás no hayas visto ninguna llamada –dijo Raúl, refiriéndose a Abel para luego hablarle a otra persona. –Pero tú sí, Paola, porque esta mañana atendiste su teléfono, me gustaría saber por qué… -Abrí muy grande mis ojos y choqué con la mirada de Solange, quien había puesto la misma cara. ¿Qué hacía Paola allí? -¿Tú… atendiste? –dijo Abel, sorprendido y confundido a la vez. -Así es, primero habló con Samantha, luego habló conmigo. –Dijo Raúl. -¿Por qué no me dijiste nada, Paola? –preguntó Abel. -Lo siento, gordito, no recordé avisarte. –se excusó Paola. Su forma de hablar, su forma despectiva de ser me generaba un gran rechazo. -Supongo, entonces, que fuiste tú la que le envió el mensaje a Samantha, citándola al departamento… ¿Estoy en lo cierto? –Preguntó Ariel, pero ella se quedó en silencio, sin responder absolutamente nada. –Y como sabías que ella iba a verlo, ¡tú no tuviste mejor idea que acostarte con él para que Samantha se sintiera peor! -Abel, te juro que nada de lo que está hablando es cierto. –Dijo ella y fue interrumpida. -Dile la verdad, Paola. –Contestó desafiante, Ariel. -Esto es increíble, Paola, espérame afuera. Necesito hablar a solas con mi familia. –Dijo Abel, con un tono grave, enojado. Esperaron a que saliera para continuar. –Samantha dijo que quería hablar conmigo, si ustedes han estado con ella, seguramente saben. Yo la llamo pero no atiende, ¡díganme, por favor, qué sucede! -¡Vas a ser papá! –Soltó rápidamente Raúl. -¿Qué? –preguntó Abel. -¡Viejo! ¿Cómo le largas así como así la noticia? -Ariel, ya no podemos darle más vueltas al asunto, hijo. Demasiado tiempo lleva Samantha tratando de encontrar a tu hermano para decírselo. –Discutían entre ellos dos. -¿Qué? –Habló nuevamente Abel, entre los nervios, al ver que no le respondían. -Sí, Sammy descubrió que Matías la había engañado con los resultados del adn y decidió realizar un nuevo análisis, donde comprobó que sus hijos son tuyos. -¿Voy… voy a ser papá? –Escucharlo así de nervioso me hacía poner incómoda, cómo me habría gustado ser yo quien le diese la noticia, pero él nunca quiso escucharme, y eso me hacía enfadar. Sin saber el motivo, mi cuerpo comenzó a temblar, debían ser los nervios, había sido el peor y el mejor cumpleaños de mi vida. -¡Así es, bro! Vas a tener una nena y un nene. –Dijo Ariel, contento. -Espera, ¿Paola no te dijo eso, tampoco? –Preguntó Raúl. -¿Paola sabía? –La voz de Abel cambió nuevamente, estaba muy serio. Y yo me estremecía de bronca cada vez que la escuchaba nombrar. -Yo le dije esta mañana… -la voz de Raúl expresaba desilusión. –Hijo, ¿cuándo vas a comprender que Paola no es una buena chica para ti? -Papá, tú no imaginas el dolor que yo siento, no es el momento de pensar en quién es buena o no para mí. La única mujer que estuvo siempre a mi lado, falleció. –se lo sentía enojado, habían tocado un tema un poco hostil para todos, pero que era necesario. -Pero a esa mujer, tú no la querías. Hijo, tú amas a Samantha, apasionadamente, ¡date cuenta, ella cambió tu vida! -¡Sí, sí que la amo, con locura la amo! Pero mira cómo terminamos. Yo no iba a permitir jamás que ese imbécil estuviese todo el tiempo en el medio, y que ella se lo permitiera. –Abel comenzó levantando la voz pero luego se calmó. -¿Ahora qué harás? –preguntó Ariel al cabo de unos segundos de silencio. -No lo sé… Voy a hacerme cargo de mis hijos… -De eso no nos queda duda alguna. Tu hermano se refiere a otra cosa… -Dijo Raúl. -De Samantha hablo, Abel. -Aún no perdono lo que nos pasó… -se limitó a contestar. De acuerdo, aún seguía con esa mentalidad, era todo lo que necesitaba saber, lo que me faltaba para comprender que, ahora, ya no importaba más nada que mis hijos. -Es inútil hablar, no diremos más nada. Toma, te lo dejó Samantha. Dice que no le pertenece. –Ariel le entregó algo, supuse que era lo que yo había dejado. -¿Qué es esto? –preguntó Abel. -Ábrelo, dinos tú lo que hay allí dentro. –Ordenó su padre y se quedaron en silencio. -Es… el anillo de la abuela… -dijo casi en un susurro y, nuevamente regresó el silencio. -¿Por qué lloras, hijo? Yo sé el significado de ese anillo, y también sé que, si regresó a tus manos, es mejor para ti… -Raúl se quedó esperando a que él hablara, pero sólo consiguió más silencio. –Ves, ahora que es real, te das cuenta de que no es lo que quieres para tu vida. No pueden estar lejos el uno del otro. -Ya no sé qué hacer, quiero tenerla en mis brazos, pero es esto que siento aquí, en el pecho, de haberle dado tanto y recibir lo que recibí… -No podía parar de llorar al escuchar las palabras de Abel. Mi cuerpo temblaba por completo y el dolor en mi vientre aparecía nuevamente.

Me cansé de escuchar aquella conversación absurda, nada cambiaría lo que nos pasaba, él se sentía decepcionado por algo que no había sucedido. Yo me sentía humillada por algo que, supuestamente, había sido planeado por Paola y no por él.

-Suficiente… -Corté la llamada y me levanté de la silla, un repentino mareo hizo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo en un santiamén.

-Sam, Sam, despierta, ¡Sam! –Solange estaba zamarreándome. –Laura, Samantha despertó. –Dijo y respiró hondo. Me encontraba acostada en mi cama. Me dolía la cabeza y sentía como si hubiese cuchillos enterrados en mi vientre. -¿Qué me pasó? -Te desmayaste, Sammy, ¿te sientes bien? -No, Sol, estoy muy mal. -Llamamos a una ambulancia, los médicos están en camino, quédate tranquila. -Listo, ya hablé con él. En unas cuantas horas estará aquí. –Dijo mi madre al entrar a mi habitación. -¿Con quién hablabas, mamá? -Lo siento, hija. Tuve que llamarlo… -¡No me estás ayudando, mamá! -Perdona, pero él debe estar aquí.

Me dolía cada vez más, tenía tanto miedo por mis bebés, y mi madre no me ayudaba a estar bien. Comencé a sentir húmedas mis sábanas, me moví como pude y vi lo que no deseaba. Una enorme mancha de sangre sobre mi cama.

-¡Mamá, los estoy perdiendo! –Gritaba desesperadamente, estaba muy asustada. -Laura, está perdiendo mucha sangre… -Dijo Solange, preocupada. -Estoy llamando de nuevo a la ambulancia. –Mi madre estaba con el teléfono fijo en una mano, mientras que en la otra sostenía el celular.

La ambulancia llegó rápidamente, me subieron a una camilla. La sangre no se cortaba, y la cantidad era cada vez mayor, al igual que el dolor.

-Mamá, no dejes que nada les pase. No importa lo que suceda conmigo, no dejes que pierda a mis hijos, por favor. –Lloraba de la desesperación y el miedo que tenía de no dar a luz a mis hijos con vida. Tantos días pasamos solos los tres, seis meses de hacernos mutua compañía, de darle sentido a mi vida, estaba dispuesta a dar la mía para salvarlos.

En medio de las lágrimas comencé a quedarme dormida, escuchaba los gritos de mi madre y de Solange, así como también a los médicos que trataban de apartarlas de mí para atenderme. De a poco, dejé de escucharlos.

Sin Luz Propia.Where stories live. Discover now