Capítulo 11

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Capítulo 11:

Emprendimos el último viaje a las 9 de la mañana, mis medicamentos se habían acabado y el brazo comenzaba a dolerme un poco, paramos en una farmacia para comprarlos. Luego paramos en una casa en ciudad. Me pidió que lo esperara en el auto, porque necesitaba buscar unas cosas.

Abel me dejaría en casa de mi madre, yo quería que ella lo conociera. Era tan abelera como yo. Llegamos a la casa y toqué timbre.

-Espera, espera. Dame un beso antes de que abran. –Me besó con tanto amor que deseaba estar aún en la cabaña con él. Nos sorprendimos al ver que se abría la puerta.

-¡Mi amor! ¡Al fin! –Dijo Matías y me abrazó muy fuerte. ¿Qué hacía ahí Matías? Quiso besarme pero disimuladamente corrí mi cara hacia atrás para presentarle a Abel, quien se había puesto sus lentes de sol para ocultar sus ojos detrás de ellos. Sabía que no se sentía bien. -Mati, él es Abel. –Dije señalando a mi pelado. –Abel, él es Matías… -Tu novio… -Me interrumpió Abel. Me recordó a aquella noche en el auto, sólo que esta vez no estaba su novia Natasha, estaba Matías. –Un gusto, Matías. –Dijo estirándole la mano. -El famoso Abel Pintos… ¡Encantado! –Respondió Matías. Eso era lo que yo detestaba, su soberbia. Me irritaba. Entramos a la casa, Abel agarró mi maleta para dejarla dentro de la casa. Matías quiso ser amable y buen novio, y entrar mis cosas él, como siempre, queriendo hacerse ver. -No, deja, descuida, la llevo yo. Samantha tiene algo de mucho valor dentro, quiero entrarla yo. –Dijo Abel. Sentía lo mismo que yo cuando conocí a Natasha. Nuestros novios eran muy parecidos. Matías puso cara de pocos amigos y continuó caminando a mi lado. -Mi amor, ¿qué te ha pasado en el brazo? –Preguntó Matías al ver que llevaba una venda. -Oh, no es nada. –Respondí. -Si supieras todo lo que ha pasado, Matías, no la dejarías juntarse conmigo otra vez. –Dijo Abel y luego soltó una risa irónica. -Abel, no digas eso. Tú me salvaste la vida dos veces. Es más, estoy en deuda contigo. –Respondí y noté los ojos saltarines de Matías. Tendría una larga conversación con mi novio luego, lo sabía.

Mi madre estaba sentada en el comedor, tomando mates. Entré del brazo de Matías y mi madre se puso contenta al verme, después de aquel llamado tan extraño que yo había hecho. Pero saltó de la silla al ver que detrás de mí, entraba Abel.

-¡Pero qué sorpresa! ¡Qué alegría! Abel pintos en mi casa. ¡Matías, ayúdale con el bolso, pobrecito, que descortés eres! –Decía mi madre, moviendo los brazos por todos lados, desesperada. Abel comenzó a reír, sí, ver a mi mamá así era gracioso. -Descuide señora, estoy bien. –Dijo Abel, dejó la maleta en el suelo y abrazó a mamá. -¡Encantado de conocerla! -¡Ay, nene, el gusto es mío! ¡Estás en mi casa, no puedo creerlo! –Mi madre no lo soltaba más y Abel reía y reía. -Mamá, lo vas a asfixiar, no estás soñando, es real. –Dije riendo. Matías me miró muy mal, celoso, pero yo no le di importancia.

Le contamos la historia a mi madre y a Matías. Mi madre lloraba, no le había agradado pensar que yo corrí peligro aquellos días. Mi novio no decía una sola palabra.

-¡Vas a quedarte a almorzar! ¡Cocinaré para ti! –Dijo mi madre a Abel. -De acuerdo, estaré orgulloso Laura. –Dijo Abel. -¡Dime Laly! –Comenzamos a reír.

Mientras almorzábamos, Matías no le despegaba los ojos de encima a Abel, yo sólo esperaba que Abel no se sintiera incómodo con el impresentable de mi novio. Había un gran silencio, nadie conversaba.

-Sueg… -Dijo Abel y los tres nos quedamos mirándolo. Iba a decirle suegra a mi madre. Enfrente de Matías. ¡Oh, dios! Pensó unos segundos y luego arregló lo que iba a decir. -¡Su comida está fantástica! –Dijo y mi madre se puso feliz. -Un halago de tu parte, es demasiado en un día. –Respondió ella.

Mientras nosotras lavábamos los platos luego de almorzar, Abel y Matías fueron a comprar el postre.

-¿Qué hay entre tú y Abel? –Preguntó mi madre. -Nada mamá, ¿por qué preguntas? –Me puse nerviosa. ¿Por qué tenía que preguntar eso? ¿Acaso era adivina? -Anda, dime. He observado cómo te mira, no te quita la mirada de encima; tú no has mantenido ni dos palabras con tu novio… y lo que me llevó a hacerte esta pregunta fue otra cosa… -Dijo ella mientras cerraba la canilla de agua. -¿Qué cosa? -Iba a decirme suegra… -Se quedó callada, esperando que yo respondiera, pero también dejé que el silencio interviniera. –Escucha, yo no diré nada, tú ya eres grande como para que yo te diga lo que tienes que hacer, pero eres mi hija y quiero saber. -Lo sé mamá, no entiendo muy bien aún, todo ha pasado tan precipitadamente. –Vimos que la puerta de entrada se abrió, y ellos entraban. -Luego hablamos, no te olvides. –Amenazó ella.

Nos sentamos a comer el postre. Abel estaba raro. Yo sólo deseaba que Matías no hubiese dicho nada fuera de lugar, aunque conociéndolo a él, se esperaba cualquier cosa.

-Abel… ¿estás bien? –Preguntó mi madre. -Sí, Laly, estoy bien. –Respondió él, cabizbajo. -¿Seguro? Tus ojos expresan otra cosa, mi niño. –Dijo dulcemente ella. –Desahógate, flaquito, te hará bien. –Abel se quedó mirándome unos segundos con lágrimas en sus ojos. ¿Qué le ocurría? -Es por algo que sucedió… este fin de semana. –Se limitó a responder. Mi madre se quedó callada, esperando por más. -Abel, mamá ya sabe, estás en familia, habla si quieres. –Dije, refiriéndome a Natasha. -Mi prometida, falleció hace dos días… Fue la única mujer con la que he estado, ¿sabe?, y la culpa me está matando. –Abel secaba sus lágrimas con las manos como un pequeño niño, aquella escena expresaba tanta tristeza. -¿Por qué, hijo? ¿Qué tan grave puede ser lo que hayas hecho para sentirte así? –Dijo mi madre. -Prometerle cosas sin amarla, esconderla durante toda su vida… Si tan sólo le hubiese dicho cuando me di cuenta de que ya no la quería, ella estaría viva… -Tapó su cara con sus manos, lloraba desconsoladamente. Yo no lograba entender por qué se sentía así en este momento, cuando sonrió durante todo el viaje. Matías, debía ser él.

Sin Luz Propia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora