Capítulo 21

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Capítulo 21:

Comenzaba a quedarme dormida en el suelo cuando comenzó a sonar mi teléfono.

-Amor... -Contesté la llamada- -Sammy, acabo de subir al avión, son pasadas las 4 de la mañana. En dos horas aproximadamente estaré en el aeropuerto de Mendoza. -Se lo escuchaba un poco más calmado pero preocupado aún. -¿Quieres contarme qué sucedió? -De acuerdo... luego de que terminamos de hablar, él entró a la habitación, borracho. Lo mandé a dormir al sillón y no quiso, sólo quería estar conmigo, pero yo no. Me dio un gran golpe con el puño en la cara y me golpeó la cabeza contra la pared. Luego de eso sólo tengo recuerdos borrosos, porque perdía el conocimiento a cada rato. -¡Es un imbécil! -Dijo furioso. -Yo quise resistirme, él se quitó el cinturón y comenzó a golpearme en las piernas y en el vientre, y luego me... -Me quedé callada, sentía náuseas con tan sólo imaginarlo. -Mi reina, todo va a estar bien. En cuánto yo llegue, iremos a la policía a denunciarlo. -¡NO! ¡No podemos, Abel! Tú no lo conoces, no sabes de lo que él es capaz, no por favor. -Comencé a ponerme más nerviosa de lo que estaba. Matías aún tenía el arma, pero en algún lugar bien oculto, porque yo no conseguía encontrarla, estaba enfermo, y desataríamos más su locura si lo denunciábamos. -¡Pero, Samantha! Hablaremos más tarde, no salgas del baño... te lo ruego, mi amor. -No saldré, confía en mí.

Me di una ducha helada, mientras el agua caía en mi cabeza yo pensaba en lo sucedido, tomé la decisión de no perder un segundo más de mi vida al lado de Matías, prefería vivir oculta junto a Abel, pero siendo amada y amando a mi hombre.

La ducha quitó los rastros de sangre en mi cuerpo, las heridas sangraban muy poco, coloqué una venda en mi vientre hasta ir a ver a algún médico. Recordé que la madre de mi amiga Florencia era enfermera, ya tenía todo solucionado. A las seis y media de la mañana sonó mi celular.

-¿Ya llegaste? -Pregunté. -Sí, bajé del avión y tomé un taxi, estoy llegando a tu casa. Quiero que salgas del baño y me abras la puerta, yo te ayudaré a hacer las maletas. Salí del baño y corrí hacia la entrada de casa, abrí la puerta, él estaba diciéndole al taxista que lo esperara. Corrí hacia él y me enredé entre sus brazos, lo necesitaba tanto. -Mírate, mira como estás mi vida... -Dijo con dolor. -¿Dónde está Matías? -Corrió furioso hacia la casa. -¿Dónde estás, enfermo? ¿Dónde? -Gritó buscándolo en la casa. -Samantha, ¿qué sucede? ¿Qué es todo esto? -Preguntó Matías, salió de la habitación al escuchar los gritos de Abel. -¡Yo voy a explicarte qué sucede, basura! -Dijo Abel y se dirigió hacia donde se encontraba Matías. Sin dudarlo, lo golpeó con tanta furia que la sangre comenzó a brotar de su nariz. Matías cayó al suelo y se tapó la nariz con la mano. -¡Estás loco! -Gritó Matías. -¡Tú eres el loco, enfermo, y que sea la última vez que le pones una mano encima a Samantha! -Era un Abel completamente desconocido, diferente, nunca antes lo había visto así, tan enojado. Yo corrí a mi habitación para armar mis valijas. Por suerte ya las tenía casi listas, estaba muy emocionada con poder estar con él el día de su cumpleaños por lo que las había comenzado a armar hacía unos días atrás. Abel corrió detrás de mí y terminamos muy rápido. Tomé la ropa que había dejado apartada, mi bolso y me encerré en el baño, Abel entró conmigo sin darme cuenta.

-¡Es un idiota! ¡Mira lo que ha hecho! -Se agarraba la cabeza al ver mis piernas lastimadas, ya se comenzaban a ver enormes moretones donde me había golpeado con el cinturón. Me ayudó a vestirme y salimos del baño. Matías estaba sentado en la cocina. Abel se paró frente a él y dejó mis maletas en el suelo. -¡Respétala de una vez por todas! ¡Valora el hecho de que la tienes, imbécil! Agradece que Samantha no vaya a denunciarte. ¡Esto fue sólo una advertencia! -¿Una advertencia de qué? ¡Tú sobras acá, hermano! -Contestó Matías. -Piensa muy bien lo que puede llegar a pasarte si vuelves a propasarte con ella, o si no, yo mismo voy a matarte. -Dijo Abel, desafiante. -Mi amor, ya está, vamos. -Le dije a Abel y lo tomé del brazo. Cuando me di cuenta de cómo lo había llamado, miré a Matías, quien no me quitaba los ojos de encima. Comenzó a reírse desaforadamente. Abel tomó mis maletas y abrió la puerta. -Tú, Samantha, te estás olvidando de tus promesas, mi cielo. -Su forma de hablar me daba asco, todo en él me daba asco. -¡Vete de mi casa! ¡No quiero verte más aquí! -Salimos y no subimos al taxi.

Sin Luz Propia.Where stories live. Discover now