36. 𝙽𝚘 𝚚𝚞𝚒𝚎𝚛𝚘

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—Ziel... ¿Por qué has hecho eso?

Caín niega con la cabeza tras terminar de decirle todo lo que he hecho. Lejos de parecer contento para que esta historia termine, más bien parece decepcionado. No lo entiendo. Me he tenido que tragar un mes de lágrimas, dolores en el corazón, pesadillas interminables, evitar a los tres viviendo en el mismo hogar y manipular sus recuerdos para que creyeran una historia.

Creía que lo estaba haciendo bien, aunque por su cara yo diría que no. 

—Estoy harto —resolví—. He recuperado parte de mis recuerdos y... duelen. Duelen mucho recordar... todo.

—Ziel, yo no quiero que me allanes el terren...

—No lo he hecho —le interrumpí. Pasé la lengua por mis labios helados por el frío de septiembre, los cuales se han cortado un poco y escuecen—. Yo... Creo que no merezco tanto amor.

—¿Esos perros? ¿Darte amor?

—Noel es increíblemente cariñoso —le dije, sintiendo que mi corazón se estaba comprimiendo por segundos por haber pronunciado su nombre—. No sabes lo que fue verle cada día de agosto sufrir, cada noche llorar hasta dormirse, oírle gruñir de dolor... Lo mismo con Hiel. —Tomé una bocanada de aire, permitiendo que se me escaparan las lágrimas y sorbiera por la nariz—. Lo sabe llevar mejor porque está acostumbrado al dolor.

—Sí... Fausto ya me contó su historia hace tiempo —expresó aburrido, llevándose un cigarro a la boca. Aquello me sorprendió un poco, a lo que él dijo—: ¿Quieres? —me ofreció y yo negué—. Yaim dice que relaja, pero esto sabe a mierda. No sé cómo le puede gustar esta basura.

Me callo y me apoyo en el banco yo también, aún preocupado de si realmente esto es lo que se tenía que hacer antes de que todo fuera demasiado tarde. Realmente no quiero. No quiero esto que me resulta ahora mismo demasiado doloroso de soportar pese a los recuerdos que he ido acumulando por cada puerta abierta, mientras los cambios en la casa la están dejando una bonita guarida para el futuro. Uno lejano e incierto.

Noel se ha esforzado mucho para tapar todos los agujeros, arreglar la chimenea y los cajones que se enganchaban con facilidad. Incluso las ventanas de los últimos pisos. La nevera se cambió por una más grande y todo lo que estaba apunto de morirse por la vejez o la corrosión se intercambió, quedando un resultado hermoso y llamativo entre tanto mueble viejo. La casa está preciosa poco a poco.

—¿Realmente crees qué es lo correcto? —preguntó con un tono seco, casi demandante—. Sabes que te quiero, Ziel, aunque lo hubieras olvidado como muchas tantas cosas te habías arrancado para no recordarlas. No te culpo. El pasado, a veces, es una mierda que a los humanos les encantaría arrancar de sus cráneos para no sentirse dolidos.

Lo sé, me lo dijo cuando cumplí la mayoría de edad, pero mi respuesta fue irme corriendo por la vergüenza. Le resultó tierno que me comportara de ese modo tan extraño, pero aun así decidió cambiar todo de él para que mi mente dudara de si realmente debía de aceptar algo de su parte. El primer año de universidad fue la criatura más fría y distante que jamás conocí: Una mirada gélida que me helaba la sangre al instante, resoplidos malhumorados, golpes con el hombro, ignorar mis miradas... Tardé en acostumbrarme a todo ello hasta que me dio igual.

—No creo merecer tanto amor.

—¿Por qué? —cuestionó, poniendo una mueca de asco tras dar una calada—. ¿Qué tiene de malo que te quieran los demás?

—Pero tú dijiste...

—En nuestro mundo, el de la eternidad, no podemos permitir tener vampiros débiles de corazón —me interrumpió sin mirarme—. Por eso fui muy injusto y cruel contigo, Ziel. No quiero que mi Musa sea débil, al menos no fuera del hogar —aplastó el cigarro con la malo para, después tirarlo—. Así quedarás si no aprendes: Aplastado, inútil, irrecuperable... No quiero eso. Si me aceptas, tienes que saber que te entrenaré por años para que nada vuelva a doler; no importará lo que otros días, los golpes que te den o los dardos que te lancen. No sufrirás daño.

𝓩 i e l [También en Inkitt]Where stories live. Discover now