29. 𝙲𝚞é𝚗𝚝𝚊𝚖𝚎𝚕𝚘, 𝚕𝚘𝚋𝚘 𝚏𝚎𝚛𝚘𝚣

323 43 2
                                    

Le he estado dando vueltas al encuentro que tuve con Caín en el bosque, porque no estoy seguro de si sus palabras realmente son sinceras o sólo quería hacerme dudad. Dijo que no hay ni buenos ni malos, pero eso no es cierto: Siempre hay alguien que protege y otro que quiere hacerte daño, y en mi caso las posiciones son demasiado claras. Entonces, ¿por qué me permito dudar si tan claro está?

Quizá es cuestión de perspectiva.


Noel está extasiado con este trato que hicimos ayer, tanto que anoche le costó una eternidad dormir y parte de sus nervios me provocaban pequeños puñetazos en el estómago a causa del estrés. Sin embargo, verlo tan feliz también hace que en mi mente todo parezca primavera pese a ser Julio (verano): Las flores parecen mucho más coloridas en cuanto se acercan a él; los animales salen corriendo en lugar de demostrar que se mantienen protegidos en sus casas; el aire que, aunque es cálido, no me quema recibirlo mientras estoy subido en la rama de un árbol observándolo todo. Su humor se infecta entre sus hermanos mientras preparan el campamento, expandiéndose a una velocidad tan vertiginosa que, quizá, parte de su dicha también me está alcanzando.

Hiel es quien intenta hallar el equilibrio conforme prepara una pequeña cocina de gas. Aunque también está siendo influenciado por el mayor de los tres; contiene bien sus emociones para no destacar demasiado. Pero le he visto. Le he pillado varias veces intentando acercarse a mis pájaros, los cuales son lo bastante inteligentes como para no dejarse engañar por nadie. Aun así, algunos ya están tomándole algo de confianza para así quedarse quietos entre sus dedos, y es ahí cuando él sonríe. 

Si Noel evoca a la primavera, Hiel hace que el otoño tenga una visión distinta a la que estoy acostumbrado a ver de normal. Cuando sonríe, aun sin ser explosivo y centelleante, percibo que en mi estómago las mariposa aletean un poco; su intención no es hacerlo con fuerza hasta salir de mi boca, sino hacerse notar que están ahí. Suave, acumulándose, pero anunciándote que en cualquier momento saldrán todas al mismo tiempo. 

Edel simplemente se encarga de ayudar a rato sí y rato no. Es quien provoca que la alegría no escale niveles estratosféricos y provoque discordia, aun cuando escucho a Noel gritarle varias veces « ¡Te he dicho que no! ¡Para de una puta vez, mocoso del demonio! ». No estoy seguro a que se refiere con eso de decirle que no. El menor de los tres sólo le molesta tirándole pequeñas piñas a los pies, riéndose por lo bajo como todo un diablillo y a veces hace un complot con Hiel para que deje de ser cuadriculado en lo que hace.


Una vez que el campamento está hecho —aun molestándome el hecho de que no me dejaran ayudar—, lo observo todo desde lo alto: Dos tiendas de campaña de mediano tamaño con los respectivos sacos de dormir, colchonetas y dos almohada; una nevera portátil donde hay cerveza para los lobos y agua (además de zumos) para mí; en el centro de las dos una hoguera aún sin prender porque sigue siendo de día; el coche de Hiel aparcado lo bastante cerca por si debemos salir huyendo en caso de peligro; y sobre todo a dos de ellos mirándome con una sonrisa de satisfacción. 

Respondo al gesto algo más tímido, y Noel estira los brazos desde abajo para dejarme claro que salte. Su postura es divertida, desenfadada; casi me siento como un niño al que le insinúan que todo irá bien.

—Yo te recogeré, pajarito —dijo muy feliz, tanto que sus ojos brillaban como piedras preciosas. No exageraba cuando decía que sus emociones por mí eran intensas—, no te dejaré caer.

—Si soy un pájaro, ¿no se supone que puedo volar? —cuestioné riéndome por lo bajo hasta vislumbrar la dicha en una sonrisa más remarcada—. ¿Y si quiero qué me cace Hiel?

𝓩 i e l [También en Inkitt]Onde histórias criam vida. Descubra agora