19. 𝚁𝚘𝚣𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚎𝚕 𝚕í𝚖𝚒𝚝𝚎

439 63 1
                                    

—Ziel, ¿estás bien? —La voz de Noel sonó a mi lado en tono preocupado. Pasó su mano por mi pelo de manera afectuosa, sin dejar de sonreír, y mis mejillas se pusieron rojas—. ¡No me digas que estás enfermo!

—No, todo está bien —ahogué una risa breve—. Gracias por preocuparte...

Noel suspira, aliviado de que nada malo me pase. Y ahora que estamos solos, mientras Hiel está en el trabajo, sólo nos hemos limitado a estar cerca. Bueno, más bien él es el que me persigue como un perro para ver todo lo que hago: dar de comer a los pájaros —y que éstos se le lancen a picotearle la cabeza para que se vaya corriendo—, trabajar en el jardín, leer en silencio sin que él pronuncie ni una palabra mientras me mira con una sonrisa en los labios e, incluso, me acompañó a comprar. Al parecer ha tomado apuntes de qué cosas suelo comprar.

—Cualquier cosa por ti no es molestia —ensanchó la sonrisa más todavía.

—N-no digas las cosas de ese modo... —farfulle avergonzado, porque realmente cada vez que hablaba de esa forma me hacía pensar que en realidad estaba enamorado de mí. Y eso no era posible; era demasiado temprano y, además, a duras penas intercambiábamos algún que otro abrazo o momento agradable.

Noel me abraza, arrancándome un sonrojo abrupto y sus labios se pegan a mi oreja para decir:

—El pajarito no debe de tenerle miedo al lobo, porque éste lo protegerá de todo mal.

—N-no soy un pájaro y tú no eres un lobo —me trastabillé al instante de decir eso, ya que sonaba un poco ridículo—. Somos personas, Noel, no animales —terminé carraspeando y, él, sólo se rio para seguir abrazándome mientras volvía a mi lectura sobre plantas. 


Aún no puedo creerme todo lo que ha pasado en tan solo siete días. 

Me acosté con Noel Heulen y no sabía de dónde saqué las fuerzas necesarias para seguir adelante. De hecho, estaba apunto de embrujarlo y dejarlo dormido en la cama para decirle después que todo fue un sueño, pero al final tuve que negar esa posibilidad porque no se me ocurría ni una historia creíble. Quizá su cariño hacia mí, un completo desconocido que no llamaba la atención en nada, me hizo dudar para que siguiéramos adelante.

¿Qué tan mal me haría permitir que alguien fuera cariñoso conmigo, después de una década de soledad?

Su piel era un poco rasposa como la piel de los animales, pero sus labios suave cual terciopelo. Un aroma hipnótico que se abría paso por mi nariz, invadía mi respiración y emponzoñaban la cordura a la que intentaba aferrarme en cada momento; hasta que dejé de luchar. Realmente pensé que todo quedaría en un beso casto, un par de caricias y, después, todo lo demás vendría con el tiempo si estas cosas seguían adelante. Pero lo extraño llegó cuando sentí su intimidad dentro de mí, pasando del dolor agudo a una sensación similar a la calma. La dolencia remitió y cada movimiento me hacía sentir sofocado, e incluso las palabras de mi cabeza iban desapareciendo una a una conforme se movía o me llevaba con él a alguna parte de la habitación. 

Fue una sensación extraña. Era como si alguien hubiera abierto una puerta y dejara que los olores a los que no estaba acostumbrado pasaran, por primera vez, por mi sistema olfativo y dejar ahí su huella. 

Que mi primera vez, tanto de labios como de alma fuera con ese chico, me hizo dudar de si en realidad estaba soñando y sólo fue un deseo absurdo del que mi subconsciente quería hacerme culpable. Pero no fue así, porque me acabé rompiendo y sollozando entre esos dos chicos en mi habitación. Hice el ridículo. Me abrumé tanto porque alguien reparara en mi presencia y dijera cosas tan hermosas que, en cuanto terminamos, acabé por resquebrajarme y buscar confort en lo que tenía más cerca.

𝓩 i e l [También en Inkitt]Where stories live. Discover now