33. 𝙴𝚜𝚝𝚊 𝚎𝚜 𝚕𝚊 𝚕𝚞𝚗𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚖𝚎 𝚎𝚗𝚕𝚘𝚚𝚞𝚎𝚌𝚎 🔞 [𝙷𝚒𝚎𝚕]

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Hiel

Aunque el trayecto ha sido tan silencioso y tranquilo, he estado manteniendo parte de mis nerviosos y ansiedad con este chico a mi lado. Ha sido calmado y algo frío, pero no distante, sino que en algunos momentos ha aprovechado que moví el brazo para que tuviéramos un roce íntimo durante unos segundos. Que juegue me enloquece y me tienta, mas no es un experto en seducción como somos los tres hermanos a nuestra manera; cometer errores. Pequeños, pero lo son. 

Por ejemplo, aunque sus roces sean adecuados, no se centra en mantener el ambiente en un estado centrado de candencia sino que deja que suba un poco o baje demasiado. También muestra rasgos de vacile, pero no me molesta. Puedo comprender que todo este avance es gracias a mi hermano y las veces en las que han follado, parte de la experiencia se le habrá quedado en la mente como quien estudia un libro durante semanas. 

No es suficiente, yo puedo enseñarle mucho más, jugar más rudo que mi hermano mayor si él me lo permite. Y tiento mucho mejor.

Porque lo sé, lo sabe y lo sabemos: Hoy es mi momento en el que le muestre al pajarito qué clase de lobo soy y qué cosas puedo aportarle. Y le encantarán.


Aparco el coche en una zona boscosa y abierta, donde al altitud nos enseña que bajo el acantilado hay miles de luces prendidas de distintos colores y formas. Por su cara sé que le gusta lo que ve, e incluso sus orbes se iluminan lo suficiente para darme la respuesta de que esto será perfecto. Aun con esa cara se le puede fascinar con un poco de ingenio, claro que no te lo confesará directamente y por lo tanto tendrás que quedarte con ello; esa imagen tan sutil pero que ha creado un buen impacto. 

Cierro con la llave para que se apague el coche y la dejo en la guantera, quito mi cinturón y llevo mi mano hasta la suya que ha dejado claramente para que la toque. Su tacto es frío, como si fuera un vampiro, pero el bombeo de la vena del cuello me dice que no está muerto y que la vida que recorre su torrente sanguíneo espera, pacientemente, que todo esto se desarrolle con la perfección que merece percibir. Por ello sus dedos y los míos se acarician, aprovechando que las miradas se anclan antes de que yo me muerda el labio con algo de necesidad.

No hay prisa, pero tampoco debo ser ridículamente lento; no funciona así el cortejo. Cada lobo lo lleva a su modo. 

—¿Podemos verlo más de cerca? —preguntó y la atadura visual se rompió al ser el primero al ver que asentí—. Seguro que el aire desde ahí nos ayuda a calmarnos un poco más; hace un poco de calor dentro y no creo que sea adecuado descamisarme.

—Es lo que tiene julio, que el calor en los lobos aumenta cuando tienen compañeros tan interesantes —respondí junto a un guiño..

—¿Entonces este lobo puede calentarme pese al frío? —bromeó, haciéndome reír mientras observaba la sonrisa que se le escaba por la puerta.

Le sigo, porque todo juego conmigo se anuncia con un tira y afloja. 

Él ya está empezando con su cortejo, sobre todo porque lanza sus miradas pillas y el andar insinuante hasta sentarse en el capó del coche, donde apoya sus manos y parte de su trasero para que yo me acerque. Admirar su modo de hacerlo también forma parte del aprendizaje de mí mismo, porque a las personas se les reconoce de ese modo: En sus momentos buenos, en los malos, cuando son coquetos, cuando se enfadan, cuando lloran, cuando se sienten vulnerables o poderosos... Ahora él está en una fase de cambio, esperando que yo le ayude a mostrar esa cara, volviéndome ansioso y estúpido porque esta es la Luna que me enloquece; la que casi me atrapó en el beso del árbol y me hace salir de control.

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