12. 𝚃ú 𝚗𝚘 𝚕𝚘 𝚜𝚊𝚋𝚎𝚜, 𝚙𝚎𝚛𝚘 𝚢𝚊 𝚜𝚘𝚢 𝚝𝚞𝚢𝚘

524 62 4
                                    

Ziel

Estoy nervioso.

Doy vueltas por la habitación mientras los pájaros carpinteros se postran en el alfeizar para conocer el chisme, por parte de los otros pájaros. Pían, exclamando sonidos agudos y más de uno ha exagerado tanto su movimiento que se ha caído al suelo. No sé si ha sido buena idea contarles lo de hoy, realmente creo que lo más sensato hubiera sido dar media vuelta y ofrecer una negativa.

Sin embargo el libro fue claro: « Tres », « seis » y « ocho ». Tres de junio, a las ocho, eso significaba. Pero no ha especificado lo que va a pasar. 

Y he sido tan estúpido de decir « sí ». ¿Por qué soy así? ¿Por qué no opté por negarme y salir como si no tuviera ningún interés? ¿Era demasiado pedir tener un día de paz? Desde que llegó abril las cosas han comenzado a ponerse más extrañas, y ya cada dos por tres siento que me observan; a veces en solitario, otras en equipo.

También comienzo a experimentar emociones cuando esos hermanos tan extraños interactúan conmigo; me arde la cara, se me sacude el pecho, a veces la respiración se para... ¿Quizá son alarmas para que me aleje? No estoy seguro.

—Esa casa está hecha un asco. ¿Por qué no te ofreces para echarle una mano?

—Hermano, cállate y no seas maleducado —espetó la otra voz.

—¡Sólo soy sincero!

Escucho la voz de Hiel tras la ventana y después la de Noel. ¿Ya son las ocho? Miro el reloj y me doy cuenta que son las seis, han venido dos horas antes de lo previsto y yo sigo en mi maldito pijama corto porque el sol ha pegado fuerte toda la mañana.

—Está despierto, mira cuántos pájaros tiene ahí.

—Ziel, ¿estás despierto? —sonó su voz como si lo tuviera al lado, erizándome la piel. Nunca me iba a costumbrar a eso, y fue una mala idea haber dejado entender que era capaz de escuchar a largas distancias cuando comprendí que pronto experimentaría cambios.

Me aclaro la voz y digo:

—Sí, pero sigo en pijama —dije, pero en lugar de hacerlo firme soné más bien nervioso.

—¿Nos abres la puerta, por favor? —pidió el mayor de los hermanos y vacilé, puesto que él mismo podría hacerlo sin ningún problema por la ausencia de cerrojo—. No es educado entrar en una casa si el propio anfitrión no lo hace por sí mismo.

Qué norma tan extraña, jamás la había oído.

Saco la cabeza por la ventana, provocando que todos los pájaros echen a volar y veo sus rostros embobados como si tuviera delante a una criatura sacra, o quizá un cuadro hermoso que ha captado toda su atención. Ambos hermanos tienen la cara roja, aunque en esta ocasión es menos violenta que las primeras veces; su ojos azul verdoso brillan con gran intensidad, e incluso parece que tengan miedo de parpadear; se relamen al mismo tiempo e incluso puedo ver desde mi posición que sus puños se aprieta dentro de los bolsillos de los vaqueros. Están tensos, nerviosos incluso. 

¿Por qué me miran así? Estoy hecho un asco. Mi cabello está despeinado, mi aliento apestará, mi piel tendrá seguramente rastros de sudor y, por su forma de mirar, temo que el pijama les haga creer algo que no debería ser. 

Pese a ello asiento en silencio y salgo corriendo nada más ponerme las zapatillas de por ir por casa, bajando las escaleras con cuidado de no golpearme como la vez que entré al lobo. Una vez llego a la puerta —que no está embrujada— salgo hacia el exterior y el sol me pega en la cara, mostrándome de nuevo que ambos chicos parecen encantados de verme en estas pintas. Son raros, extraños a su manera; aun así voy hasta la principal y la abro para que puedan pasar aunque evitando mirarlos directamente.

𝓩 i e l [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora