O N C E . D O S

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—Isaac, Isaac ¿dónde esta Isadora? —preguntaba Coriane desesperada, moviendo con fuerza los hombros del rubio para que este despertará del trance en el que había llegado a Tondc.

—¡Isaac! —le gritaban los demás a su al rededor, igual de asustados por toda la sangre en la que el muchacho había vuelto y sin la chica que lo había acompañado.

—Maunon... Maunon se la llevó —confesó el muchacho después de haber tragado con fuerza.

Aquellas palabras le cayeron a Coriane como una puñalada en la espalda. De repente sintió el mundo cayéndosele a los pies, todo girando demasiado rápido como para poder mantenerle el paso. Los demás se quedaron en un silencio sepulcral también, sin poder creerse tampoco lo escuchado.

—¿Cómo... qué paso? —cuestionó la castaña con la voz temblorosa y el aire atorado en sus pulmones.

—Le dije que nos adentráramos más, que dónde estábamos no cazaríamos nada, y ellos nos encontraron. No pude hacer nada, y me... me fuí, me escondí... —no pudo terminar de hablar cuando el puño de Jensen se estampó en su cara.

Aren y Krista tuvieron que detener al muchacho de moler a golpes al rubio mientras ellos mismos se contenían de hacerlo. Odeya miraba a su hermano con los ojos cristalizados y la boca abierta. Y Coriane estaba segura de que había dejado de respirar en ese momento.

Menos mal, Astrid había llegado a tiempo cuando sintió el dolor de su Terra para atraparla antes de que cayera al suelo.

Y mientras la Coriane en sueños se desmayó, la Coriane en vida se despertó.

La única pista de que había tenido un mal sueño era el sudor en su frente y la manera irregular en la que su pecho subía y bajaba, pero al estar acostumbrada a las pesadillas, esta pudo haber pasado bien desapercibida para el ojo ajeno.

Literalmente segundos después de haber despertado, Aren entró en su tienda de repente, acelerado, pero con una pequeña sonrisa en el rostro.

—El Skaikru lo logró, la niebla quedó desactivada.

«Ad Bellum»

El conocido pinchazo en la cabeza, el mareo, el hilo de sangre negra saliendo de su nariz. Pero el impacto no había sido ni meramente parecido a lo que siempre era cuando los escuchaba. El dolor no se prolongó más de lo que las palabras duraron ni los mareos la dejaron inmóvil por unos cuantos segundos. Lo único que quedo fue el eco de los susurros.

—¿Qué te dijeron? —Aren conocía perfectamente los signos ya para saber que las voces en la cabeza de la Terra habían impartido un mensaje, y esperaba ansioso por oírlo.

𝓣𝓮𝓻𝓻𝓪 ↬ b. blakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora