EPÍLOGO

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Evan había bajado el techo del coche. El viento originado por la velocidad con la que corría el vehículo por una de las carreteras solitarias de Chicago nos golpeaba de lleno, echando mi pelo hacia atrás y amenazando con que el pañuelo blanco que llevaba en él saliera volando.

Ambos llevábamos gafas de sol, protegiendo nuestros ojos de los potentes rayos de sol de aquella tarde.

El volumen de la radio estaba subido al máximo mientras cantábamos la canción que emitían los altavoces del coche.

Evan tamborileaba con los dedos sobre el volante siguiendo el ritmo de la música, ambos movíamos la cabeza y en una de esas alcé mis brazos hacia arriba, estirándolos con la intención de tocar el cielo, sintiéndome viva en aquellos momentos, feliz y enamorada del chico que iba a mi lado cantando la canción con aún más entusiasmo que yo.

Psycho Killer

Qu'est-ce que c'est

Fa-fa-fa-fa

El paisaje desierto se extendía a nuestro paso, el clima del Chicago que dejábamos atrás tras haberlo recorrido entero durante una semana para que cumpliera mi sueño de verlo por primera vez.

Habíamos pasado el día de mi dieciocho cumpleaños allí. Entre mis piernas sostenía el libro de Shakespeare que Evan me había regalado marcando las partes que le recordaban a mí.

La luz del sol besaba la piel de Evan, bronceando su pecho descubierto por los botones abiertos de su camisa negra y casi llegando al comienzo de sus abdominales marcados. Sus dientes brillaban tras cada sonrisa mientras sus labios se movían con la letra de la canción.

Run, run, run, run, run, run, run away

Oh, oh, oh

Una risa súbita y sin sentido que quizás expresaba el estado de felicidad que llevaba años sin sentir acudió a mí cuando Evan alcanzó mi pintalabios y lo comenzó a utilizar de micrófono.

Las gafas se le deslizaron hasta la punta de la nariz y sus ojos me miraron por encima de ellas, esos ojos oscuros casi negros que cada vez que me miraban me hacían sentir segura, amada...

Unos minutos después divisamos una gasolinera. Los dos nos bajamos del coche, Evan se acercó para llenar el depósito de gasolina y mientras se inclinaba lo besé y me adentré en la tienda del lugar.

Apenas había más coches a nuestro alrededor, tan solo dos y por lo que pude ver estaban vacíos, quizás de las personas que se hospedaban en el pequeño hostal que parecía haber.

El interior de la tienda estaba a rebosar de estantes en los que las cosas se encontraban casi colocadas a presión para que pudiera caber tal cantidad. Un ligero aroma de fresa y gasolina se extendía por el ambiente y el silencio era cortado por el sonido de una pequeña televisión colgada en el techo en la que daban el tiempo.

Eché un vistazo para ver que la persona que se encontraba en el mostrador era un señor de mediana edad que llevaba unas gafas de culo de vaso de metal marrón y, sobre su labio superior, se encontraba un denso bigote negro que casi era teñido en toda su totalidad por la grisura de las canas. Su atención estaba centrada en el periódico que sujetaba entre sus manos.

Yo pasé por un estante lleno de comidas enlatadas hasta llegar a las revistas. Alcé la mano para coger el periódico del día y ver en la portada una foto en la que salíamos Evan y yo en el coche, en aquella persecución entre las calles de un pueblo que habíamos tenido hace siquiera unos días con la policía.

"Los fugitivos de Cartonwild".

Una sonrisa se dibujó en mis labios al recordar como les había llenado el parabrisas de pintura haciendo que no pudieran seguir tras nosotros. Lo malo era que habíamos tenido que cambiar de coche, aunque aquel descapotable tenía sus ventajas.

EVANWhere stories live. Discover now