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EVAN

Sabía que tras lo que había pasado estaría evitándome, sabía que ahora se arrepentía y que deseaba que aquello nunca hubiese pasado. Pero también sabía que una parte de ella lo había disfrutado, era más que obvio porque si la repulsión y el temor que decía sentir hacia mí hubieran sido verdaderos, aquello no habría sucedido.

No me habría dicho que me amaba, no me habría dejado subir a su habitación, no me habría parado antes de salir y no me habría besado.

Lo que en un principio había predicado se estaba cumpliendo, tal y como lo había previsto. Se estaba enamorando de mí, tal y como lo había dicho.

Por eso, después de darle una lección a Verónica por lo que le había intentado hacer en las duchas y de que la familia Tomilson se marchara de su casa, la esperé en su habitación.

Todo estaba en la completa penumbra.

Unos veinte minutos después de que se hubiesen marchado Rachel entró.

Cerró la puerta tras de sí y sin encender las luces se acercó a su ventana para comprobar si estaba como siempre observándola.

—Estoy aquí—dije.

Ella pegó un salto y contuvo un grito mientras se llevaba una mano al pecho.

—¿Qué haces aquí?—preguntó con voz trémula.

Me separé de la esquina en la que estaba y di unos pasos en su dirección, para mi sorpresa no retrocedió con inseguridad como solía hacerlo, se mantuvo firme en su sitio.

Eso de que fuera ganando confianza ante mi presencia era buena señal, al fin y al cabo hace unos días la había hecho mía en aquella misma cama.

—El que intentes evitarme no cambia lo que pasó la otra noche—respondí.

Se removió denegando aquella postura de confianza que había intentado mostrar.

—Fue un error.—Sacudió la cabeza con pesar.

—Sabía que dirías eso.

—Si lo sabías entonces ¿por qué has venido?

—Porque tú y yo sabemos que no es verdad, tú misma me has revelado tu amor, solo hace falta que lo admitas ante ti misma, Rachel, que dejes de negarlo.

Avancé un par de pasos más hacia ella haciendo que quedásemos más pegados.

—No puedo.

—Sí, sí que puedes, tan solo tienes que dejar de contenerte, tienes que dejar fluir tus sentimientos.

—¿Evan no te das cuenta? Me estoy volviendo absolutamente loca, mi cabeza está en todos sitios menos en la realidad y todo es por tu culpa. Me estás anulando, me estás succionando.

Chasqueé la lengua y me senté en el borde de su cama.

—No, preciosa, la que se está succionando a sí misma eres tú. Intentas contener todo lo que sientes y eso te consume. Y si estás loca ¡Adelante! Deja a tu locura en libertad ¡Liberála! Seremos dos locos enamorados ¿Qué hay más bonito que eso?

Me levanté de la cama ante su silencio y me acerqué a ella. Posé mi mano sobre su barbilla y tras quitarme la capucha la obligué a mirarme.

—Me amas—susurré y sin dejarle tiempo a pensar posé mis labios sobre los suyos. Volver a sentirlos sabiendo que ya casi eran míos era la mejor sensación que nunca había experimentado.

Moví los míos ante la suavidad de los suyos y ella hizo lo mismo, completamente hipnotizada.

Me separé y abrí su ventana.

La fría brisa nocturna que daba la bienvenida al invierno se coló en la habitación golpeando contra su piel. La luna estaba en su máximo esplendor, aquella noche emitía una luz que bañaba su rostro dotándolo de un brillo inusualmente hermoso.

Era preciosa, tanto que mi corazón había comenzado a latir como un loco por el simple hecho de estar tocándola.

—No le tengas miedo a volver a amar, Rachel.

—¿Crees que esto es amor? ¿Qué puede haber en un amor ante el que siempre es preciso estar alerta, y qué puede valer un amor que necesita una vigilancia tan rigurosa?

Solté una carcajada.

—Esto no es por celos, es por tu protección, porque quiero que estés bien, que estés segura. Yo confío en ti, la cuestión es ¿tú confías en mí?

Titubeó.

—No sé, no sé nada.

Me puse serio y tomé sus manos.

—Ven conmigo.

—¿Qué?

—Ven conmigo, esta noche.

—Evan, no...

—Te demostraré que puedes confiar en mí, que siempre estarás a salvo conmigo.

Se quedó callada con el entrecejo fruncido. Desde hacía tiempo que quería hacer aquello con ella, llevarla a aquel sitio... Esa sería la mejor manera para que pudiera confiar en mí, para que después de todo, al fin se diera cuenta de que conmigo era con la única persona con la que podía estar bien. Sería el último acto que haría que se enamorara de mí por completo, el último que la induciría a amarme con todas las partes de su corazón, como yo lo hacía.

Me coloqué detrás de ella de modo que su espalda quedó apoyada en mi pecho. Acerqué mis labios a su oreja y le susurré al oído.

—Ven conmigo Rachel, solo esta noche. Ven y permítete amarme una noche, si cuando haya pasado sigues indecisa, entonces me alejaré.

La respiración se le entrecortó. Sin siquiera moverme fue ella la que se dio la vuelta y tras mirarme unos segundos a los ojos que casi provocan que me quedara petrificado, asintió.

La volví a tomar de las manos y salimos por la ventana, ayudándola a bajar entre las enredaderas de su casa y el árbol que había justo al lado.

Nos metimos en mi coche y tras poner las llaves en el contacto y dedicarle una mirada fugaz arranqué.

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