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RACHEL

—¡Rachel!

Me desperté de golpe. 

Nunca en mi vida me había sentido tan mal: la cabeza me palpitaba tanto que pensaba que me iba a estallar, mi estómago estaba revuelto y mis ojos eran incapaces de centrarse en un solo sitio de la habitación haciéndome dar vueltas.

—¡Rachel vas a llegar tarde!—gritó mamá desde la planta de abajo.

No quería moverme, sentía que si lo hacía no podría seguir conteniendo todo lo que había en mi barriga. Me tapé la cabeza con la almohada y cerré los ojos deseando que esa sensación se esfumara, pero fue imposible.

La puerta de mi habitación se abrió de golpe, sobresaltándome.

—¿Se puede saber que haces?—me espetó mamá. Llevaba su delantal blanco y su pelo rubio estaba recogido en un moño del que salían varios mechones rebeldes.

Se cruzó de brazos al ver que no contestaba.

—Rachel Hill, te quiero lista en menos de diez minutos—ordenó con ese tono que tanto detestaba.

Las imágenes de la noche anterior acudieron a mi cabeza en tromba: la nota de Grace, mi fuga por la ventana, la iglesia, Verónica...Ni siquiera recordaba como había vuelto a casa, los últimos recuerdos que tenía era el de Verónica tendiéndome dos bebidas y...y el de una figura negra acercándose a mí.

Un escalofrío me pasó por todo el cuerpo ¿Pero que demonios había pasado para que estuviera con tal sensación?

Levanté la cabeza de la almohada intentando disimular lo mejor posible mi, seguro, horrible aspecto. 

—Ahora voy—dije con la voz adormilada para que pensara que me había quedado dormida. No podía decirle que no iba, nunca faltaba al instituto y que me hubiese puesto mala de la noche a la mañana no era una excusa creíble para mamá.

Esperé a que saliera y cuando lo hizo intenté levantarme de la cama.

Mala idea.

Salí corriendo al cuarto de baño con el tiempo justo para poder vomitar sobre la taza del váter.

No sé cuanto tiempo me pasé pegada ahí pero cuando terminé sentía que mi estómago ya no podía más y que estaba vomitando los pocos restos—si es que había algo—que ahora me quedaban.

En mi cabeza volvió a aparecer la cara de Verónica sosteniendo dos vasos con una sonrisa amablemente fingida. Me dí un manotazo en la frente ¡Como había podido ser tan tonta! ¡¿Aceptar una bebida de Verónica justo en una fiesta en la que estaba segura de que tramaba algo?!

No cabía duda de que me había echado algo en la bebida, ni siquiera quería imaginarme las cosas que habían ocurrido, un miedo terrible me embargaba.

Al levantarme y volver a mi habitación me di cuenta de que iba en ropa interior y que mis piernas estaban llenas de barro.

Pero ¡¿Qué narices había ocurrido?! ¿Había vuelto desnuda a casa?

Aquella figura encapuchada que llevaba meses atormentándome pasó por mi mente, pero esta vez donde se suponía que había sido la fiesta. Caí de rodillas en la alfombra de mi cuarto, de repente las manos me temblaban exageradamente. La sensación que tenía en esos momentos era de lo peor, no sabía absolutamente nada y eso le estaba dando demasiado albedrío a mi imaginación.

Me dí una bofetada.

No podía dejar que aquello me derrumbara, debía ir al instituto y enfrentarme a lo que fuera que estaba segura que me esperaba. Me dí una ducha rápida, me puse el uniforme de cualquier manera, cogí mi mochila y bajé las escaleras a toda velocidad.

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