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EVAN

—¿Mamá?—preguntó balanceándose sobre mis hombros—. No he probado alcohol, lo juro.

Levantó la cabeza y las manos y después se volvió a dejar caer.

La zorra de Verónica la había drogado ¿A eso se refería con lo de que esta noche nos lo íbamos a pasar bien? ¿A drogarla y dejarla hacer el ridículo delante de todo el mundo?

Apenas había estado en la fiesta, había estado siguiendo a Rachel para comprobar que llegaba bien. La verdad, me había sorprendido que fuera capaz de escaparse y salir ella sola en mitad de la noche para ir a por su hermana.

Los minutos que había estado allí se me habían hecho eternos y cuando Madison llegó tirando de ella a la fuerza supe que nada bueno pasaría. Verónica era una arpía, una hija de puta que aprovechaba cualquier ocasión para intentar humillarla, por eso había comenzado a "salir" con ella. Rachel nunca sospecharía de mí al estar saliendo con su enemiga y hablarle de la manera borde en la que lo hacía. No me podía permitir que supiese quien era, ya me había descubierto lo suficiente como para ahora verme la cara.

No quería ahuyentarla, tan solo había que esperar un tiempo más para dar el paso que había estado planeando, unos meses más y por fin podríamos estar juntos.

Mi corazón se volvió loco cuando mis manos la cogieron y la subieron sobre mis hombros, ni siquiera me podía creer que la estuviese tocando. Mi piel sobre la suya, desnuda.

Desnuda.

Iba prácticamente desnuda.

Salí del aparcamiento a paso veloz ignorando los abucheos de los que estaban disfrutando verla bailar drogada hasta llegar a la franja de árboles donde había aparcado mi coche. Me la bajé de los hombros y la senté sobre el maletero. Mis ojos no pudieron evitar recorrer su cuerpo, sus pechos estaban cubiertos por un sujetador blanco de encaje que iba a juego con las braguitas que llevaba. De un momento a otro su piel de terciopelo cambió y ella comenzó a temblar.

Mierda.

Contuve el impulso de deseo que había pasado por mi cuerpo y me quité la sudadera negra para taparla.

—Venga, póntela—le dije tendiéndosela.

Sus ojos comenzaron a escrutarme a la vez que fruncía sus cejas.

—Tú no eres mamá—dijo con la voz mareada.

Suspiré, el pensamiento de querer matar a Verónica apareció por mi mente.

—Sube los brazos—le dije haciéndolo para que ella me imitara.

Cuando lo hizo pasé mi sudadera sobre su cabeza y se la acomodé con el mayor cuidado del mundo, pudiendo disfrutar, por vez primera de la suavidad de su pelo.

La bajé del maletero, la sudadera le quedaba larga, así que le cubría un poco más, por suerte no se había quitado los zapatos.

—Vamos—hice amago de cogerla.

—No—me paró poniéndome la mano en el pecho, haciendo que mi pulso se acelerara como nunca—. No puedo ir a casa.

Por su voz, la droga cada vez iba haciendo más efecto, adormilándola.

Solo esperaba que Verónica no hubiese sido tan cabrona como para echarle una droga con riesgo de muerte. Se las haría pagar, las iba a pagar pero bien.

Ignoré lo que me acababa de decir, la cogí de las piernas y la espalda y la llevé hasta el asiento del copiloto, donde se sentó sin protestar.

Cerró los ojos removiéndose mientras le ponía el cinturón. Mi nariz rozó su pelo, me quedé quieto e inspiré aprovechando que casi no podía moverse, su cabello olía a frutas. Enredé mis dedos en un par de mechones admirando lo brillante y marrón que era.

EVANWhere stories live. Discover now