Capítulo 125.

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Cuando llegamos ante la lápida de mi mamá junto con la gente que asistió a la ceremonia en la iglesia por un año más de su muerte me sentí un tanto diferente. Las personas, que supongo serían amigos de mi madre o padre, excompañeros de trabajo de ella, (muchos tenían ese aspecto de médico… incluso aún olían a lo que huelen los hospitales: aire acondicionado y antisépticos) me miraban como si yo fuese la única niña huérfana del mundo, sin embargo, a diferencias de todas esas veces anteriores que ello me hizo bloquearme, ahora pude manejarlo mejor, no es como si ya lo haya superado por completo. Me sigue haciendo sentir furiosa, pero ahora sé que mi madre es más importante que esos desconocidos que insisten en “lo mucho que he crecido desde la última vez que me vieron”.

La tumba de mi madre estaba atiborrada de flores. Hacía ya algunos años que este día pasaba desapercibido por nosotros. Los 5 de diciembre eran como una laguna mental para mí y para todos aquellos que aún recuerdan a mi mamá. La mayoría de esas flores son rosas apestosas a perfume. Es curioso como una flor puede embonar tan bien para cortejar como para decorar tu lecho de muerte.

 Mi papá y yo nos quedamos al final. Nosotros llevamos un ramo de tulipanes amarillos. A mi madre le encantaban. Los colocamos en el centro, resaltan fuertemente entre los colores blancos pálidos del resto. Unas últimas personas se acercaron a despedirse de mi papá, yo no me incorporé, me quede acomodando los tulipanes. Entonces descubrí un pequeño ramillete de margaritas, apretujado, casi hundido entre el resto de las ostentosas flores, enrollado en un laso amarillo, con una papelito que decía:

 Dra. Crowell, mi helado favorito también es el de vainilla.

 Instintivamente levante la vista y lo busqué por todo mi campo de visibilidad. Ese ramillete de margaritas era de él. Lo podría asegurar. Aunque no lo había visto entre las personas que estuvieron durante la ceremonia religiosa, ni mucho menos cuando se acercaron a dejar sus flores. ¿Habrán ya estado allí para entonces?

 Mi móvil vibró dentro de la bolsa del vestido, desbloquee la pantalla y vi que era un mensaje de Ashton.

 “¿Buscas a alguien? ”

 Volví a levantar la mirada. ¿Él me veía?

 “¿Dónde estás?” le pregunté. A los pocos segundos respondió.

 “Contigo, siempre estoy contigo

 Sonreí, eso no respondía a mi pregunta, pero como siempre sabía endulzar mi vida.

 “¿Estás aquí? ¿las margaritas son de tu parte? déjame verte.” Insistí.

 “Sí. Sí. No, también quiero verte, pero no aquí, sabes que no podemos, lo lamento.

 Yo lo lamentaba más. Desde hace varios días nos hemos visto esporádicamente más allá del salón de clases. Yo estoy castigada, mi papá hablaba en serio al respecto. Aunque mi castigo es: 1.- No salir sin avisar que lo haré. 2.- Acompañar a mi papá a cada evento, reunión, comida que tuviese sin protesta alguna y de manera dócil hasta que el año termine. Lo segundo es más difícil, muchos de esos eventos no son más que hablar de negocios, mercado, economía, campañas hasta altas horas de la noche, sin que yo pueda conseguir una buena plática con algunas de las otras hijas. La mayoría de ellas me encuentra rara, y yo las encuentro ridículas. Nuestras charlas son antinaturales.

Un tanto cabizbaja guardo mi móvil con la negativa de Ashton aún clavada en mi mente. Pero sé que encontraremos unos momentos juntos. Eso me anima. 

 Cuando me incorporo, lo veo a lo lejos, cerca de uno de los frondosos robles, va vestido formalmente, pero lleva las manos en los bolsillos, me sonríe radiante, hago un esfuerzo sobrehumano para no salir corriendo a abrazarle.

 En gran parte él me ha ayudado a ser capaz de estar de pie frente a la tumba de mi madre sin que eso me destroce, me ha ayudado con mis miedos e inseguridades… y algunas veces con mi tarea de historia.

 Él da un brinco tras del tronco ocultándose. Siento una mano en mi hombro. Me vuelvo y veo a mi padre, envuelto en una extraña calma.

- Vámonos a casa, mi niña... – me dice con una suave sonrisa. Yo asiento. Él comienza a avanzar y yo le sigo, pero antes giro. Ashton se asoma desde el árbol.

 Pronuncio un “gracias” gesticulando con los labios. Él solo levanta su brazo derecho y toca sobre la tela de su saco la parte del donde está su tatuaje. Le sonrío y asiento.  Él me ve marcharme desde lo lejos, pero eso importa poco, pues yo lo siento muy cerca.

mi profesor 》irwin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora