CAPÍTULO 25

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Después de que pataleara, gritara, llorara y maldijera, Evan decidió cargar conmigo y secuestrarme.

¿Cómo?

Después de confesar que había matado a nuestra madre, se encargó de esposar y drogar a mis amigos y a mi con los amiguitos que había conseguido en el psiquiátrico.

Cuando desperté, estaba en una habitación color roja en su totalidad. El piso era de parqué claro, había una cama, un tocador, escritorio y yo estaba esposada a un librero que iba desde el suelo hasta lo más alto del techo. Si me movía, entonces todo eso se me vendría encima.

Mi hermano estaba frente mío, con una sonrisa inocente dibujada en su rostro.

—¿Sabías que el color de nuestros ojos es poco común en el mundo, hermanita?— sonrió, pasando una mano por mi mejilla.

No había visto a Evan durante tres años. Para ser más exactos: desde la última vez que intento matarme.

Desde muy niño, mis padres se dieron cuenta que algo andaba mal con él, pero nunca supieron qué era exactamente (o quizás, nunca nos lo quisieron decir). Los episodios hipomaníacos que tenía, duraban días. Los psicólogos pensaron que se trataba de bipolaridad, pero sus resultados siempre eran inconclusos. A pesar de eso, él siempre fue un niño muy cariñoso y amable con quienes lo rodeaban, pero después de la muerte de mi padre, no quedó pizca de quien solía ser.

Empezó asesinando gatos, siguió con perros, luego con caballos... hasta que por fin, el día que decidió matar a alguien, lograron encontrarnos a tiempo.

Él odiaba a mi madre. Decía que la causa de la muerte de nuestro padre había sido culpa suya, pero, no podía matarla porque a pesar de todo, la amaba. Entonces, cuando fui creciendo, poco a poco comencé a ser su viva copia, mientras él se alejaba de la familia.

Cuando cumplí 14, fue cuando él estalló.

Recuerdo estar en la terraza de la mansión, peinando al gato que acababa de rescatar. Se llamaba Kraken.

Él solo llegó de la nada y me asfixió hasta dejarme al borde de la muerte. Blake y los enfermeros nos encontraron... y después de eso, no lo vi hasta que cumplí 15.

Creí que él estaba mejor. Pero... simplemente no fue así. Se escapaba constantemente y nadie sabía con exactitud dónde estaba, por lo que debía de tener guardias las 24 horas del día hasta que él volviera a aparecer o los enfermeros lo encontraran. Siendo honestos, me pregunté que... si a lo mejor, me cambiaba el color del cabello... entonces dejaría de odiarme.

Quizás fue estúpido pensarlo, pero lo intenté... y no funcionó.

Que Evan me odiara me dolía en el alma, y ese dolor solo aumentaba cada vez que lo veía crecer, porque cada vez se parecía más a nuestro padre. A decir verdad, era idéntico. Tenía el cabello rubio oscuro y ondulado tapando sus orejas, las cejas rectas, la mandíbula ovalada... hasta sus expresiones me recordaban a él.

—Llevo meses planeando esto... y no te diste ni cuenta— resopló —¿Significa que he hecho mi trabajo bien o simplemente eres muy distraída?

Bajé la mirada. No quería seguir viéndolo.

—¿Dónde estoy?

Él sonrió, como si estuviese esperando a que respondiera eso.

—En nuestro nuevo hogar, hermanita.

Tragué duro.

—Yo no vivo aquí, Evan.

Él se pasó una mano por el rostro y se rascó la mandíbula con una expresión de molestia e incomodidad.

Efímero & 180 [✔️]Where stories live. Discover now