CAPÍTULO 8

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7:00 am.

Me recogieron en la madrugada.
Cuando me fui, Larissa y Megan dormían plácidamente en sus habitaciones, así que no me tomé la molestia de interrumpirles el sueño. Había sido suficiente con amargarles la noche del día anterior, aunque dudo que mi querida amiga rubia lo recuerde cuando despierte.

Apenas llegué al club, lo primero que hice fue encerrarme en la habitación que me habían reservado. Para ser honestos, por más que tratase de disimular lo nerviosa que estaba, mis esfuerzos no servían de nada. Mi corazón quería salir de mi pecho, mis manos temblaban, y no dejaba de sudar como cerdo a punto de entrar al matadero.

Eh, que el cerdo para el matadero es el papucho de Harry Potter, no tú.

Mi móvil empezó a vibrar.

Steven:

<<Desayuno en una hora, Arya.>>

Tiré el celular en la cama y me metí a la ducha. Media hora después, estaba lista para poder salir a desayunar al espacioso jardín.

Sí, el club era de ensueño. De haber estado en otra ocasión, lo habría tomado como unas pequeñas vacaciones. Las demás casas rodeaban el perímetro, todas tenían el mismo aspecto rústico junto a patios traseros y delanteros. Afortunadamente, la mía estaba al final de la calle, por lo que tenía las canchas de tenis, polo y básquet bastante cerca, además del karaoke-discoteca, que estaba a cinco minutos del lugar.

Mi familia me acababa de hacer socia del club hace poco, así que, básicamente era alguien totalmente nueva. Nadie me conocía, y por más que cuchicheaban, no me importaba. Solo quería que todo el daño acabase y por fin poder vivir mi vida universitaria en paz ¿Tanto era pedir? Ya había sufrido mucho a lo largo de... toda mi vida.

Pero, por supuesto que no, ¿Dónde queda toda la diversión?

Cerré las cortinas de mi habitación. Daba vista completa al patio trasero y en vez de contemplar el paisaje, miré hacia el techo.

A pesar de ser de día, todo a mi alrededor estaba a oscuras.

Decidí no bajar a desayunar.

Ni siquiera me molesté en preguntar qué familia vendría, no haría más que ponerme nerviosa.

Si se preguntan si me revolqué en mi miseria... sí, fue justamente lo que hice. Pataleé, insulté, grité con la almohada en la cara y vomité de los nervios.

No quería hacerle daño a mi abuelo. Él siempre me había visto como la niña de sus ojos y si se enteraba por todo el daño que Blake me había obligado a pasar... no podría con ello. Pero, estaba tan cansada de cavar sobre mi propia tumba. Estaba en medio del desierto y sin una gota de agua. Podía ser un horrible cactus, pero hasta ellos eran necesitados de agua, aunque sea la más mínima. Tenía que sacar fuerzas de algún lado.

Me fijé en la hora. En cualquier momento los socios vendrían.

Me volví a cambiar, laceé mi cabello y me hice una media cola. Le di una ojeada al vestido y solté un suspiro antes de ponerme las sandalias que habían dejado en la puerta de mi habitación.

Abrí las ventanas. Al lado de la alberca, había una enorme mesa en medio del patio. No pude distinguir al hombre que hablaba con mi madre, debido al enorme toldo que tapaba sus rostros.

Di media vuelta, y me adentré en la boca del lobo.

Mi abuelo estaba sentado en la cabeza de la mesa. Llevaba el cabello en corte militar y se sostenía la barba con detenimiento, reluciendo los tatuajes de sus manos y el costoso reloj que solía pertenecerle a mi padre.

Efímero & 180 [✔️]Where stories live. Discover now