Capítulo 48

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Cada uno de los dioses apareció en medio de la blancura

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Cada uno de los dioses apareció en medio de la blancura. Ellos podían escuchar con claridad la voz melodiosa de Nian entonar la canción que los condenaba. Intentaron huir, temerosos, mas no lo consiguieron, el chico seguía bloqueándolos. Les daba pavor pensar en lo que Nian podía llegar a hacer por la furia que sentía. Sabían, porque lo habían sentido, que Zafira había caído en el sueño de la muerte y conocían al uviem lo suficiente para tener la certeza de que él no lo iba a dejar así. Nian haría lo que fuera necesario para traer a la diosa de regreso, por eso mismo estaban seguros de que el pelinegro no dudaría en asesinarlos a todos si le parecía conveniente.

El punto donde se encontraba Nian se llenó de un resplandor celeste, mientras que en donde estaban la mayoría de los dioses se tornó de un color cobre; el celeste representaba a las almas puras, el cobre a las que eran todo lo contrario. El poder en el aire aumentó, se volvió asfixiante, no obstante, el pelinegro siguió absorbiéndolo. En ningún momento dejó de cantar, la tonada se repetía una y otra vez en su cabeza y él la entonaba en un bucle infinito. Era el destino el que lo guiaba, el que le impedía detenerse.

El jaixz subió tanto que las almas dejaron de resplandecer y todo quedó sumido en el vacío, en el blanco. El viento desapareció y la sensación gélida reinó en el ambiente. El bosque y la antigua aldea permanecieron así por un minuto, luego, la intensidad del jaixz descendió y las almas volvieron a resplandecer hasta volver a ocultarse en el interior de sus portadores. Entonces los colores regresaron de a poco, al igual que el viento y la temperatura cálida del verano. Cuando la visión de todos regresó, descubrieron que Nian seguía flotando con sus ojos cerrados y que la barrera de la antigua aldea resplandecía con una luz tenue de tono celeste.

Poco a poco, el uviem comenzó a descender sin abrir sus ojos. Rubí sonrió, conforme, y aplaudió de forma muy lenta. El resto de las deidades se alejaron lo más que pudieron del chico, mientras que la diosa de la muerte solo se acercó más. Myra consiguió escapar de la aldea y se situó a unos pasos de su hijo, atónita. Era la ascensión más potente y larga que había visto en su vida, ni ella ni nadie había apreciado antes tanto jaixz en el ambiente, tanto poder acumulado para una sola persona.

—Lindo espectáculo —soltó con sorna la deidad.

Nian abrió sus ojos de forma lenta, se encontraban por completo negros. No se movió, solo analizó la posición de Rubí, el estado de sus defensas. Su rostro permaneció inescrutable, su pose era tensa, pero no rígida. Ni siquiera se molestó al ver la sonrisa petulante de la diosa de la muerte. Rubí creía que Nian estaba seco, ella había apreciado cientos de ascensiones antes y sabía que el poder disminuía por unos días luego de estas, casi hasta desaparecer, y creía que al uviem le estaba pasando lo mismo. Ella lo subestimaba, todavía no comprendía que Nian tenía un destino tan importante, con tanto peso, porque había nacido con un alma pura y un poder inimaginable.

—Rápido —masculló Reixle detrás de Myra.

Los raix se estaban acercando a ella con el cuerpo inconsciente de Rix. La princesa abrió los ojos con pánico al ver el estado deplorable del raix y corrió hacia él. Ella deseaba ver qué era lo que iba a suceder con su hijo y con Rubí, sin embargo, en ese momento debía concentrarse en el raix, en restaurar el vínculo y sanar todo el daño que le había causado. Se arrodilló a un lado del Rix y observó en busca de ayuda al monarca que lo había cargado.

El último uviem ✔ [Destinos 1]Where stories live. Discover now