Capítulo 24

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Habían pasado tres semanas desde que Linck había muerto, pero su pérdida todavía afectaba la capacidad de Clerick de ingresar al destino

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Habían pasado tres semanas desde que Linck había muerto, pero su pérdida todavía afectaba la capacidad de Clerick de ingresar al destino. Se distraía, no podía concentrarse en el jaixz necesario que podía mostrarle lo que le deparaba el futuro. Pero no quería ingresar para eso, quería hacerlo para rememorar momentos con su hermano, para volver a vivir situaciones de su pasado juntos.

Caminó por el bosque en busca de un sitio tranquilo, alejado de su hermana y sus acompañantes. Necesitaba estar fuera del alcance del jaixz de ellos, eran corrientes que lo llamaban y que no debía seguir, no si quería ingresar con éxito al destino. Llegó a un punto donde los árboles tenían troncos gruesos y ramas altas y anchas que podían soportarlo. Trepó con dificultad hasta la mitad del árbol y se sentó en la rama que le pareció más firme. Cerró sus ojos con fuerza e intentó despejar su mente. Debía estar centrado en su poder, en las líneas doradas, imperceptibles para otros ojos, que lo guiaban al centro del mundo y más allá, a otro plano, donde se encontraba el bosque del destino, el bosque de luz dorada. Pero no podía, cuando cerraba sus ojos, cuando liberaba su mente, en su cabeza se proyectaba la imagen del rostro pálido y sin vida de su hermanito.

—Vamos, Clerick, vimos peores cadáveres antes, en el destino, no podemos permitir que ese feo recuerdo sobre Linck prevalezca sobre los demás —se alentó en voz baja. No importaba si estaba ahí, lejos de todos para poder concentrarse, él seguía estando vulnerable al encontrarse solo en el bosque, debía ser cuidadoso, cualquier criatura podría encontrarlo.

Respiró hondo y opto por cambiar su técnica. Ya no se concentró en su poder, esa era una de las muchas entradas que había hacia el destino, la otra era la naturaleza y estaba rodeado de ella. Se fijó en la textura del árbol debajo de él, en la corriente de savia que se trasladaba en su interior y que le permitía delimitar su forma, muy parecida a la del bosque del destino. Escuchó el sonido suave del viento que silbaba entre las ramas. Se dedicó a sentir la vida que lo rodeaba, los elementos, el silencio mismo e incluso a los animales que se escondían al percibir su olor. Todo eso era su puerta, todo es jaixz, esa energía infinita y a la vez limitada. Detrás de sus párpados cerrados comenzaron a proyectarse los hilos dorados. Se aferró a uno con fuerza y lo siguió por todo el bosque como si se tratara de un sendero listo para recorrer. La negrura pronto lo devoró y supo que ya podía abrir sus ojos.

—Al fin —musitó con un tono apenas perceptible, no quería perturbar al destino y que este lo echara.

Se encontraba sobre la rama firme de un árbol completamente dorado. Se fijó en cada línea que lo formaba y en sus hojas. Estaba sobre su destino. En cierta medida, eso lo tranquilizó, ese día no iba a morir, su árbol seguía creciendo con fuerza y no había perdido brillo, aún le quedaban varios años de vida. Despegó su vista de las ramas doradas y se centró en el centenar de árboles que resplandecían y flotaban en ese vació infinito. Algunos estaban apagados, muertos, otros apenas comenzaban a florecer. Algunos eran enormes, pero sus ramas ya no creían, lo que significaba que la persona ya estaba recorriendo el último tramo de su camino. Otros también eran así de altos y seguían creciendo y brillando con fuerza. Y otros crecían tanto que Clerick no alcanzaba a ver sus copas, esos eran los de las criaturas inmortales, como los raix y los dioses, sus árboles siempre eran los más grandes e imponentes.

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