Capítulo 35

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Al día siguiente, no frenaron en ningún momento para entrenar, ni siquiera les permitieron descansar por más de diez minutos

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Al día siguiente, no frenaron en ningún momento para entrenar, ni siquiera les permitieron descansar por más de diez minutos. Aumentaron la velocidad de caminata y redujeron las charlas hasta limitarlas a simples indicaciones. Los raix se veían ansiosos y unas cuantas horas después Myra comprendió por qué. Poco a poco, primero como un cambio imperceptible y luego como una transformación abrupta, las plantas comenzaron a escasear. Los árboles comenzaron a perder altura, sus ramas estaban cada vez más vacías. El silencio los rodeó, parecía que no había ningún animal cerca. Los colores fueron disminuyendo hasta que se sumieron en la monocromía, todo lo que los rodeaba era blanco, negro o gris. Parecía que la vida había abandonado ese sector del bosque. Hasta que llegaron a límite de las plantas, donde el bosque se cortaba de forma brusca y las plantas desaparecían por completo.

Antes de salir del bosque, Ranx les permitió descansar una última vez. La princesa aprovechó esos minutos para analizar su entorno. Si miraba hacia atrás, podía ver plantas, vida, pero si dirigía sus ojos hacia delante veía ausencia. Fuera del bosque, ante ellos, se extendía una larga llanura. El suelo era blanco, impoluto, de piedra, el cielo era todo lo contrario, estaba cubierto de gruesas nubes negras de tormenta que impedían que la luz del sol cumpliera su función principal. Si Myra observaba hacia el horizonte podía apreciar como la oscuridad se devoraba el piso y todo lo que se encontrara sobre él. El suelo pintado con sombras se mezclaba con el cielo ennegrecido, parecía que el mundo se acababa allí. La princesa temía que estuvieran caminando hacia un vacío infinito.

Una sensación extraña la invadió al dar su primer paso fuera del bosque. Había atravesado la barrera que lo protegía. Del otro lado, en esa tierra de muerte, un fuerte viento la azotó, mas eso no impidió que los raix siguieran avanzando con pasos firmes y decididos. Parecían más tranquilos, como si el caminar por esos páramos fuera la acción más relajante de su vida. Avanzaron varios kilómetros bajo la hostilidad del clima. De la nada, el cielo se iluminó con relámpagos blancos y de las nubes negras comenzaron a caer gruesas gotas de agua que con el frío se congelaron. El granizo los atacó cerca de una hora, donde tuvieron que mantener sus barreras de jaixz activas en todo momento.

Pasaron horas hasta que el paisaje lúgubre se tornó aterrador. El suelo plano y perfecto fue reemplazado por un lleno de grietas oscuras y profundas que emitían un gas apestoso. Entre los enormes huecos en el suelo había témpanos gigantes de hielo, tan opacos que parecían enormes rocas de más de cien metros de altura. Las grietas parecían tener vida propia, cada pocos minutos se abrían unas nuevas y otras se cerraban. La noche los alcanzó en ese lugar y los gases que apenas les permitían respirar se iluminaron de color verde. Cada vez que lograban avanzar un poco, un fuerte temblor sacudía el suelo y provocaba que los inmensos icebergs se partieran. El hielo caía en el suelo y estallaba en miles de escombros de los que ellos debían protegerse. Por un momento, Myra creyó que moriría.

—Por aquí —los guio Rix.

No permitió que se detuvieran ni un segundo a pesar de las sacudidas de la tierra que hacían que ellos tropezaran con cada paso. El gas a su alrededor comenzó a escasear y la iluminación que les brindaba desapareció. Caminaron cerca de medio kilómetro solo iluminados con las esferas de jaixz que crearon los raix, hasta que llegaron a una extraña caverna creada en el suelo de la llanura. Allí pasaron la noche. Ninguno se atrevió a hablar, temían que los lobos que escuchan aullar los oyeran. Se limitaron a comer y a dormir ante la atenta mirada de los raix. Por la mañana, se despertaron con el ruido de las pesadillas, los doce se encontraban hablando entre ellos de forma animada, en sus rostros se esculpían débiles sonrisas ansiosas. Ellos no sabían con precisión lo que estaban diciendo, pero estaban seguros de lo que significaba: estaban muy cerca.

Retomaron la caminata enseguida. Con cada paso que daban los raix se ponían más ansiosos. Deseaban regresar a su hogar, necesitaban hacerlo, necesitaban comprobar que todo estaba bien, que sus tierras no habían empeorado en esos cinco días que se habían ido.

Con el pasar de los minutos el suelo se fue oscureciendo hasta que se volvió negro. Pronto la llanura lisa volvió a dominar el ambiente y la luz del sol regresó, las nubes se disiparon. El calor llegó hasta ellos de manera progresiva. Grandes rocas oscuras comenzaron a rodearlos. Siguieron avanzando y las barreras rocosas aumentaron su tamaño y cantidad. Poco a poco la vida retornó en forma de plantas y pequeños animales como zorros y conejos que los observaban curiosos desde los bordes superiores de los precipicios. Ingresaron en un pasillo angosto entre dos acantilados, el suelo estaba desgastado por el uso y el viento en el lugar era nulo. Con cada paso que daban sentían como una ligera cantidad de jaixz antiguo comenzaba a rodearlos. Llegaron hasta el borde el final del corredor de piedra negra y se detuvieron un segundo.

Frente a ellos, en una depresión en el suelo, se encontraba una enorme estructura de zafiros. Contaba con imponentes torres, ventanas y balcones tallados de manera elaborada que se podía apreciar aún a la distancia. Alrededor de castillo se erguían pequeñas casas del mismo material. Pero entre todo lo maravilloso de la imagen destacaba un hecho, las bases y los techos de las estructuras no brillaban, carecían de la luz de los cristales, estaban muertos.

—¿Qué es lo que les sucede a sus tierras? —cuestionó Clerick.

—Están muriendo, de a poco, desde hace años —explicó Rix. Él había pasado gran parte de su vida en el bosque, pero aun así lo destrozaba ver a su hogar así.

—¿Por qué? —cuestionó Myra mientras que retomaban la caminata. No importaba cuan molesta estuviera con Rix, el pesar en su voz había provocado que ella también se angustiara.

—Desde que el dios del agua desapareció, cuando se creó la primera lluvia, todos los zafiros comenzaron a perder poder, enfermaron. Y hace casi un siglo esa enfermedad se fortaleció en nuestras tierras, consume el poder de nuestro hogar, lo debilita con cada día que pasa y nosotros no podemos hacer nada al respecto —habló y la miró a los ojos. Myra no fue capaz de sostenerle la mirada, era demasiado desolada, deprimente.

—¿Qué va a pasar cuando los cristales mueran del todo? —se atrevió a preguntar luego de unos minutos, cuando ya se encontraban más cerca del palacio.

—No tenemos planeado permitir que eso suceda —contradijo.

—Rix, por favor, no comencemos a discutir —rogó la princesa. Ella sabía que no soportaría una pelea más con el raix, ya estaba cansada de siempre gritar, de siempre sentir rencor.

—Mi especie se va a extinguir —susurró para que solo ella lo escuchara.

Myra detuvo su andar de golpe y Shein posó sus ojos sobre ella, pero lo ignoró.

—¿Qué? —inquirió con un hilo de voz.

Rix, que frenó a un lado de ella, suspiró. No debían hablar de eso, pero él también estaba harto de discutir.

—Creí que eran inmortales —insistió Myra.

No sabía por qué le importaba tanto eso, ella odiaba a los raix, pero tan solo imaginarse un mundo sin ellos, sin Rix. Simplemente no podía concebir la idea.

—Lo somos, pero si nuestra tierra muere, nosotros también, nuestro hogar contiene nuestra esencia, nuestro núcleo por nombrarlo de alguna forma, si lo perdemos, nuestras almas van a morir y nosotros con ellas, no importa si vivimos aquí o no, cualquiera que sea un raix va a morir —anunció aún más bajo. Los semidioses no podían escucharlo, eso les daría una enorme ventaja.

—Pero...

—Myra, en verdad apreciaría que no comentaras esto con nadie, por favor —suplicó antes de que ella pudiera hacer otra pregunta.

—Lo... prometo —titubeó.

—Vamos, nos están esperando para ingresar en la aldea —instó Rix y apoyó una mano en la espalda de la chica para apresurarla.

Cuandolos raix dieron su primer paso dentro de la aldea suspiraron. Por fin estabande regreso en su amado hogar.

El último uviem ✔ [Destinos 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora