Capítulo 31

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Los raix observaban con atención el campamento

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Los raix observaban con atención el campamento. No lograban ponerse de acuerdo. Ambos habían visto como atacaban a su hermano mayor y se debatían entre ir a ayudarlo o esperar a que su padre llegara. Relck quería esperar, Rix era inmortal, al igual que ellos, y no podrían hacerle mucho daño; y Rainir quería ir en ayuda de su hermano, no importaba si sentía rencor por su regreso, ella no aceptaba que nadie tratara a un raix de esa manera. Pasaron cerca de diez minutos hasta el pelirrojo que había atacado a Rix salió de la carpa. Esperaron con paciencia, creyendo que la princesa que su hermano tanto defendía iba a salir, mas no fue así. Sintieron como una barrera de jaixz cubrió la tienda y agudizaron sus oídos. Con su jaixz, perforaron la barrera de forma casi imperceptible y ampliaron los sonidos para que llegaran hasta ellos. Escucharon con atención cada segundo de la pelea, entretenidos. Les perecía de lo más graciosos oír como intentaban ofenderse, los insultos que decían y que en realidad no lo era. Y mientras eso sucedía el resto de los abquim juntaba lo que restaba del campamento.

—Son tan inocentes —susurró Rainir. Ella ya había descartado la idea de salvar a Rix, por lo que escuchaba, por la forma en que el jaixz de su hermano palpaba las cadenas que lo mantenían preso, había deducido que él ya había armado un plan para librarse solo.

—Son patéticos —corrigió Relck y se dejó caer detrás del arbusto que los escondía.

A él le resultaba irritante escuchar esa discusión tan infantil, parecía que su hermano retrocedía en el tiempo cada vez que hablaba con la princesa, le daba vergüenza solo admitir que eran familia luego de oír cómo se lamentaba por lo que ella le decía. Era un raix, tenía cosas más importantes que hacer que perder su tiempo lloriqueando por una abquim insufrible.

—Nuestro padre está cerca, puedo sentirlo —anunció Relck y se colocó de pie.

Caminó hacia uno de los árboles que deban al sendero poco marcado que habían utilizado para llegar hasta ahí y observó la oscuridad del bosque. Recién estaba comenzando la tarde, pero el cielo estaba tan nublado que parecía que estaba por anochecer. Para su suerte, las nubes no eran de tormenta, por lo menos no una tormenta que fuera a desatarse en el bosque. Lo primero que sintió que delataba la presencia de su progenitor, además del leve rastro de jaixz, fue el olor gélido que llegó hasta su nariz. Luego escuchó el susurro que producían sus pasos al tocar el suelo, un sonido imperceptible para alguien que no tenía el oído entrenado. Por último, lo vio moviéndose envuelto en un leve manto de sombras, caminando bajo la luz del sol sin temor a provocar una lluvia. Detrás de él estaba Reixle, el único que había dominado la técnica del jaixz necesaria para caminar en el bosque sin problemas y por detrás de él había ocho raix más, todos guerreros entrenados por su hermano, los mejores con los que contaba su reino.

—Padre —saludó Relck con una reverencia, Rainir lo imitó.

—¿Y su hermano? —inquirió el rey con sus ojos analíticos.

—Los abquim lo atacaron y lo noquearon, pero ya despertó y la princesa salió de la carpa, él se está liberando en este momento —anunció Rainir con el mentón elevado, pero sin mirar a su padre a los ojos.

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